La evocación de falsas vivencias es conocida por los científicos como síndrome de falsos recuerdos. Nuestro cerebro no funciona como la memoria de un ordenador, donde los datos son almacenados tal y como se procesaron. Así es, la especial naturaleza reconstructiva de la memoria hace que nuestras vivencias pasadas queden impresas en complejos circuitos neuronales que cambian y se modifican con el paso del tiempo y las vivencias, hasta el extremo de que acontecimientos del pasado son olvidados, reinterpretados, maquillados, distorsionados, confundidos e incluso imaginados.
Hoy, los científicos saben que la memoria puede llegar a ser muy traicionera, no sólo porque olvida con facilidad, a veces voluntariamente como estrategia de supervivencia, sino porque la mente puede confundir escenas imaginadas con la realidad, también en ocasiones como medida terapéutica. Numerosos estudios están demostrando cómo se puede utilizar la sugestión y la imaginación para recordar eventos que realmente no ocurrieron o que jamás vivenciamos. En los años ochenta, el auge de las denominadas terapias regresivas, incluida la hipnosis, a millones de pacientes en el diván para que el psicoterapeuta buscara en los abismos de su conciencia la causa del trauma psicológico. En esta pesca submarina en el interior de la mente los expertos eran capaces de sacar a la superficie recuerdos olvidados de experiencias cercanas a la muerte, reencarnaciones, viajes astrales, abducciones por extraterrestes, posesiones diabólicas y traumáticos abusos en la infancia.
La ciencia tardó años en percatarse de que los recuerdos evocados mediante hipnosis no revivían recuerdos verdaderos sino que inducían ilusiones memorísticas. Pero durante un tiempo prevaleció la palabra de los defensores de la autenticidad del fenómeno regresivo, que argumentaban que la mente tiene gran capacidad de reprimir determinados recuerdos. Con su arma terapéutica, los psicoterapeutas regresivos, sobre todo en Estados Unidos, encontraron en un número cada vez mayor de pacientes, sobre todo de sexo femenino, que rememoraban terribles agresiones sexuales durante la infancia en el seno familiar, casi siempre protagonizadas por parte del padre. Muchos de los aterradores testimonios acabaron en los tribunales y padres, que más tarde lograron probar su inocencia, fueron señalados y escarmentados públicamente.
Esto fue lo que le sucedió a Paul Ingram, padre modelo que fue acusado por sus hijas, Erika y Julie, de cometer prolongadas violaciones en la infancia y que terminó no sólo aceptando lo que parecen ser falsos recuerdos, sino inventándose inconscientemente la autoría de cultos satánicos. Los psicoterapeutas, que aseguraban que los agresores sexuales borran con frecuencia de su cerebro todo vestigio de sus fechorías, lograron arrancar a Ingram una confesión, pero sustentada en falsos recuerdos. Las alegaciones de sus hijas se hicieron mas exageradas, inconsistentes y menos creíbles. Acabaron por implicar en los abusos a toda la familia, a otros miembros de la policía local e incluso a dos perros policías.
Richard Ofshe, profesor de sociopsicología en Berkeley, ha escrito un alegato contra el movimiento de “recuperación de la memoria” titulado Haciendo monstruos: Memorias falsas, psicoterapia e histeria sexual. Ganador del premio Pulitzer, Ofshe ha recopilado suficientes evidencias como para afirmar que la gente no sólo construye falsos recuerdos sino que encima se los cree por completo. Incluso, los recuerdos más peregrinos y fantasiosos pueden ser implantados en la memoria mediante simple sugestión, según ha declarado la psicóloga Elizabeth Loftus y sus colegas de la Universidad de California, en Irvine, durante la última reunión anual celebrada por la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS). Loftus afirma que este tipo de implantes memorísticos pueden generar respuestas psicológicas que son indistinguibles de las causadas por el trauma real.
Mucha gente cree que sus recuerdos de eventos dramáticos, como el atentando del 11-S o la marea negra de Galicia, son fehacientes. La ciencia les quita ahora la razón. Sin ir más lejos, el equipo de Loftus ha conseguido implantar recuerdos falsos en unas personas que fueron testigos de un bombardeo en Rusia. Éstas fueron entrevistadas dos años y medio y tres años después del suceso. Durante la segunda entrevista, los psicólogos lanzaron una sugestiva pregunta: “Cuando decidió participar en el estudio, usted mencionó un animal herido. ¿Podría hablarnos de ello?” Al menos el trece por ciento de los voluntarios reconoció erróneamente que vieron una mascota herida. Los críticos al experimento salieron al paso argumentando que el experimento para crear el falso recuerdo pudo tener el efecto contrario al deseado; esto es, que los voluntarios recordasen haber visto un animal sangrando tras la explosión.
En su defensa, la psicóloga echó mano de su portafolio y sacó otro estudio en que se implantó un recuerdo completamente imposible: un hombre disfrazado de Bugs Bunny saludando y abrazando a los niños en Disneylandia. El equipo de Loftus reclutó a un grupo de personas que había visitado este parque temático rodeado por pequeños. Pues bien, el treinta y seis por ciento de los voluntarios reconoció que también había saludado a Bugs Bunny en su visita al parque. Esto es algo imposible: el Conejo de la Suerte es un personaje de la competencia, es decir, de la Warner Brothers, que no sería bien recibido en el recinto de Disney.
Como ya dijo Armand Salacrou a finales del XIX, “un hombre sin recuerdos es un hombre perdido”. Cabe pues preguntarse por dónde andarán aquellos con una memoria fantasiosa. Todos guardamos en nuestro cerebro un pasado ficticio y distorsionado en el que nos parapetamos. Una mentira para sobrevivir.
CURIOSIDADES DE LA CIENCIA
Falsos recuerdos: un pasado de fábula
Una parte de nuestros recuerdos es cierta; otra es una mezcla entre realidad y fantasía; y una tercera resulta ser completamente ficticia. Esta parcela inventada de nuestra memoria es fuente de conflictos psicológicos y terribles dramas personales.
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