Menú
RECURSOS

Energía e impacto ambiental

La cuestión energética, uno de los problemas más importantes que existen hoy en día en el mundo, ha pasado a ser en España un asunto de trascendencia social, pues contemplamos, cada vez más alarmantemente, la mala gestión en la materia realizada hasta la fecha.

La cuestión energética, uno de los problemas más importantes que existen hoy en día en el mundo, ha pasado a ser en España un asunto de trascendencia social, pues contemplamos, cada vez más alarmantemente, la mala gestión en la materia realizada hasta la fecha.
Esta gestión, que se ha ido envenenando paulatinamente debido a las posiciones tendenciosas de unos y poco realistas de otros, ha culminado con la última propuesta del Gobierno: continuar con la moratoria nuclear y realizar fuertes inversiones en energías renovables (solar y eólica), costosas y de bajo rendimiento.
 
Cualquier tipo de explotación de combustibles fósiles tiene como resultado irreversible la emisión de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera. El carbón es el más contaminante de todos ellos, y sus reservas son limitadas. En el caso español, el carbón es escaso y tiene un alto contenido en azufre. En la producción de 1 kilovatio/hora de electricidad se emite 1 kg de CO2, cuya vida media en la atmósfera es de unos 100 años. Debido al contenido variable de azufre, se producen óxidos de azufre y, con temperaturas superiores a los 1.000 grados, surgen los óxidos de nitrógeno. Ambos se precipitan en forma de lluvia ácida sobre extensas regiones, que, lentamente, se van desertizando. El coste de generación de esta energía es de unos 4 ó 5 céntimos de euro por kilovatio hora, y el ecológico, otro tanto, por lo cual el coste económico real se duplica.
 
Lo más grave del uso de este recurso energético es un hecho que supera el concepto de impacto ambiental: el número de víctimas que anualmente se cobran las minas de carbón en todo el mundo. Estas cifras son preocupantes en el caso de China y, en un grado menor pero no menos importante, en Ucrania, Siberia y el Gran Norte ruso. La siniestralidad de la minería china es escalofriante. Se calcula unos 6.027 muertos en sus minas durante el año 2004 (hay fuentes que hablan de 4.153, o de muchos más), y otros 6.300 en 2003. Las cifras precisas no se sabrán nunca. En 2005 son ya numerosos los fallecidos a consecuencia de los accidentes en Xinhua, Hongqi, Jixi, Shanxi, Jiangyuan, Wuhai, Dongfeng, etcétera.
 
Durante la visita a España del presidente chino, Hu Jintao, el 13 de noviembre, eché de menos alguna manifestación en favor de estos trabajadores por parte de esos grupos de ecologistas que reivindican ruidosamente protección para las ballenas. He sido una ingenua: a los mineros chinos no los defiende nadie.
 
No obstante, el alto precio en vidas no sólo es una cuestión de países en vías de desarrollo. El promedio de muerte en los mineros norteamericanos es de unos 80 cada año, aparte de los múltiples pacientes de enfermedades pulmonares, como la silicosis.
 
Las reservas de petróleo son asimismo limitadas, y Arabia Saudí posee el 24%. También está su potencial accidentalidad, y los accidentes habidos hasta la fecha, provocados por el transporte de este crudo en buques-cisterna monocasco, han sido gravísimos en cuanto a contaminación terrestre. El peor de todos fue el vertido del Exxon Valdes, que derramó más de 40 millones de litros de crudo frente a Prince William Sound, en la costa de Alaska, el 24 de marzo de 1989, provocando una marea negra que se extendió a lo largo de más de 2.500 kilómetros de costa, lo que provocó una auténtica catástrofe para la fauna de aquellas latitudes. También podemos citar el vertido del Erika frente a las costas de la Bretaña francesa, en diciembre de 1999, y la mala suerte de nuestro país, con dos desgraciados accidentes: el del Mar Egeo, ocurrido el 3 de diciembre de 1992 frente a la entrada del puerto de La Coruña, y el del Prestige, el 14 de noviembre de 2002. Este último fue un ejemplo de solidaridad española ante el drama de la querida Galicia.
 
El gas natural es el menos contaminante de los combustibles fósiles. Las reservas son mayores que las de petróleo, pero también limitadas, y Rusia posee el 36%. En la producción de 1 kilovatio/hora se emiten 0,5 kg de CO2, la mitad que en el caso del carbón, y su coste de generación es de unos 3 ó 4 céntimos de euro por kWh. El coste ecológico es de aproximadamente la mitad, por lo que el coste real es aproximadamente la mitad del correspondiente al carbón. Sin embargo, la otra cara es el número de víctimas que causan anualmente las explosiones de gas en todo el mundo y, en particular, en nuestro país. Ahí están los dos accidentes de Repsol YPF en Puertollano, en 1996 y 2003, con un total de 13 muertos y varios heridos, etcétera. Otro problema del gas es la posibilidad de un atentado terrorista a un butanero durante su descarga en un muelle próximo a un núcleo importante de población, pues produciría un daño previsible mayor que un ataque a cualquier otro tipo de instalación energética (presa, central nuclear, etcétera).
 
La energía solar, que científicamente es energía nuclear, ya que el sol es un inmenso reactor de fusión nuclear, es muy útil para calentar agua y puede ser utilizada en pequeñas empresas y casas unifamiliares. La energía solar fotovoltaica puede utilizarse en casos específicos que requieran poco consumo energético, por ejemplo, en las balizas o señales luminosas nocturnas de carretera.
 
La energía eólica es la más limpia de las consideradas en la actualidad y la más aceptada popularmente, debido a la manipulación de la información, llevada a cabo de distintas formas. Una de ellas se practica, de modo subliminal, en algunas cadenas de televisión, donde a cada rato sale un fondo de aerogeneradores y niños jugando al balón agradablemente. El problema de esta energía es que en España existen pocas zonas de interés eólico (con más de 2.000 horas de utilización o funcionamiento al año); son, principalmente, el Estrecho de Gibraltar, Galicia, el Prepirineo y el Macizo Ibérico.
 
Se prevé que en 2012 puede haber instalados aerogeneradores con una potencia total de 23.000 megavatios eléctricos, y, extrapolando las horas de utilización de los últimos años, se prevé que no alcancen las 1.500 horas de utilización o funcionamiento al año.
 
Teniendo en cuenta que una central nuclear tiene un factor de utilización de unas 8.300 horas al año, la energía total generada por todos estos aerogeneradores que se pretenden instalar en 2012 es análoga a la que producirían únicamente tres centrales nucleares de 1.400 megavatios eléctricos cada una. Aquí viene parte del problema, pues, aparte de lo ineficaz que resulta su uso en países como España, suponiendo que las horas de utilización al año sean 1.500, su coste de generación, igual al total (suponiendo nulo su coste ecológico) sería de unos 10-12 céntimos de euro por kilovatio/hora. Además del otro grave problema que suponen las fuertes oscilaciones de la energía producida.
 
La energía hidroeléctrica tiene la ventaja de ser una energía limpia con un coste muy competitivo. No obstante, lleva asociado un gran impacto social, pues conlleva la inundación de valles y tierras, estas últimas, en general, de regadío. La pérdida de dichas tierras y el desplazamiento forzoso de pueblos enteros, por muy compensados que estén económicamente, suponen una inversión de capital que en muchos casos es prohibitivo. Las presas se han cobrado también sus víctimas. Quizá el accidente más significativo en España fue la rotura de la de Tous, en Valencia, ocurrido el 23 de octubre de 1982 y que provocó la muerte de 40 personas; y miles se quedaron sin hogar.
 
La energía de fisión nuclear no produce gases de efecto invernadero y tiene pendiente la respuesta sobre qué hacer definitivamente con los residuos radiactivos. Las posibilidades planteadas implican su enterramiento profundo en lugares sísmicamente estables y de humedad reducida o, preferentemente, transmutarlos en isótopos estables o de baja actividad, empleando un acelerador de partículas. El coste de generación es de unos 2 céntimos de euro por kilovatio/hora, y el total, un 10-15% más, por lo que resulta la energía más barata que puede producirse actualmente, y en un futuro próximo y medio.
 
Así quedó el reactor de Chernobyl.La vecina Francia, que ha demostrado tener una gran responsabilidad histórica, aunque ahora esté bajo mínimos, como nosotros, apostó hace tiempo por la energía nuclear y le va bastante mejor.
 
En los 55 años de uso de esta energía, el único accidente relevante ha sido el de Chernobyl, el 23 de abril de 1986. Para entender este accidente hay que conocer cómo se hacían las cosas en la antigua Unión Soviética, un país gangrenado por un sistema político altamente corrupto que sucumbió por descomposición interna en 1991. Chernobyl fue el resultado de la utilización de un reactor nuclear moderado por grafito y refrigerado por agua que se desarrolló durante la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos y la Unión Soviética para la producción de plutonio para las bombas. Era un reactor no apto para fines comerciales, ya que era inestable durante el arranque (el coeficiente de reactividad por temperatura es positivo).
 
Estados Unidos lo desmanteló durante la posguerra, mientras que la URSS lo transformó en reactores productores de energía eléctrica, los cuales nunca habrían sido autorizados en países occidentales. Para compensar esta grave inestabilidad, la URSS instaló en cada uno de ellos un sistema de control electrónico. El accidente se produjo cuando el jefe de operación de la central nuclear realizó un experimento no permitido, desconectando el sistema electrónico y arrancando la central manualmente. Ocurrió lo que tenía que ocurrir: se fundió el núcleo del reactor, liberándose a la atmósfera gran cantidad de aerosoles radiactivos. Aquello de "los experimentos, con gaseosa" no era conocido por allí.
 
Tras varios informes emitidos hasta la fecha, finalmente la Organización Mundial de la Salud (WHO/IAEA/UNDP) ha hecho público un comunicado, fechado el 5 de septiembre de 2005 en Ginebra, en el que se hace referencia al último informe de las Naciones Unidas, en el que, veinte años más tarde, se informa con precisión de que han sido menos de 50 personas las fallecidas como consecuencia del accidente: 30 en el mismo momento de la explosión, algunas de ellas bomberos que acudieron a sofocar el incendio, y el resto durante estos 20 años. Esperemos que este informe, emitido por el organismo internacional más solvente en la materia, sirva para que todas esas organizaciones de ecologistas y algunas ONG, que abyectamente han hablado de cientos de miles de muertos para denostar el sector nuclear, vean que su demagogia cada vez convence a menos gente y que a nosotros nos aburre.
 
El problema energético se resolverá cuando pueda comercializarse la energía de fusión nuclear, que es la energía de las estrellas y, en particular, de nuestro sol. Es posible que para mediados o finales de este siglo estén ya operativos los primeros reactores.
 
 
Natividad Carpintero Santamaría, profesora titular de la Universidad Politécnica de Madrid y miembro de la Academia Europea de Ciencias.
0
comentarios