Ya sé que la Constitución, en lo que a Estatutos de autonomías se refiere, es justa y generosa, y aplaudo a quienes, a menudo arriesgando el pellejo, la defienden. Pero esta ceguera, mala fe y hasta imbecilidad de los que se niegan a tener en cuenta el terrorismo etarra y la lucha de los demócratas contra el crimen organizado es vergonzosa (dos líneas en la prensa, dos palabras en la radio, y nada por televisión, en relación con la última gran manifestación de ¡Basta ya! en San Sebastián, es un buen ejemplo). Ese terrorismo es, evidentemente, lo más monstruoso de nuestras idílicas autonomías, aunque tampoco tengan nada de modélico las guerras lingüísticas, la pugna incesante de competencias financieras, jurídicas, políticas y culturales entre el Gobierno y las autoridades autonómicas.
Cuando Mario Vargas Llosa critica con toda razón la "excepción cultural francesa", pero, al mismo tiempo, exalta las "excepciones culturales" vasca, catalana y gallega, ya de por sí más sectarias y con menos contenido cultural precisamente; cuando Piqué exalta el "ejemplar" bilingüismo en Cataluña (si piensa que haciéndose más royaliste que le roi, o más catalanista que Pujol y Mas, logrará triunfos, se va a llevar un chasco, ya que sigue siendo el representante de un partido "españolista", y eso no se lo perdonan, aunque se ponga a bailar sardanas todas las mañanas); cuando el ultranacionalista corso Talamoni afirma que van a inspirarse de lo realizado en Cataluña-Sur (sic), imponiendo el catalán y machacando el español, para imponer el corso en su isla, sin multiplicar los ejemplos que abundan, podemos percatarnos de que lo que se nos prepara es un nuevo reino de taifas, o una Torre de Babel, minutos antes de su destrucción.
Ocurre en la vida de las sociedades que un proyecto que se juzgaba necesario, pensado con generosidad democrática, se revela exactamente lo contrario en los hechos. España, que ha conocido indudables progresos democráticos y económicos, no ha sabido crear una sociedad multicultural, si se quiere, más abierta en todo caso, en la que todos, con sus diferencias, hablaran y colaboraran con todos, sino una serie de baronías atrincheradas, sectarias, en guerra abierta y sangrienta contra todos, tratándose del País Vasco, o en pugna permanente contra los demás encerrándose en un territorio imaginario, pero un territorio de odio, y no de solidaridad. Que, desde la muerte de Franco, los diferentes Gobiernos españoles, tengan parte de culpa en este fracaso es más que probable. Pero constatarlo no soluciona nada.
La Gran Revolución, como calificaba el Príncipe Kropotkin a la francesa de 1789, sí tuvo aspectos profundamente reaccionarios, como el Terror, que tanta admiración despertó en los bolcheviques, los nazis y los fascistas, y en sus herederos, y que desembocó en las guerras imperialistas napoleónicas, ha dejado sin embargo, profundas huellas que considero positivas. Citaré tres: la propiedad privada, un conato de Parlamento y la unidad de la Nación. Unidad ya ampliamente lograda con la Monarquía. Pero cuando, y es sólo un ejemplo, a finales del siglo XIX, el espíritu republicano –a veces calificado de "jacobino", lo cual es discutible, ya que demasiado ligado al Terror– crea la escuela obligatoria, laica y gratuita para todos los niños, aquello constituye una verdadera revolución cultural igualitaria y lograda.
Con el paso de los años y el desarrollo de ciertos fenómenos contemporáneos, que pueden resumirse en el concepto ambiguo de Estado-Nación, Francia se convirtió en el más soviético de los países occidentales, el Estado era, sino el único, en todo caso el primer patrón del país, y todo, política, economía, educación, Justicia, etc. se concentraba en París. Daré un ejemplo sencillo, pero significativo: para ir en tren de Marsella a Burdeos había que pasar por París, porque todo pasaba por París, capital burocrática de Francia. Una cierta descentralización, una delegación de competencias del Estado todopoderoso resulta pues necesaria. Pero estamos, tanto en Francia como en Europa, en una encrucijada: se multiplican los centros de poder burocrático, las baronías egoístas, o se liberan las iniciativas, se ayuda a la sociedad civil, más ciudadana, más responsable, más abierta, aligerando las trabas administrativas, para crear empresas y mil cosas más; o, a partir de los criterios de la nueva reacción, triunfante tantas veces en España, lo que la descentralización en Francia y la "Europa de las regiones" en la UE van a significar será la explosión de los chovinismos regionales, la multiplicación de administraciones dobles, o triples, de impuestos idem, poderes, sectarismos, fortalezas locales, en las que Bretaña, o el País Vasco, Lombardía, o Cataluña, tendrían la posibilidad de imponer sus criterios, ya se trate de política internacional, de política europea, de economía, de abandono de la energía nuclear (¡ay!), de cultura y lengua, a la mayoría de los europeos.
No es ninguna broma, y el ejemplo de la Torre de Babel no es absurdo. Si, según ésta lógica nacionalista, todos, bretones, vascos, flamencos, corsos, catalanes, etc. quieren imponer sus criterios, sus intereses particulares, sus "raíces" y su lengua, en la UE de mañana compuesta de 25 países, la Torre se derrumbará, paralizada. El ejemplo del accidente de tren en Bélgica, que se produjo porque los conductores no hablaban la misma lengua –uno francés, el otro flamenco, y no se entendían, y eso en el mismo y pequeño país– se convertirá en la norma de aquelarre de la "Europa de las regiones", y no sólo en relación con el tráfico ferroviario.
Terminaré, por ahora, porque estos problemas no tienen fácil solución, o puede incluso que no la tengan, con el ejemplo, tan reciente como espantoso, del proyecto del PNV de "País Vasco independiente y asociado". La Comisión europea, a petición de la valiente Rosa Díez, ha declarado que no encaja en las normas de la UE. Muy bien, pero ni la Comisión, ni la prensa europea, ni los Gobiernos, ni nadie, ha denunciado la voluntad conquistadora y expansionista del proyecto, nadie ha declarado oficialmente que era criminal considerar el departamento francés de Pirineos Atlánticos como territorio indiscutible del Gran País Vasco. Y en relación con Navarra, lo mismo. Y si no se pone un freno ahora, sin perder un segundo, a éstas voluntades expansionistas de las regiones que se expresan no en veladas literarias, sino, en el caso vasco, y en otros, ayer o mañana, con el terrorismo, lo que sin saberlo, o fingiendo no verlo, sencillamente por cobardía, estamos cociendo, no es una Europa de los ciudadanos, con iguales derechos, con respeto al otro y a sus circunstancias, pero unida y solidaria, y asimismo solidaria de los demás países democráticos del mundo, no, todo eso parecen ser utopías trasnochadas, lo que estamos preparando es una nueva Guerra de Cien años.
CRÓNICAS COSMOPOLITAS
Europa, la Torre de Babel
En la actual cacofonía surgida ante la ampliación al Este, junto a las más añejas teorías sobre la "Europa de las regiones" y hasta en el debate sobre la descentralización en Francia, oímos decir que nuestras autonomías son modélicas, cuando la realidad se sitúa entre la catástrofe absoluta y el emponzoñamiento nacionalista.
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