En realidad, ¿fue Nietzsche un filósofo de la izquierda o, más bien, un precursor del nazismo?
La figura de Nietzsche —al igual que ha sucedido con la de Wagner— ha sido objeto no pocas veces de un tratamiento exculpatorio que arranca más del influjo seductor que despierta en los que la estudian que de un análisis frío y desapasionado de sus obras. Si durante el nazismo resultaba habitual citarlo como un claro precedente de la ideología hitleriana, después del final de la Segunda Guerra Mundial se hizo corriente distanciarlo de la pesadilla que había basculado en los años inmediatamente anteriores sobre toda la Humanidad. No sólo eso. Además se intentó una relectura del mismo desde una perspectiva que, "grosso modo", podría calificarse de izquierdista. De esta manera, el valor literario y teóricamente innovador del autor alemán conseguía opacar la enseñanza material del mismo.
Como resulta obvio, en las siguientes líneas no vamos a realizar un repaso de todo el legado de Nietzsche sino que nos detendremos en aquella parte del mismo que tuvo un influjo claro en la configuración de un pensamiento, el nazi, que tradicionalmente suele desmarcarse de la izquierda. Contra lo que cabría pensar, esta porción de su obra no se encuentra especialmente conectada con el período en que el filósofo era el wagneriano entusiasta de los primeros tiempos, con la época de El origen de la tragedia (1872) o de las Consideraciones intempestivas (1873-1876). Por el contrario, se da cuando la antigua amistad entre Wagner y Nietzsche se ha convertido en enemistad abierta e hiriente. Nos referimos al denominado tercer período creador de Nietzsche, el "período de Zaratustra" o de la "voluntad de poder". En esos momentos en que es un hecho la emancipación de una posible férula de Wagner —según algunos de sus apologistas, a causa del excesivo antisemitismo del músico— surgen las aportaciones más claras del filósofo en la dirección que hemos señalado. Nos referimos de manera muy especial a las obras tituladas La Genealogía de la moral (1887) y El Anticristo (1889). La genealogía de la moral ha sido considerada como la obra "más sombría y cruel" de Nietzsche. En ella, el filósofo parte de una base claramente expuesta: resulta necesario cambiar los valores morales existentes en ese entonces. Tal imperativo es el que impulsa la reflexión, génesis de la obra:
"Necesitamos una “crítica de los valores morales”, de una vez “hay que cuestionar el valor concreto de esos valores". Prólogo, 6). Para realizar esa crítica, Nietzsche considera indispensable entrar en un análisis histórico que le permita descubrir las supuestas raíces, la genealogía, de la moral. Según el filósofo, ese examen revela que, inicialmente, eran buenos no los que ahora se considera como tales, sino los hombres de rango superior. También era distinto su concepto de moral, puesto que para ellos ésta equivalía a aquellos comportamientos y valorizaciones que resaltaban el rango y no la utilidad:
"...Fueron los "buenos" en si, es decir, los nobles, los fuertes, los de posición superior y sentimientos de altura los que se sintieron y se valoraron tanto en lo que a ellos se refería como en lo que se refería a sus actos como buenos, es decir, como algo de primer rango, que estaba situado en contraposición con todo lo ruin, lo bajo, lo vulgar y lo plebeyo. Partiendo de este “pathos de la distancia” se atribuyeron el derecho de crear valores, de dar nombre a los valores: ¡pues sí que les importaba mucho la utilidad! El punto de vista de la utilidad es el más raro y poco adecuado de todos justo a la hora de tratar ese ardiente río de juicios superiores de valor ordenadores del rango, acentuadores del rango" (1, 2).
Según el filósofo, esta interpretación, lejos de ser fruto de un especular en el vacío, cuenta con una base sólida. La misma no es otra que el análisis etimológico. Podemos dar por seguro que este instrumento de investigación resultaba especialmente cercano a Nietzsche por cuanto en 1870 había sido nombrado profesor ordinario de filología clásica en Basilea y había desempeñado ese cargo hasta 1878. Es posible incluso que en esta referencia podamos encontrar un indicio de que las tesis sostenidas en esta obra se remontan a un período histórico de varios años. De acuerdo con sus conclusiones, supuestamente, debería identificarse lo bueno, con lo superior, con lo aristocrático: "La indicación de cuál es la vía “adecuada” me vino a través del problema relacionado con lo que las denominaciones de lo "bueno" creadas en las diversas lenguas tienen la intención de significar en el ámbito etimológico: descubrí entonces que todas se relacionan con una “metamorfosis conceptual idéntica” y que, en todos los lugares, "noble", "aristocrático" en el sentido estamental, es el concepto básico desde donde se desarrolló posteriormente, por necesidad, el de "bueno" en el sentido de "de alma noble", de "aristócrata", de "alma elevada", de "alma privilegiada". Se trata de una evolución que camina siempre en paralelo con aquella otra que hace que lo "vulgar", lo "plebeyo", lo "bajo" deriven hacia el concepto de "malo". (1, 4).
Para Nietzsche, por lo tanto, el concepto de "bueno" es algo que se identifica con los aristócratas, con los señores, con la clase superior. Por el contrario, lo malo corresponde a la plebe, al vulgo, a la clase inferior. En ese sentido, la moral primigeniamente buena es la de las elites aristocráticas y la mala la que se da entre la plebe. Obviamente, esa identificación descarnada de lo bueno con lo aristocrático y de lo malo con lo plebeyo no contaba con un consenso generalizado en la época de Nietzsche. A juicio de éste, tal circustancia había que atribuirla a que se había producido una trasmutación de valores, la creación de una moral diferente a la primigenia, reflejada, según él, en las diferentes lenguas. La responsabilidad inicial de ese acto es atribuida por el filósofo a las castas sacerdotales (1, 6-7), "enemigos malvados... porque son los más impotentes".
Sin embargo, todo el daño que los sacerdotes hayan podido hacer al concepto moral primigenio no es nada comparado con el llevado a cabo por otro colectivo, uno al que Nietzsche atribuye una actividad esencialmente corruptora: "No merece la pena mencionar nada de lo que sobre la tierra se ha realizado contra "los nobles", "los violentos", "los señores", "los poderosos" si lo comparamos con lo que “los judíos” han hecho en su contra: los judíos, ese
pueblo sacerdotal que sólo ha sabido vengarse de sus enemigos y dominadores a través de una transvaloración radical de los valores propios de éstos, es decir, mediante un acto de la “venganza más espiritual”. Eso es lo único que podía encajar exactamente en un pueblo sacerdotal, en el pueblo del más insaciable deseo de venganza sacerdotal. Han sido los judíos los que, con una terrible consecuencia lógica, han osado invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno=noble=poderoso=bello=feliz=amado de Dios) y han mantenido con los dientes del odio más profundo (el odio causado por la impotencia) esa inversión, es decir, "... vosotros, vosotros los nobles y violentos, sois vosotros, para toda la eternidad, los malos, los crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos..." (1, 7).
El mensaje de Nietzsche queda, por lo tanto, establecido con enorme claridad. Originalmente, existía una moral buena. Se trataba de la moral aristocrática, la de los poderosos, los fuertes, los violentos. A ella se contraponía la mala, la de los débiles, la de la plebe. Si hoy en día esa diferenciación no existe se debe a un pueblo en concreto: los judíos. Son éstos los que han trasmutado la moral, los que han corrompido lo que originalmente era bueno y ensalzado lo malo hasta el punto de sustituir lo uno por lo otro. Naturalmente, se podría objetar que ese cambio radical de valores difícilmente puede atribuirse a los judíos, dado el carácter minoritario de los mismos. Sin embargo, a este posible argumento el filósofo contrapone una respuesta directa. Para llevar a cabo su labor de corrupción, los judíos se han valido de un vehículo, de un sistema de infiltración:
"Ese Jesús de Nazaret, evangelio vivo del amor, ese "redentor" que trae la bienaventuranza y la victoria a los pobres, a los enfermos, a los pecadores, ¿acaso no era precisamente la seducción de la manera más inquietante e irresistible, la seducción y el extravío hacia aquellos valores judíos y hacia aquellas innovaciones “judías” del ideal? ¿No ha alcanzado Israel el último objetivo de su deseo sublime de venganza, precisamente en virtud del rodeo de ese "redentor", de ese enemigo y liquidador aparente de Israel? ¿No forma parte de la escondida magia negra de una política auténticamente “grande” de la venganza, de una venganza de altos vuelos, clandestina, de progreso pausado, calculada, el que Israel mismo negara y clavara en la cruz ante todo el mundo, como si fuera su enemigo mortal, al verdadero instrumento de su venganza, a fin de que "todo el mundo", o sea, todos los enemigos de Israel, mordieran el cebo sin sospecharlo?" (1, 8)
La próxima semana seguiremos desvelando el ENIGMAS sobre Nietzsche y su papel en el nazismo.