Es un error pensar que los disturbios tienen una sola causa. Los nacionalistas culpan a la inmigración. Es cierto que casi toda Europa Occidental afronta problemas en la integración de los inmigrantes, pero la raíz de los sucesos en Francia es la desesperación causada por determinadas políticas económicas y sociales.
Algunos culpan al capitalismo y a la globalización. Los puestos de trabajo se van, viene más gente y muchos ciudadanos se sienten inseguros en tiempos de cambios rápidos. Pero esa es una posición equivocada y peligrosa. A mayor apertura a la globalización y a mejores condiciones para las empresas, más crecimiento y más puestos se crean. Pero Francia y gran parte de la vieja Europa han hecho todo lo contrario.
Francia es uno de los principales defensores del Modelo Social Europeo, cuyas principales características son el Estado grande, los impuestos elevados, un mercado de trabajo regulado, los programas monopólicos de bienestar social y los grandes sistemas estatales de seguridad social.
La mentalidad del Gobierno Grande crea y empeora muchas de las condiciones que conducen al tipo de desesperación social que ahora vemos en París.
La regulación del mercado de trabajo produce desempleo. Los parados no se sienten seguros, tampoco los que tienen trabajo, porque saben lo difícil que sería conseguir otro. Los jóvenes europeos, aun con muchos años de educación, no logran conseguir empleo y pierden toda esperanza.
Los altos impuestos requeridos para sostener el modelo no sólo reducen las oportunidades de la gente para hacer su propia vida, sino que frenan el crecimiento. La actividad económica es baja, y el nivel de vida está estancado o deteriorándose. Los altos impuestos impiden el crecimiento de las empresas pequeñas.
Los más perjudicados por el modelo son los inmigrantes. La regulación del mercado de viviendas produce guetos, y como la contratación de personal es riesgosa, un mercado laboral regulado y sindicalizado excluye a los inmigrantes.
En una sociedad que promueve la creatividad y donde el Estado pesa poco, casi todo el mundo es capaz de mejorar sus condiciones de vida. Unos impuestos bajos y unos mercados laborales libres dispararían las oportunidades de empleo y la prosperidad general. Eso lo vemos en países como Irlanda, Nueva Zelanda, Australia, Eslovaquia, Estonia y Estados Unidos. Por cada puesto que se pierde surgen dos nuevos, y las empresas pequeñas se vuelven grandes.
Los inmigrantes quieren trabajar, contribuir a la sociedad, y aspiran a una vida mejor. No quieren estar encerrados en un suburbio sin oportunidad de progresar.
Si no se hace nada por desarmar esa bomba, veremos la repetición de los sucesos de París por toda la vieja Europa.
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