Quien fijó a la admirable clase gobernante inglesa la necesidad de apoderarse de Gibraltar para debilitar al Imperio español fue Tomás Cromwell, fundador de la república. El Lord Protector escribió una carta, fechada el 28 de abril de 1656, al general-almirante de la armada, Montague, en la que afirmaba que la plaza y el castillo de Gibraltar serían una ventaja para su comercio y una molestia para la odiada España católica.
El proyecto de Cromwell se ejecutó en cuanto hubo ocasión, y ésta fue la guerra de Sucesión, casi medio siglo más tarde. Todo un ejemplo de perseverancia, al margen del tiempo y de los regímenes políticos, pues el plan lo estableció un puritano republicano y lo hizo suyo una monarquía anglicana.
La guerra de Sucesión estalló cuando Luis XIV trató de que los Estados Generales reconocieran los derechos de su nieto Felipe, duque de Anjou, ya rey de España, al trono francés. Ante la posibilidad de que España y Francia se unieran en una sola corona, los demás reinos europeos se coaligaron contra el predominio de los Borbones.
En 1702, en La Haya, las embajadas inglesa, holandesa y austriaca firmaron la Gran Alianza. Al poco tiempo se les unió Portugal, que ofrecía a los aliados una enorme base en la península Ibérica, pero con la condición de que el archiduque tomaría posesión de toda España, tal como la dejó el fallecido Carlos II. Por tanto, no debería de haber repartos territoriales.
En el verano de 1704, zarpó de Lisboa una armada anglo-holandesa mandada por el almirante inglés Rooke y en la que viajaba el príncipe Jorge de Hesse, representante personal del archiduque. El primer objetivo fue Barcelona, donde las tropas del virrey forzaron el reembarque de las aliadas. El 17 de julio de 1704, los jefes de la armada celebraron un consejo de guerra y decidieron atacar el mal defendido Gibraltar.
El sitio comenzó y se exigió de la plaza la rendición y el juramento de lealtad a Carlos III. El ayuntamiento gibraltareño contestó el 1 de agosto que rehusaba el ultimátum. En la noche del 3 al 4 de agosto se produjo un fuerte bombardeo del castillo y del pueblo desde los navíos y al día siguiente los españoles se rindieron al príncipe de Hesse. A los gibraltareños se les dio a elegir entre marcharse con sus bienes o permanecer en la ciudad con la condición de reconocer al Habsburgo como nuevo rey. En el éxodo de los españoles fue decisivo el comportamiento de la soldadesca inglesa, no sólo por los saqueos, sino también por las profanaciones. De las 1.200 familias censadas, se fueron todas menos 22 y se llevaron consigo la imagen de su patrona, la Virgen Coronada, y el documento firmado por los Reyes Católicos en 1502 que concedía su escudo de armas. Los expulsados se refugiaron en la ermita de San Roque, causa del nacimiento de una nueva ciudad.
Al año siguiente, el archiduque la visitó en su viaje de Lisboa a Barcelona en condición de rey de España. Pese a los acuerdos entre las potencias aliadas y con la población, los ingleses se hicieron en los años siguientes con la plaza.
El tratado de Utrecht, en cuya negociación no participaron embajadores españoles, sino que Madrid dejó la defensa de sus intereses en manos de los franceses, se reconoció la conquista de Gibraltar. España fue expulsada del Canal de La Mancha y a cambio Inglaterra entró en el Mediterráneo. Si con Gibraltar los ingleses disponían de un puerto en el estrecho, con la isla de Menorca vigilaba la base naval francesa de Tolón. El artículo 10º del tratado establecía una serie de limitaciones a la colonia: no habría comunicación entre la plaza y el territorio español; el dominio inglés no se extendía a las aguas territoriales y no se admitían más que dos dependencias: o propiedad del monarca inglés o del monarca español.
Nada más aprobarse el tratado, empezaron los incumplimientos ingleses. Los gobiernos españoles trataron de recuperar Gibraltar. En el siglo XVIII se realizaron tres sitios (1704-1705, 1728 y 1779-1783), pero todos fracasaron. Por lo menos Menorca se reconquistó de manera definitiva por la Paz de París de 1783.
Los gobiernos británicos aprovecharon la decadencia española para expandir su pequeña colonia militar, clave en la ruta de la India (Malta-Chipre-Alejandría-Adén). Uno de los ardides habituales fue la apelación a la conciencia humanitaria de los españoles para construir barracas u hospitales en los que atender a sus enfermos de epidemias, lo que ocurrió en 1815 y 1854. En 1908, la colonia levantó una verja en el linde de la zona neutral. En 1938, mientras en España tronaba la guerra civil, se construyó un aeropuerto en la zona neutral. Ante las protestas, en 1939, del Gobierno de Madrid, se dijo que era un campo de aterrizaje de emergencia, pero después se amplió todavía más (tiene 1.800 metros) sobre el mar. Para aterrizar y despegar, los aviones penetran en el espacio aéreo español.
En el siglo XIX, Londres declaró a Gibraltar puerto franco, régimen que convive con el militar. De esa manera atrajo a población de la que descienden los actuales habitantes y a la que los propios británicos denominaban “escorpiones de la Roca”. El perjuicio para los puertos españoles de los alrededores ha sido claro. Incluso hoy muchos barcos-basura, como el Prestige, prefieren atracar en Gibraltar a hacerlo en Algeciras, pues en éste las normativas de seguridad son más estrictas.
La única campaña efectiva para eliminar la colonia se desarrolló en los años 60. El Gobierno español, gracias a la labor de diplomáticos como el ministro Fernando María Castiella y el embajador ante la ONU Jamie de Piniés, consiguieron que la ONU considerase a Gibraltar una colonia e instase a Londres a iniciar conversaciones con España para su reintegración (nunca la independencia). En un audaz golpe, en 1964 se presentó ante el Comité de Descolonización el alcalde de San Roque y se declaró descendiente de la población expulsada.
Los incumplimientos británicos y la promulgación de una constitución para la colonia en mayo de 1969, decidieron a Madrid a aplicar el tratado de Utrecht y cortar la comunicación con Gibraltar mediante el cierre de la verja en junio. En 1985, el Gobierno socialista aprobó la apertura. La medida no ha servido de ninguna manera para acercar a la población civil de Gibraltar a la unión con España.
Desde entonces, Gibraltar ha cambiado su economía. Ha pasado de ser una base militar (en 1984, los ingresos provenientes del ejército británico suponían el 60% del total de la riqueza del Peñón; hoy, las actividades militares suponen tan sólo el 7%) a convertirse, de acuerdo con la historia de su origen, en un puerto pirata: blanqueo de dinero del narcotráfico y la corrupción, paraíso fiscal, sede de redes de contrabando de tabaco y drogas... Esta situación ha sido reconocida por la UE y la OCDE.
¿Por qué Gran Bretaña mantiene Gibraltar como colonia? No es por un supuesto escrúpulo democrático de respeto a la voluntad de sus habitantes. Éstos no son la población originaria y en otros procesos de descolonización el sentimiento de sus súbditos le ha importado bien poco a Londres, como en el caso de Hong-Kong. La lista de los motivos es la siguiente: la colonia sale gratis; permite el control del estrecho, lo que dada la veleidad española es una baza importante en la OTAN; y Madrid se limita a reclamar Gibraltar con palabras amables.
Una prueba de la nula atención que la diplomacia española presta a la reivindicación del Peñón es que el Tratado Constitucional de la Unión Europea no menciona para nada Gibraltar, ni para exigir su devolución. He aquí un motivo más para votar no en el referéndum del año que viene.