Si se prefiere, la victoria del miedo, que en los últimos días se volcó a favor del PSOE, “partido de la paz”, o sea, que una franja minoritaria, pero decisiva, de los electores votaron basándose en una filosofía política, tan humanista que puede resumirse así: “con las bombas a otra parte”; que esos pobrecitos musulmanes tan humillados pongan sus bombas donde sea, pero no en casa. Algo parecido a lo que obtuvo Carod Rovira de sus amigos de ETA: ¡adelante en la gloriosa lucha armada del pueblo vasco contra España, pero no en Cataluña, porque no es España! La izquierda europea, y también la derecha en Francia, aplaude la victoria del PSOE sin aludir para nada al miedo y al terrorismo, hinchas futbolísticos celebran la victoria de los suyos porque eso refuerza a la socialburocracia.
Y es así como el Nouvel Observateur de la semana pasada dedica 30 páginas a la “revolución española”. Como siempre en este semanario de la gauche divine, se mezclan artículos políticos con artículos “people”, como se dice en buen francés atlántico. Vemos un largo artículo sobre Letizia Ortiz, la novia del Príncipe, al lado de textos publicitarios sobre el jabugo, los vinos y otros temas turísticos para ricos de izquierda; un homenaje ridículo a Baltasar Garzón y lerdos artículos para explicar en qué consiste esa “revolución española”, que evidentemente no explican nada. Es vieja tradición francesa la de no entender nada de lo que ocurre en sus países vecinos. Noté la pérfida nota dedicada a la presidenta Esperanza Aguirre, cuya victoria electoral se debería únicamente a un “tenebroso complot inmobiliario”.
Pierre Moscovici, el Monsieur Europe, del PS, contesta (en Le Monde), implícitamente al Nouvel-Obs, negando que nuestras elecciones fueran una “revolución”, ni siquiera el paso “de las tinieblas a la luz”, como se dice en ese miserable semanario, sino el sano ejercicio de la alternancia democrática. Se alegra, claro, de la victoria del PSOE, pero sobre todo por cuestiones europeas. Considera que “Europa está en una encrucijada” (título de un libro de mi padre que no trataba de Europa, sino de España), con la llegada de diez nuevos miembros, la cuestión candente de la Constitución, y otros problemas. Piensa que Rodríguez Z. será más flexible (como pensaba Sadam Husein de Hans Blix), que Aznar, demasiado “egoísta”, o sea demasiado español, y que la victoria regional del PS en Francia y general del PSOE en España serán buenas bazas para avanzar en la construcción de una Europa socialburócrata.
Este señor no tiene un pelo de tonto, pero, en mi opinión, tiene dos fallos: primero, fue redactor de esa mala Constitución (salvo para los franceses), y segundo, es partidario de la entrada de Turquía en la UE. O por lo menos lo era, porque hay que reconocer que los atentados en España, las amenazas de atentados en toda Europa, algunos felizmente descubiertos a tiempo y evitados, por la Policía, comienzan a plantear serios problemas a todos los partidos políticos y responsables Europeos. Claro que cien millones de musulmanes turcos no quiere decir cien millones de terroristas, porque si así fuera, tendríamos que elegir nuestra tumba de inmediato, pero aunque sea triste decirlo, está visto que el islam, en donde sea, constituye el agua necesaria a los peces terroristas. Peliagudo problema.
Ese dossier de Le Nouvel Observateur, contiene una entrevista con Iciar Bollaín, que no tiene el menor interés (¿a quien podría interesarle las opiniones de esa señora?), pero dice una frase sintomática que desgraciadamente expresa mucho más que una opinión personal: “cuando el 90 por ciento de los españoles estaban contra esa decisión política (la guerra en Irak), por megalomanía, por deseo de ser tratado como uno de los amos del mundo, José Maria Aznar, se ha precipitado en los brazos de los americanos y ha conducido España a formar parte del terrorismo global. Cuando provocan la violencia no hay que extrañarse de que la violencia se vuelque en contra de ellos”. Lo malo no es lo que pueda decir esa cretina, lo malo es que millones de cretinos piensan lo mismo. Calificar a las democracias de “terrorismo global” puede ser celebrado en una cena con Almodóvar o Rosa Regás, pongamos, pero constituye la derrota absoluta del ideal democrático. Cabe preguntarse si van a seguir aplaudiendo, o al menos justificando, los nuevos atentados islamistas, y echando la culpa a Bush de todo lo que pueda ocurrir de malo en el mundo.
Y cuando John Kerry sea, lo cual es posible, presidente de Estados Unidos, ¿se creen nuestros cretinos que no va a tener la obligación de proseguir la guerra contra el terrorismo? Que lo haga mejor o peor que Bush está por ver. Y el propio Zapatero, que sigue prometiendo la retirada de las pocas tropas españolas en Irak, ¿se creen que eso bastará para que España se convierta en territorio protegido por los islamistas? Ya que la guerra en Irak ha desempeñado a todas luces un papel predominante en las elecciones españolas, puedo decir que estoy de acuerdo con, por ejemplo, André Glucksmann, cuando afirma (El País, 15-4-2004): “Esa guerra está justificada por la necesidad de intervenir, por la enormidad del peligro que suponía no atacar. Los que decidieron ir a la guerra tenían la razón”. Eso no quita que la situación en Irak sea catastrófica, y no pueden descartarse, como en toda acción humana, errores de la coalición. Uno de ellos me parece ser el no haber logrado un desarme generalizado.
Desde el principio hemos visto, cada dos por tres, a “civiles” armados, disparando tranquilamente por las calles. ¿Cómo fue eso posible? Está claro que los iraquíes no se opusieron, al revés, a la liquidación de la tiranía, ni al arresto del tirano, pero ahora todas las facciones iraquíes están en lucha abierta para la conquista del poder en el futuro Irak “independiente y democrático”. Pese a las monstruosidades contadas todos los días, la retirada de las tropas alindas constituiría una catástrofe aún peor, y no sólo para Irak, para toda la región. La respuesta, por ahora, sólo puede ser militar, imponiendo un orden relativo y aplastando a las bandas armadas, apoyadas por Irán, Siria y quien sea. Y si a eso Iciar Bollaín lo califica de “terrorismo global”, ¿qué importa al mundo?