Fabada, así, a secas, porque yo tengo para mí que decir “fabada asturiana” es tan innecesario como decir “champán francés”: la fabada lleva implícita la asturianeidad. No sólo eso: la exige, porque al menos dos de sus ingredientes básicos, las fabes y la morcilla, han de ser obligatoriamente asturianas. Y, ya puestos, los chorizos, el tocino y el lacón, también. Pero una fabada con todo su suculento compango no es plato que resulte demasiado adecuado en unos días tan calurosos como los que estamos padeciendo este verano. Es muy potente, tan potente por lo menos como rica. Yo soy bastante adicto a la fabada, que suelo tomar como plato único, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que me tome sólo un plato.
Me gusta comer la fabada a mi manera, que a lo mejor alguien juzga heterodoxa, pero que me parece de lo más satisfactoria. Me sirvo primero los elementos cárnicos, el compango, que procedo a desmenuzar sistemáticamente. Una vez reducidos a estado casi de picadillo y desechadas las pieles de chorizo y morcilla, me sirvo las fabes. Dejo a un lado cuchillo y tenedor, me armo de cuchara... y a disfrutar.
En estos días, la verdad, no me atrevo. Por fortuna, estamos en época de pochas, que, como sin duda ustedes no ignoran, son lo que podríamos llamar “proyectos” de fabes. Me gustan mucho las pochas, a las que me aficioné en Navarra; las he comido de muchas formas, pero como más me gustan es “al natural”, esto es, sin aditamentos cárnicos, hechas sólo con verduras. Pero como estamos en verano, y en temporada de bonito, podemos combinar ambas cosas y hacernos una versión alubiera del marmitako. Para ello, tras desenvainar las pochas, picaremos fino una cebolla y un par de dientes de ajo, que pasaremos a una cazuela en la que les esperará un chorrito de aceite virgen. Al poco rato se incorporarán al conjunto una zanahoria y un pimiento verde, a poder ser “cristal”, convenientemente cortados en trocitos pequeños.
Mojaremos con una cucharada de manzanilla de Sanlúcar y completaremos el cuadro con un tomate, pelado y cortado en dados. Tras unos minutos rehogando todo junto, echaremos nuestras pochas, cubriremos el conjunto con agua y dejaremos que las cosas sigan su cauce natural hasta que las pochas estén tiernas, suaves, mantecosas... Entonces llegará el momento de incorporar el bonito, limpio de pieles y espinas y dividido en dados ni grandes ni pequeños, que haremos cocer tres minutos, de modo que el pescado quede jugoso. Unos minutos de reposo, mientras ponemos la mesa... y adentro.
Estas pochas pueden acompañarse con sidra; ahora se embotella sidra de forma que aguante bien el viaje y dure más, de modo que no hay que ponerse perdido intentando escanciarla desde más arriba de la cabeza. Hombre, de estar en un chigre lo intentaría, pero en el comedor de casa me parece un poco peligroso para la integridad de la alfombra. Con una fabada, en cambio, bebería vino tinto. Antes, en Asturias o en un restaurante asturiano, me habría tomado unos “culines” de sidra; pero la fabada me resulta demasiado potente para la sidra, como me lo resulta el Cabrales, pese a la moda de tomarlo con sidra y hasta la de batirlo con ella; siempre me ha parecido una combinación forzada por motivos más folclóricos que gastronómicos. Sí que acompañaría con sidra un buen Camembert normando, pero el Cabrales... No sé, es un queso de difícil encaje líquido.
Fabes, adultas o tiernas, y sidra. Dos de las muchísimas glorias del Principado, a las que desde el domingo hay que incluir, ya para siempre, a Fernando Alonso. Lástima que los contratos con los patrocinadores le hayan obligado a 'regar' a sus compañeros de podio, Raikkonen y Montoya, con un conocidísimo champán; seguro que a él le hubiera apetecido mucho más bañarlos con sidra de su tierra. Aunque, estando en Budapest, podría haberse dado el gustazo de celebrarlo con un Tokay “esencia”, ese carísimo néctar húngaro que durante tanto tiempo fue considerado el rey de los vinos y el vino de los reyes. Sea como fuere, enhorabuena, Fernando.