Tomar café es casi lo primero que hacemos al levantarnos; a media mañana suele caer otro; hacemos pausas en el trabajo "para tomar café"; un café —o más de uno— suele cerrar la comida; raro será que no se tome otro a media tarde, e incluso, pese al miedo de que le quite el sueño, mucha gente termina la cena, especialmente fuera de casa, con un café. Además, es frase común esa de "a ver si nos vemos un día de éstos y tomamos un café".
Mucho café, pero... ¿qué café? En casa, se supone que tomamos el que más nos gusta; en cada vez más restaurantes se ofrece una bien surtida "carta de cafés"; últimamente, también en las llamadas "coffee shops" hay mucho y bueno donde elegir. Pero en los establecimientos que llevan en su nombre el de esta bebida, en las cafeterías que han reemplazado a los antiguos y entrañables establecimientos llamados "café" o "café bar"... hay que ceñirse a lo que tengan. Y aquí está la primera paradoja del café: es justo en las cafeterías donde resulta más difícil tomarse el café que a uno le gusta.
La verdad es que hay formas y formas de tomar café: solo, expreso, cortado, con leche corto o largo de café, "bombón", americano, vienés, "capuccino", con hielo, descafeinado de sobre o de máquina, con agua o con leche... Eso sin contar las múltiples posibilidades que añade la adición de alcohol, desde el clásico café "con gotas" al "irish coffee" y derivados.
Recuerdo a este respecto un chiste de Forges, en el madrileño diario Informaciones de los últimos tiempos del franquismo, en el que cuatro parroquianos pedían, en una barra, otras tantas variantes cafeteras al camarero, quien mascullaba: "vaya, esto debe de ser el contraste de pareceres dentro de una ordenada concurrencia de criterios", monserga con la que andaba el gobierno de la época. En una cafetería podemos elegir muchas cosas... pero no la que le da nombre: el café. Hay el que hay, y punto. Es rarísimo que se nos pregunte si queremos "arábica" o "robusta", Kenia o Colombia, Jamaica o Brasil, Hawai o Guatemala... Eso sí: si usted pide un whisky, inmediatamente le preguntarán qué tipo y marca de whisky quiere; y, a menos que sea usted un experto conocedor y degustador de etiquetas "raras", lo tendrán. Tres cuartos de lo mismo ocurrirá si pide un "gin & tonic": "¿qué ginebra desea el señor?" Y, salvo excepciones como las anteriores, la tienen.
Pero usted lo que quiere es un café. Con leche. Bien, puede elegir entre varias opciones: corto, largo, en taza mediana, en taza de desayuno, con leche caliente, con leche templada, con azúcar, con sacarina... Lo único que no puede elegir es... el café. Bueno: la leche tampoco; y no me refiero a la marca, sino a optar entre leche entera, "semi" o desnatada, que hay quienes son muy adictos a la leche desnatada, qué cosas. Pues no. Es decir, que se puede elegir la cantidad de café deseada, la temperatura de la leche y hasta con qué endulzar la bebida; pero justamente las dos palabras clave, "café con leche", son las que no admiten la más mínima opción: hay un café y una leche, y si le gusta, bien y, si no, pide otra cosa o cambia de tienda.
Hay mucha gente que cataloga las cafeterías, como parece lógico, por la calidad de su café, como hasta no hace demasiado tiempo se catalogaban las tabernas por la calidad del vino que servían. En el mundo del vino las cosas han cambiado, y aunque la oferta en la mayor parte de las cafeterías sea, también, mínima, hay buenos bares "de vinos" en los que elegir entre una amplia gama. En lo tocante a los cafés, y dejando aparte las citadas "coffee shops" —¿no habrá un término español para designar este tipo de negocio? —, no.
En las cafeterías encontrará usted, casi con toda seguridad, su whisky, su ginebra, su ron, su brandy... Pero casi nunca tendrán su café —suyo de usted—, sino "su" café, suyo de ellos. Eso, a pesar de que es más que probable que sea precisamente el café lo que más se pide y se despacha en las barras y mesas de las cafeterías... que, como queda dicho, son un tipo de establecimiento que hace poco honor a su nombre.
Mucho café, pero... ¿qué café? En casa, se supone que tomamos el que más nos gusta; en cada vez más restaurantes se ofrece una bien surtida "carta de cafés"; últimamente, también en las llamadas "coffee shops" hay mucho y bueno donde elegir. Pero en los establecimientos que llevan en su nombre el de esta bebida, en las cafeterías que han reemplazado a los antiguos y entrañables establecimientos llamados "café" o "café bar"... hay que ceñirse a lo que tengan. Y aquí está la primera paradoja del café: es justo en las cafeterías donde resulta más difícil tomarse el café que a uno le gusta.
La verdad es que hay formas y formas de tomar café: solo, expreso, cortado, con leche corto o largo de café, "bombón", americano, vienés, "capuccino", con hielo, descafeinado de sobre o de máquina, con agua o con leche... Eso sin contar las múltiples posibilidades que añade la adición de alcohol, desde el clásico café "con gotas" al "irish coffee" y derivados.
Recuerdo a este respecto un chiste de Forges, en el madrileño diario Informaciones de los últimos tiempos del franquismo, en el que cuatro parroquianos pedían, en una barra, otras tantas variantes cafeteras al camarero, quien mascullaba: "vaya, esto debe de ser el contraste de pareceres dentro de una ordenada concurrencia de criterios", monserga con la que andaba el gobierno de la época. En una cafetería podemos elegir muchas cosas... pero no la que le da nombre: el café. Hay el que hay, y punto. Es rarísimo que se nos pregunte si queremos "arábica" o "robusta", Kenia o Colombia, Jamaica o Brasil, Hawai o Guatemala... Eso sí: si usted pide un whisky, inmediatamente le preguntarán qué tipo y marca de whisky quiere; y, a menos que sea usted un experto conocedor y degustador de etiquetas "raras", lo tendrán. Tres cuartos de lo mismo ocurrirá si pide un "gin & tonic": "¿qué ginebra desea el señor?" Y, salvo excepciones como las anteriores, la tienen.
Pero usted lo que quiere es un café. Con leche. Bien, puede elegir entre varias opciones: corto, largo, en taza mediana, en taza de desayuno, con leche caliente, con leche templada, con azúcar, con sacarina... Lo único que no puede elegir es... el café. Bueno: la leche tampoco; y no me refiero a la marca, sino a optar entre leche entera, "semi" o desnatada, que hay quienes son muy adictos a la leche desnatada, qué cosas. Pues no. Es decir, que se puede elegir la cantidad de café deseada, la temperatura de la leche y hasta con qué endulzar la bebida; pero justamente las dos palabras clave, "café con leche", son las que no admiten la más mínima opción: hay un café y una leche, y si le gusta, bien y, si no, pide otra cosa o cambia de tienda.
Hay mucha gente que cataloga las cafeterías, como parece lógico, por la calidad de su café, como hasta no hace demasiado tiempo se catalogaban las tabernas por la calidad del vino que servían. En el mundo del vino las cosas han cambiado, y aunque la oferta en la mayor parte de las cafeterías sea, también, mínima, hay buenos bares "de vinos" en los que elegir entre una amplia gama. En lo tocante a los cafés, y dejando aparte las citadas "coffee shops" —¿no habrá un término español para designar este tipo de negocio? —, no.
En las cafeterías encontrará usted, casi con toda seguridad, su whisky, su ginebra, su ron, su brandy... Pero casi nunca tendrán su café —suyo de usted—, sino "su" café, suyo de ellos. Eso, a pesar de que es más que probable que sea precisamente el café lo que más se pide y se despacha en las barras y mesas de las cafeterías... que, como queda dicho, son un tipo de establecimiento que hace poco honor a su nombre.