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DRAGONES Y MAZMORRAS

Entre bastidores

El otro día me enteré por un lector que vive en Bélgica, que estas humildes crónicas les sirven para estar al día sobre lo que pasa en la capital de España desde una perspectiva muy diferente a la que, sobre los mismos acontecimientos, reflejan los periódicos de papel que recibe en su cubículo comunitario.

"Es —me dice este corresponsal— como si usted nos enseñara los bastidores de la escena donde se representa el espectáculo cultural". Le agradezco esta fineza pero qué más quisiera yo que conseguir tal cosa. Sinceramente, me esfuerzo en lo que puedo para no hacer propaganda ni caer en la agitación. Los lectores son realmente los que dan sentido a lo que escribimos y por mucho que nos sorprendan sus observaciones, acaban teniendo razón y orientando nuestros pasos en la dirección que ellos, tal vez mejor que nosotros, ven que les indicamos. Desgraciadamente, por muy amena que intente ser, lo que no puedo evitar es repetirme pues la cultura tiene sus ciclos anuales que se cumplen con el rigor de algo que, en cierto modo, está relacionado con la agricultura, aunque como ocurre también en ésta, tengamos ya frutos en todas las estaciones. Labriegos somos, sí, pero con tecnología de punta.

La semana ha tenido un registro amable y en algún caso, con implicaciones personales. Empezaré por este último. Se trata de la presentación del primer libro del joven jefe de redacción de este periódico, Nacho García Mostazo. La metáfora del libro como parto, no por manida es menos eficaz, y eso lo sabemos las mujeres mejor que nadie. Me refiero a las mujeres que somos madres por partida doble: por el espíritu y por la carne. En el caso de los varones, escribir o "tener" un libro, es lo más cerca que van a estar nunca del embarazo y del parto, aunque es en menos doloroso. Pero la ansiedad, la espera, la
energía y la alegría son las mismas o muy parecidas. También la decepción o la pena, si la cosa se tuerce o se malogra. No ha sido este el caso y Nacho ha alumbrado una magnífica contribución a la historia del espionaje titulado muy acertadamente Libertad Vigilada. El espionaje de las comunicaciones.

El libro se presentó en la sede de la propia editorial, Ediciones B, a horas tan tempranas que parecían pensadas para desafiar la eficacia de los servicios analizados en esta obra. Conclusión: llegué tarde a una sala de prensa abarrotada hasta los topes y en la puerta me encontré con el mismísimo Baltasar Garzón, uno de los presentadores, que se marchaba ya, espero que para seguir espiando a los etarras y a los desalmados. Bendito sea. También había hablado César Vidal, autor del prólogo que, tengo que decirlo, me ha dejado algo desconcertada, pues en él atribuye el origen del espionaje a un factor no humano, la serpiente del jardín del Edén y para mí es como si descalificara una labor que considero muy meritoria y que, con todo respeto, yo remontaba hasta el mismísimo Dios, que lo ve todo. Pero él sabrá, que para eso conoce la Biblia al dedillo.

Otro acontecimiento al que también asistí, como dice mi lector hispanobelga, entre bastidores es al "barnizado" de la importante exposición que bajo el título de "Polonia fin de siglo (1890-1914)", reúne cuadros, grabados y libros de una nutrida serie de artistas polacos que tienen un reconocimiento internacional y cuyas obras se exponen en distintos Museos del mundo.

Llegada a este punto me veo en la obligación de explicar que eso del barnizado no es un neologismo, procedente de la traducción literal de vernissage, sino la forma en que se llama en castellano a la visita que hacen algunas personas (incluido el artista, si está vivo) el día anterior al de la inauguración oficial de una exposición, palabra además atestiguada en lo mejor de la literatura española, por eso me deja de piedra que no lo refleje el Diccionario de la Real Academia (en cambio la recoge Julio Casares, en su Diccionario ideológico de la lengua española). Sería interesante saber si la conocía Alvar, el predecesor en la Academia de Arturo Pérez Reverte y si, a su vez, la conce éste. Lo dudo. No puedo dejar de pensar con amargura que doña Emilia Pardo Bazán —quien la emplea con toda propiedad en su novela La Quimera y en varios artículos sobre arte— la habría podido introducir hace tiempo en el diccionario si sus "iguales" del momento, no hubieran considerado inapropiado que una mujer como ella entrara en la docta casa.


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