Poco se menciona el intento específico de Bolívar por establecer el llamado Poder Moral, presentado al Congreso de Angostura en febrero de 1819 como anexo a su Discurso y parte de su diseño constitucional. Dicho documento pone de manifiesto, a la vez, un apego ingenuo a la posibilidad de acrecentar la virtud ciudadana por medios políticos y una férrea disposición a utilizar el adoctrinamiento colectivo como método para moldear las conciencias.
Marx y los marxistas dieron una forma más acabada a la utopía del hombre nuevo. A juicio del alemán, la concreción de la sociedad comunista daría origen a "la resolución definitiva del antagonismo entre el hombre y la naturaleza y entre el hombre y el hombre" (v. sus manuscritos económico-filosóficos de 1844).
Es innegable que el pensamiento socialista procura sustentarse sobre un esfuerzo de cambio moral, dirigido a erradicar el egoísmo y hacer del hombre un ser "bueno", en el sentido cristiano del término. Este anhelo se palpa en algunos escritos de Ernesto Che Guevara, especialmente en "El socialismo y el hombre en Cuba" (marzo de 1965). En él, y frente a la abrumadora evidencia empírica que le contradecía, Guevara sostuvo lo siguiente:
El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.
El hundimiento del socialismo real, la asfixia a que éste sometió a la libertad y el desengaño que generó son asuntos en torno a los cuales pareciera innecesario insistir. Sin embargo, la realidad venezolana y el empeño del régimen chavista en proclamar el socialismo y el renacimiento del hombre nuevo nos demuestran tres cosas:
1) que el mito socialista siempre resurge de sus cenizas, pues remueve aspectos irracionales de la existencia y se vincula al resentimiento y al deseo de perfección que anida en el espíritu humano;
2) que la idea de un hombre éticamente bueno como producto del cambio socialista es un ingrediente clave del mito;
3) que el socialismo proporciona a la ambición de poder una coartada atractiva y un instrumento de concentración del mando.
Así pues, la gradual destrucción de la democracia representativa y de la descentralización, el colapso de la división de poderes y la agudización del culto a la personalidad que hoy presenciamos en Venezuela se ajustan a la quimera socialista. El socialismo del siglo XXI es una cortina de humo que oculta el avance de la autocracia.
Los documentos emitidos por los voceros ideológicos del régimen "bolivariano y socialista", sus declaraciones a los medios de comunicación y sus escasos artículos y ensayos revelan un enorme vacío intelectual, pues no van más allá de las exhortaciones moralizantes a las que se hizo tan adicto el Che Guevara, y que hacen suspirar todavía a algunos espíritus románticos.
En esos textos se refleja el ánimo predicador que estimula a los pregoneros del hombre nuevo. A la manera de cruzados resucitados, quieren combatir el egoísmo. De ahí que el talante del mensaje sea cuasirreligioso, y no cabe extrañarse de que Hugo Chávez se compare con frecuencia a Jesucristo y de que asuma su proyecto político como una especie de apostolado.
Por otro lado, el mito del socialismo del siglo XXI elude la confrontación honesta y crítica con la evidencia del fracaso histórico del socialismo real del siglo XX.
Son claros los motivos para ello. Lo que la trágica experiencia de la Unión Soviética, sus satélites, la China maoísta, Corea del Norte y Cuba ha demostrado es que, lejos de crear un hombre nuevo, el socialismo aplasta la libertad y produce seres moralmente disminuidos, que no se libran del egoísmo, sino que lo atenazan en sus almas, deviniendo esclavos de la represión colectivista.
La pretensión de mejorar moralmente al ser humano luce noble en la teoría, pero cuando se convierte en proyecto político desemboca inevitablemente en la opresión. El hombre superior de los nazis enarbolaba una moral pagana, en tanto que el hombre nuevo socialista remeda y distorsiona un ideal de santidad. La consecuencia práctica, sin embargo, es la misma: sirven de pretexto al drama del poder total.
© AIPE