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COMER BIEN

Gastronomía: El martirio de unas croquetas

Hay gente a la que le parece muy mal que le sirvan un plato acompañado de un “manual de instrucciones”, aunque sea oral. Pero, visto lo visto, va a haber que ir pensando en asesorar a este tipo de clientes no ya sobre el modo de comer un manjar insólito, sino en el uso correcto de los cubiertos.

Hace unos días asistí atónito a un espectáculo que jamás hubiera creído posible presenciar en un restaurante del segmento alto en lo relativo a precio, calidad, atención y, suponía yo, ambiente. En una mesa próxima a la nuestra se aposentaron dos parejas, quiero decir dos mujeres y dos varones. Ellas, bastante bien puestecitas. Ellos, hechos un auténtico desastre, que incrementaron cuando decidieron despojarse de sus jerseys y colgarlos del respaldo de sus asientos. Tras consultar la carta, pidieron unos cuantos aperitivos, entre ellos una ración de croquetas. He de decir que las croquetas de esa casa son una auténtica obra de arte de la altísima cocina, unas croquetas que si hubiese un campeonato mundial de la especialidad no diré que lo ganarían de calle, pero sí que tendrían un lugar seguro en el podio. Son, realmente, maravillosas. Y no se merecían el trato que les dio uno de los ciudadanos en cuestión.

Las croquetas eran de tamaño medio, digamos que de las de dos bocados. Pueden comerse, con toda naturalidad, con la mano, si uno es partidario; pero lo normal es dividirlas en dos trozos ingeribles con la única ayuda del tenedor, y, naturalmente, llevárselas a la boca con el mismo instrumento. Bien, pues ese ciudadano procedió, primero, a partir en dos su croqueta con cuchillo y tenedor. Se comió los dos trozos resultantes con este último cubierto, y debieron parecerle riquísimas, porque, en plan de no dejar nada en el plato, procedió a chupar el cuchillo que se había impregnado de alguna parte infinitesimal de la masa.

Al parecer, esta última operación entraba más en sus costumbres que la anterior, porque, ante la segunda croqueta, decidió prescindir del tenedor: la partió, nuevamente con el cuchillo, y se llevó a las fauces las dos semicroquetas pinchadas en la punta del propio cuchillo, cuya hoja lamió después con deleite. Pensamos que, a lo mejor, se trataba de un tragasables en paro, nostálgico de su trabajo circense, por los lametones que daba a su cuchillo; pero, una vez consultado el personal de sala, resultó que no era ésa su profesión.

Pobres croquetas. Me consta que habían sido elaboradas con mimo por una grandísima cocinera, que jamás ha escatimado calidad en las materias primas ni tiempo en la confección de sus croquetas. Sus croquetas —de marisco— son auténticas joyas, que llegan a la mesa como les corresponde, colocadas sobre una bandeja cubierta por una delicada blonda. No se merecían el trato que les dispensó el energúmeno en cuestión, sin duda más habituado a esas pelotillas gomosas, recalentadas en el microondas, que con el nombre de “cocretas” o “cocletas” sirven en muchas tascas de mala muerte, en las que probablemente se sienta más a sus anchas tal individuo.

Hoy es frecuente, en los restaurantes de cocina vanguardista, como el de Ferran Adriá, que el camarero indique al cliente cómo ha de comerse el plato que la acaban de servir: empiece por esto, vaya de abajo arriba, no mezcle esto de aquí con lo de allá, altérnelo... Hay gente a la que le parece muy mal que le sirvan un plato acompañado de un “manual de instrucciones”, aunque sea oral. Pero, visto lo visto, va a haber que ir pensando en asesorar a este tipo de clientes no ya sobre el modo de comer un manjar insólito, sino en el uso correcto de los cubiertos. Imagínense ustedes al camarero de turno, embutido en su esmoquin, diciendo a un especimen como nuestro protagonista de hoy: "coja el tenedor con la mano derecha, parta con él en dos la croqueta, pinche una de las mitades y llévesela a la boca; cerciórese antes de que no va a quemarse la lengua..." Surrealista, ¿no? Pues... al paso que vamos, necesario.

Porque, encima, la TV fomenta el mal uso de los cubiertos; seguro que muchos de ustedes se han fijado en cómo coge el tenedor el niño que protagoniza un anuncio de salchichas: absolutamente lamentable. Pero lo malo es que crea escuela. Al final va a haber que volver a impartir aquella asignatura de Primaria que se llamaba Urbanidad... Ahora, yo les juro que si yo fuese la croqueta maltratada, vejada, humillada por los modales del zafio en cuestión... me hubiera vengado. Con las únicas armas a mi alcance, a saber: primero, abrasándole la lengua; después, proporcionándole una noche auténticamente toledana, insomne.

Claro que existe el riesgo de que el afectado emprendiese acciones judiciales contra el restaurante. Un contrasentido, cuando debería ser el propio restaurante quien, de entrada, le declarase, por toda la eternidad, “persona non grata”... aunque se trate de lo que, atendiendo sólo a su poder adquisitivo, que no a sus modales, se suele denominar “un buen cliente”.
 
 
 
© Agencia Efe
 


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