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ANÁLISIS

Especulaciones sobre la guerra de Irak

La combinación de una tremenda potencia de fuego y una precisión casi increíble, mostrada ya en la guerra del Golfo, y perfeccionada ahora por Usa, hace casi imposible la resistencia directa para un ejército técnicamente inferior.

Por una parte, a éste le es muy difícil evitar la pronta destrucción de su sistema de comunicaciones, y con él de la posibilidad de coordinar la lucha, y por otra el más elevado espíritu de combate fracasa cuando el atacante puede aniquilar simplemente al resistente con unos pocos misiles ultracerteros.

Ante la evidencia de esta superioridad useña, el régimen de Sadam renunció a cualquier esbozo de batalla en campo abierto para refugiarse en la defensa de las ciudades. En ellas aumentaba la facilidad de los defensores para camuflarse en la población, la precisión de los ofensores disminuía, y las inevitables víctimas civiles se convertían en armas psicológicas y de propaganda contra los atacantes. Durante dos semanas pareció, además, que el sistema de comunicaciones iraquí no había sido demasiado afectado, tal vez por haber dispuesto otro secundario y lo bastante eficiente, aprovechando la experiencia de la guerra anterior. Lo último no se confirmaría, finalmente, pero el cálculo sobre los efectos de la defensa de las ciudades se reveló plenamente acertado, como demuestra la extraordinaria repercusión de las imágenes de víctimas en la opinión pública occidental y la movilización de millones de personas, que en algunos lugares, especialmente España, llegaron a cobrar rasgos desestabilizadores.

Es indudable que cuanto más se prolongase la resistencia de las ciudades, más onerosa se volvería la descartada victoria useña en términos políticos e incluso militares. Casi todo el mundo tenía la impresión, a partir de la experiencia de la guerra del Golfo, de que la absoluta superioridad useña le garantizaba la victoria en término de días. Si la lucha se hubiera vuelto realmente encarnizada y el asedio a las ciudades se hubiera prolongado durante bastantes semanas o algunos meses, la guerra habría tenido consecuencias políticas peligrosas en los socios más débiles de Usa, como España, y desfavorables en el resto, incluida la propia Usa. Además, los disidentes europeos y Rusia se habrían crecido en una oposición aparentemente justificada. Peor todavía, una victoria difícultosa habría reducido notablemente el prestigio militar useño, y habría puesto en cuestión su capacidad para intervenir a voluntad en otros conflictos. En otras palabras, la operación de Irak no habría surtido el esperado efecto político y psicológico de advertencia a otros países de Oriente próximo y lejano, y la capacidad disuasoria useña habría sufrido considerablemente.

Lo que ha fallado en la estrategia de Sadam ha sido el tiempo. Pese a no tener que afrontar rebeliones populares, con las cuales también se especulaba, el régimen iraquí derrumbó de pronto, sin mayor resistencia, una vez las tropas enemigas llegaron a Bagdad. No sabemos aún qué provocó ese colapso repentino. En fin, su capacidad o voluntad de resistencia duró tres semanas, más de las que muchos esperaban, pero insuficientes para poner en cuestión la eficacia militar useña o para profundizar las grietas políticas en la opinión pública o en los países occidentales. En España, basta ver la desilusión de las izquierdas y nacionalistas.

Un problema que plantea esta guerra es el de si la tremenda potencia técnica allí exhibida puede ser desafiada en el terreno propiamente militar. La historia nos ofrece casos para todos los gustos: a veces, como ahora, la superioridad técnica ha sido decisiva; en otras ocasiones la estrategia ha compensado esa superioridad. Por ejemplo, la estrategia del Vietcong anuló, aunque a un altísimo coste en sangre, la enorme ventaja material useña. La estrategia de Sadam, en cambio se ha revelado insuficiente. A mi juicio, incluso en el terreno táctico sería posible infligir serios daños a una fuerza como la useña, aunque no por medio de movimientos de masas o cosa parecida. En la actualidad un grupo reducido de combatientes puede disponer de un poder destructivo extraordinario, y el problema principal consiste en acercar ese poder lo suficiente al objetivo sin ser detectado. Problema difícil pero muy lejos de ser insoluble, sobre todo cuando las fuerzas a atacar están desplegadas por todo el planeta.

Especulaciones al margen, la victoria ha puesto en ridículo a varios países de la UE y a Rusia, y ha mostrado una abrumadora superioridad técnica useña sobre las demás potencias militares del planeta, dejando anticuados gran parte de sus arsenales, y probablemente de sus doctrinas bélicas. También ha abierto mejores perspectivas de solución para el conflicto palestino-israelí, y, sobre todo, ha reforzado poderosamente la autoridad de Washington en Oriente y en el resto del mundo. Otra cosa es que la obra de pacificación y democratización emprendida termine creando un avispero, pero eso es un riesgo inevitable para los vencedores, que parten en buenas condiciones para acometer la empresa. El balance, hasta ahora, resulta muy positivo para la causa de la paz y la libertad.

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