Probablemente muchos de ustedes recuerden aquella magnífica película musical dirigida en 1954 por Stanley Donen y titulada "Siete novias para siete hermanos", divertida recreación del mítico rapto de las sabinas por los romanos del tiempo de la fundación de la ciudad. Bien, pues sin duda se acordarán de la escena que refleja la primera comida en la casa de los hermanos Pontipee tras la llegada de Milly, su recién estrenada cuñada, al día siguiente de casarse con Adam. La mesa estaba puesta con cuidado, limpia, bonita... y los Pontipee se abalanzaron sobre las viandas como una horda de hunos, o de vándalos.
Ella, atónita, acabó volcando la mesa y diciéndoles algo así como que "si vais a comportaros como cerdos, comed como los cerdos". Eran tiempos en los que en el cine, además de divertirse, uno hasta podía aprender algo.
Cuando yo era un crío, a los niños se nos enseñaba a comportarnos en la mesa, a masticar con la boca cerrada, a no hacer ruido durante esa operación, a no sorber la sopa... También a no poner los codos sobre la mesa, a no separar los brazos del cuerpo... Y también, claro, a usar correctamente los cubiertos. Todos los cubiertos.
Bien. Vayan ustedes un día a una hamburguesería: a poca sensibilidad que tengan, saldrán huyendo despavoridos. Una de las "ventajas" de la "comida-basura" es que... se come con las manos, lo que hace innecesarias las normas de educación en la mesa. De modo que verán ustedes cómo entre los dedos y por las barbillas de los usuarios —me niego a decir "comensales"— chorrean unos fluidos viscosos, rojos y amarillos, merecedores de cualquier apelativo menos el de apetitosos.
El tamaño de los "bocados" hace que los citados usuarios no cierren la boca para masticarlos o engullirlos; las patatas fritas se comen, faltaba más, con los dedos, añadiendo grasita a los citados fluidos; la bebida se sorbe con pajita, con acompañamiento musical... Un espectáculo. Que tiene otra versión, la de las pizzerías, donde no chorrean tantos elementos semilíquidos, pero que acaba siendo una galería de hilos de queso semifundido que comunican la boca del usuario con la superficie de la pizza.
Mi abuela decía siempre aquello de que "en la mesa y en el juego se conoce al caballero". Y, naturalmente, a la dama. Hoy los buenos modos en la mesa, en casa o fuera, parecen periclitados; cómo les vamos a pedir a los críos, hechos a los usos hamburgueseriles o pizzeros, que sepan comportarse en un restaurante convencional. O en casa, donde también llegan las pizzas.
Luego ve uno en la televisión anuncios de comida diseñada para los más jóvenes ilustrados con tiernos infantes agarrando el tenedor como si se tratase de un destornillador o de una mano de mortero ante la sonrisa boba de sus progenitores; o contempla cómo algún ciudadano confunde cuchillo y tenedor y usa el primero para llevarse a la boca la comida, o... o tantas cosas como se ven ahora en las mesas.
Prima la comodidad, la naturalidad. Mejor dicho: la falsa comodidad, la falsa naturalidad. Porque hay cosas que no queda más remedio que comer con los dedos, y es entonces cuando hay que hacerlo con elegancia y no al estilo hotentote, o cafre, o zulú, dicho todo ello sin el menor ánimo de ofender. Saber comerse una nécora, una centolla, unos percebes, sin dar un espectáculo es, hasta cierto punto, un arte; fácil de aprender, pero un arte. Nada que ver con devorar, engullir, trasegar, una hamburguesa, un "hot-dog", una porción de pizza. Probablemente se podrían comer esas cosas, especialmente la pizza, con cierta elegancia; pero no es lo normal.
En fin, costó miles de años inventar el tenedor; saber usarlo, unos poquitos más. De seguir así, y teniendo en cuenta los modos imperiales, es posible que acaba convirtiéndose en pieza arqueológica que se exhiba en los museos al lado de hachas de pedernal, fíbulas y demás objetos que usaron, tiempo ha, nuestros predecesores. Porque, al paso que van los modales de nuestros descendientes, a los que además se "ayuda" desde la pantalla grande y la pequeña, lo de usar correctamente los cubiertos va a ser algo a olvidar. Pero es que ni siquiera son capaces de comer con la mano con la elegancia con que era capaz de hacerlo cualquier dama del siglo XV, por poner uno anterior a la generalización del tenedor.
Por lo menos, cuando "el Imperio" por antonomasia era el británico, la gente trataba de imitar el comportamiento de un "gentleman", mucho más recomendable, dónde va a parar, que el de cualquier personaje de los que interpretaba John Wayne. Que una cosa es naturalidad y otra, muy distinta, zafiedad.
Ella, atónita, acabó volcando la mesa y diciéndoles algo así como que "si vais a comportaros como cerdos, comed como los cerdos". Eran tiempos en los que en el cine, además de divertirse, uno hasta podía aprender algo.
Cuando yo era un crío, a los niños se nos enseñaba a comportarnos en la mesa, a masticar con la boca cerrada, a no hacer ruido durante esa operación, a no sorber la sopa... También a no poner los codos sobre la mesa, a no separar los brazos del cuerpo... Y también, claro, a usar correctamente los cubiertos. Todos los cubiertos.
Bien. Vayan ustedes un día a una hamburguesería: a poca sensibilidad que tengan, saldrán huyendo despavoridos. Una de las "ventajas" de la "comida-basura" es que... se come con las manos, lo que hace innecesarias las normas de educación en la mesa. De modo que verán ustedes cómo entre los dedos y por las barbillas de los usuarios —me niego a decir "comensales"— chorrean unos fluidos viscosos, rojos y amarillos, merecedores de cualquier apelativo menos el de apetitosos.
El tamaño de los "bocados" hace que los citados usuarios no cierren la boca para masticarlos o engullirlos; las patatas fritas se comen, faltaba más, con los dedos, añadiendo grasita a los citados fluidos; la bebida se sorbe con pajita, con acompañamiento musical... Un espectáculo. Que tiene otra versión, la de las pizzerías, donde no chorrean tantos elementos semilíquidos, pero que acaba siendo una galería de hilos de queso semifundido que comunican la boca del usuario con la superficie de la pizza.
Mi abuela decía siempre aquello de que "en la mesa y en el juego se conoce al caballero". Y, naturalmente, a la dama. Hoy los buenos modos en la mesa, en casa o fuera, parecen periclitados; cómo les vamos a pedir a los críos, hechos a los usos hamburgueseriles o pizzeros, que sepan comportarse en un restaurante convencional. O en casa, donde también llegan las pizzas.
Luego ve uno en la televisión anuncios de comida diseñada para los más jóvenes ilustrados con tiernos infantes agarrando el tenedor como si se tratase de un destornillador o de una mano de mortero ante la sonrisa boba de sus progenitores; o contempla cómo algún ciudadano confunde cuchillo y tenedor y usa el primero para llevarse a la boca la comida, o... o tantas cosas como se ven ahora en las mesas.
Prima la comodidad, la naturalidad. Mejor dicho: la falsa comodidad, la falsa naturalidad. Porque hay cosas que no queda más remedio que comer con los dedos, y es entonces cuando hay que hacerlo con elegancia y no al estilo hotentote, o cafre, o zulú, dicho todo ello sin el menor ánimo de ofender. Saber comerse una nécora, una centolla, unos percebes, sin dar un espectáculo es, hasta cierto punto, un arte; fácil de aprender, pero un arte. Nada que ver con devorar, engullir, trasegar, una hamburguesa, un "hot-dog", una porción de pizza. Probablemente se podrían comer esas cosas, especialmente la pizza, con cierta elegancia; pero no es lo normal.
En fin, costó miles de años inventar el tenedor; saber usarlo, unos poquitos más. De seguir así, y teniendo en cuenta los modos imperiales, es posible que acaba convirtiéndose en pieza arqueológica que se exhiba en los museos al lado de hachas de pedernal, fíbulas y demás objetos que usaron, tiempo ha, nuestros predecesores. Porque, al paso que van los modales de nuestros descendientes, a los que además se "ayuda" desde la pantalla grande y la pequeña, lo de usar correctamente los cubiertos va a ser algo a olvidar. Pero es que ni siquiera son capaces de comer con la mano con la elegancia con que era capaz de hacerlo cualquier dama del siglo XV, por poner uno anterior a la generalización del tenedor.
Por lo menos, cuando "el Imperio" por antonomasia era el británico, la gente trataba de imitar el comportamiento de un "gentleman", mucho más recomendable, dónde va a parar, que el de cualquier personaje de los que interpretaba John Wayne. Que una cosa es naturalidad y otra, muy distinta, zafiedad.