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FIGURAS DE PAPEL

Figari: pintor proustiano y hombre su tiempo

Pedro Figari es extraordinario por muchas razones y, entre ellas, porque, además de haber actuado de manera sobresaliente en numerosos planos de la vida profesional y política, su pintura muestra una formidable revolución artística, todo lo cual provoca una biografía acorde a los merecimientos de este hombre tan singular.

Me refiero al reciente libro “El Doctor Figari”, del ex presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, tan fruitivo como rico en informaciones. Todo el mundo conoce y admira la obra del pintor Pedro Figari y, como apéndice, sus incursiones en el plano literario; ello es más que suficiente para que su obra sea valorizada por si misma. Pero esta reconstrucción de la vida y del arte de Figari escrita por Sanguinetti tiene la virtud de ubicar al biografiado en otros polos donde alcanzó brillantez.

Dos fechas (29 de junio de 1861 y 21 de julio de 1938) marcan la trayectoria vital de un hombre como pocos. En ellas, en Montevideo, vino al mundo y dijo adiós a todos. Observa Sanguinetti, con acierto, que, si bien era un hombre de cultura universal, europeo en sus hábitos como en sus concepciones (baste recordar que fue amigo de Jules Romains, Paul Valery, James Joyce, Güiraldes, Jules Supervielle) sin embargo sentía hondamente el llamado de la tierra, los jugos del terruño, de la tradición histórica. Todo ello le llevó hacia un arte regional, procurando (y lográndolo, por cierto) “construir hoy y aquí un arte que recuerde lo nuestro histórico”, al decir de Sanguinetti. En más de una oportunidad el autor lo considera un proustiano en busca del tiempo perdido. Al que logró recuperar, ciertamente.

No fueron muchos en su tiempo los que percibieron el valor de su obra artística; pero ello no le importó a un hombre curtido en diversos quehaceres. Por lo demás, debe haber pensado, como hombre mundano que era, que no es de buen gusto ser un artista de moda. Nada más fugaz que las modas.

El quehacer de Pedro Figari se recorta sobre un vasto telón de fondo que está pintado en todos sus detalles: nuestro Uruguay, América y Europa, asistiendo, todos, a las más diversas transformaciones, ninguna de las cuales, por cierto, le fue ajena a Figari, ciudadano de su tiempo. Se destaca como abogado defensor, en Montevideo, muy joven, en el sonado “caso de Almeida” (quien pasara cuarenta y cuatro meses en prisión), trabajando de manera incansable. Su esfuerzo abnegado culmina cuando en tercera instancia el jurado admite que no hay pruebas condenatorias. Ello fructifica en su libro titulado “Un error judicial”, escrito con un ojo puesto en las actas del caso Dreyfus, que había seguido muy de cerca y estaban subrayadas por él mismo.

Amigo del presidente uruguayo Batlle y Ordóñez, estaba con él cuando éste recibió la noticia del fin de la batalla en la que fuera gravemente herido el gran caudillo del Partido Nacional o Blanco, Aparicio Saravia. Periodista de fuste, legislador del Partido Colorado muy destacado, el desarrollo de Uruguay en todos los planos culturales ocupó siempre un lugar predominante en su pensamiento y su acción. Tanto es así, que viejo ya, regresa a Montevideo como asesor del Ministerio de Instrucción Pública (hoy de Educación y Cultura) y, casi de inmediato, es designado en el Consejo Nacional de Enseñanza Primaria. Por entonces sus cuadros colgaban en las paredes del Museo de Luxemburgo, y Elie Faure sostenía: “Es un Figari: esto es gran pintura”.

La biografía de Julio María Sanguinetti va más allá del fascinante personaje, un hombre que murió cautivo de sus ideales, para ofrecernos un amplio panorama de la vida política internacional y, en particular, la uruguaya, con una cierta visión de las bambalinas del poder. Se trata, pues, de un libro esencial que nos permite valorar, bajo una nueva luz, a Pedro Figari, es decir, al proustiano pintor de los gauchos y negros esclavos y al hombre numeroso que estuvo inmerso en el complejo tiempo que le tocó vivir y en un mundo que no le resultó ni ancho ni ajeno.

Julio María Sanguinetti, El Doctor Figari, Aguilar, Montevideo, 2002.

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