El marxismo había orientado siempre la política del PSOE, haciendo de él un poderoso ariete contra el régimen liberal de la Restauración y protagonista clave de la violenta huelga revolucionaria de 1917. En todo el período previo a la república, el partido sólo tuvo un comportamiento moderado y socialdemócrata durante la dictadura de Primo de Rivera, y ello forzado por las circunstancias y por la oportunidad de desbancar a la CNT, su rival anarquista. Y hoy sabemos sin asomo de duda, por sus documentos tanto públicos como privados, que a partir de 1933 el PSOE planificó y llevó adelante la guerra civil con ánimo de imponer su propia dictadura marxista, bautizada "del proletariado". La voz contraria a ese proyecto, la de Besteiro, fue acallada por la alianza de Largo Caballero y Prieto.
Después de perder la guerra que había provocado, el Partido Socialista continuó en el exilio con la misma ideología, bien es verdad que ya inoperante por la fuerza de los hechos. Ello y el anticomunismo inducido por la guerra fría, pudieron democratizar al partido, pero no fue así. El PSOE cobró un tono más bien jacobino, debido a la confusa ideología de Prieto ("socialista a fuer de liberal", se proclamaba sin saber, evidentemente, lo que decía) y a la influencia masónica (Llopis, etc.), pero la doctrina oficial continuó siendo la marxista.
Y por otra parte Prieto, que ha disfrutado de la máxima comprensión y simpatía incluso entre los falangistas, nunca fue un demócrata. Su trayectoria difícilmente habría podido causar más daño a las libertades en España. Participante en el golpe de 1917, fue uno de los principales enemigos del liberalismo de la Restauración, contra el que empleó la más irresponsable demagogia. Promotor también del golpe militar con que los republicanos intentaron imponerse en 1930, sólo en el primer bienio republicano manifestó una relativa moderación. Se identificó con Azaña, y precisamente en lo que de menos demócrata tenía éste: en la pretensión de impedir a toda costa un gobierno de derecha, y de hacer de la república un régimen forzosamente izquierdista. Luego se alió con Largo, como dije, para laminar a Besteiro y emprender la guerra civil.
Fracasada la intentona guerracivilista de 1934, Prieto rompió a su vez con Largo Caballero y volvió con Azaña, pero su historial no mejora gran cosa. Intrigó exitosamente con Azaña y con un delincuente holandés (Strauss) para destruir al partido centrista de Lerroux, radicalizando así el ambiente político en España. Y, sobre todo, incidió con todas sus fuerzas en la campaña de falsedades sobre la represión derechista de Asturias en octubre de 1934. La trascendencia histórica de esta intensísima campaña fue decisiva: dio la victoria al Frente Popular en 1936 y creó el ambiente popular de rencor y odio que estallaría furiosamente en julio de ese año.
Vuelta al poder la izquierda revolucionaria, en febrero, Prieto dirigió la maniobra ilegítima para destituir a Alcalá-Zamora como presidente de la república, y organizó la gangsteril campaña electoral en la provincia de Cuenca, entre otras hazañas. Y los indicios que apuntan a él como inductor de los asesinatos de Calvo Sotelo y el frustrado de Gil-Robles no son ciertamente baladíes. Durante la guerra fue uno de los responsables del enfeudamiento con Stalin, se alió con los comunistas para defenestrar a Largo, y luego, probablemente, intentó seducir a los ingleses ofreciéndoles trozos del territorio español (lo que puede considerarse alta traición), para que les librasen a su vez de los comunistas. Su carrera es la de un intrigante compulsivo, inescrupuloso y totalmente irresponsable. Sólo manifestaba una muy relativa moderación y capacidad constructiva cuando disfrutaba del poder.
Al terminar el franquismo el nuevo PSOE no reivindicó abiertamente a Largo y su dictadura proletaria, entre otras cosas porque sólo pudo reorganizarse con permiso de la dictadura, y porque sus mentores extranjeros esperaban de él que cortara el paso al PCE, la fuerza hegemónica de la oposición antifranquista. Pero, significativamente, los nuevos socialistas no hicieron el menor examen de la historia del partido, y el espíritu de Besteiro quedó una vez más relegado, ganando la partida el de Prieto, es decir, el de la intriga y la demagogia. El PSOE resurgía con una mezcolanza adolescente de marxismos y populismos, cocida en el brillante caletre de Alfonso Guerra, si hemos de hacer caso a sus memorias, y el partido jugó durante una temporada a superar en izquierdismo a los comunistas y en nacionalismo a los nacionalistas vascos y catalanes. Esta conducta poco prometedora pareció enmendarse cuando, debido quizá a la presión de sus protectores alemanes, los jefes del partido abandonaron el marxismo, fuente principal de su larga historia antidemocrática y desestabilizadora.
Dicho abandono supuso en principio, un enorme paso en la consolidación del nuevo sistema democrático. Pero, significativamente, ese paso se dio en el estilo de Prieto, ajeno por completo a la honestidad intelectual (y personal) de Besteiro; es decir, no hubo debate ideológico ni examen en profundidad del pasado y de la significación del marxismo en la historia del propio partido, historia perfectamente desconocida para la gran mayoría de los militantes. El cambio se produjo a través de algunas frases más o menos ocurrentes, maniobras burocráticas y actos de picaresca, como encerrar a Tierno Galván en un ascensor para impedirle el uso de la palabra.
De ahí que la democratización del PSOE se haya producido muy a medias, permaneciendo en él con fuerza los resabios totalitarios unidos al "estilo Prieto". La experiencia socialista en el poder, aun sin ser toda ella negativa, no robusteció a la democracia, sino al contrario. Baste recordar su decisión de "matar a Montesquieu", como vino a decir expresivamente Alfonso Guerra, es decir, de suprimir la independencia del poder judicial; o sus ataques a la prensa "desafecta", hundiendo diversos periódicos y Antena 3 de radio; o su concepción de la lucha antiterrorista como mezcla de claudicación y de crimen de estado; más la utilización de los medios y fondos públicos para crear amplias redes de electorado cautivo, o la tremenda corrupción de la época.
Y tampoco ha analizado el partido la experiencia de esos sus largos años de gobierno. De ellos no parece haber quedado a sus jefes otra cosa que una muy prietista "sed infinita" de recuperar a cualquier coste las prebendas del poder, con la única innovación de la vacua sonrisa fijada en el rostro de Rodríguez.