Saramago es una de las figuras relevantes del ámbito literario que se han sumado al bando del revisionismo afirmando que la Shoá nunca sucedió. Lo hizo hace unos cuantos años, cuando comparó Ramala, territorio dominado por la Autoridad Palestina, todavía en la era Arafat, con el campo de exterminio de Auschwitz. Ahora Vargas Llosa se suma con un argumento negacionista semejante:
Son esos pobres infelices, niños y viejos y jóvenes, privados ya de todo lo que hace humana la vida, condenados a una agonía tan injusta y tan larval como la de los judíos en los guetos de la Europa nazi, los que estaban siendo masacrados por los cazas y los tanques de Israel, sin que ello sirviera para acercar un milímetro la ansiada paz,
ha escrito en el artículo "Morir en Gaza", publicado por el diario argentino La Nación el pasado día 24, refiriéndose a los habitantes palestinos de Gaza.
Lo que Saramago nos dijo entonces, y Vargas Llosa repite ahora, es que la Shoá fue lo siguiente: los judíos no estaban de acuerdo con la existencia de Alemania, por lo tanto atacaron el territorio alemán, desde los países vecinos y con objetivos específicamente civiles, matando una y otra vez civiles alemanes. Frente a esto, Alemania se alzó contra los terroristas judíos y, en el combate, también mató civiles judíos, aunque sus blancos eran exclusivamente militares y siempre fue mayor la proporción de militares enemigos muertos que la de civiles. También avanza Vargas Llosa, con esta comparación, que Alemania intentó varias veces hacer la paz con los judíos, pero estos, conducidos por un liderazgo irredento, se negaron a aceptarla, proponiendo en cambio, una y otra vez, la destrucción de Alemania. Curiosamente, siguiendo la lógica de Vargas Llosa, que compara a los palestinos de Gaza con los judíos de los guetos de la Europa nazi, en la Alemania que nos pinta Vargas Llosa vivían un millón y medio de judíos con plenos derechos, que jamás fueron siquiera molestados por la población no judía de Alemania. (Como viven más de un millón y medio de árabes palestinos, con plenos derechos, en el Israel contemporáneo).
Siempre según Vargas Llosa, los judíos de los guetos de Europa tenían acceso a toda la prensa de las democracias occidentales, y de los países del Eje también, como hoy los palestinos de Gaza gozan del apoyo de la mayoría de los medios de comunicación y de los intelectuales del mundo libre, y también de los países dictatoriales como Irán y Siria, y su causa era profusamente difundida y defendida de una punta a otra de la Tierra.
Para concluir, según Vargas Llosa, los nazis no fueron los peores enemigos de los judíos en el período 1939-1945, sino que fueron otros países los principales asesinos de judíos, ya que si comparamos a los israelíes con los nazis tendríamos que buscar en la ficción alguna tabla comparativa para los jordanos y los sirios, que mataron muchos más palestinos que los israelíes en mucha menor cantidad de tiempo.
En fin, volvamos a la realidad, pues Vargas Llosa, tal vez obnubilado por la necesidad del Nobel, pierde de vista algunos datos que sin duda conoce, aunque más no sea en su condición de telespectador:
Los judíos del Gueto de Varsovia dispararon contra los nazis sólo porque no querían morir indefensos; mientras que si los palestinos no disparan contra los israelíes, simplemente los israelíes no disparan. Los judíos del Gueto de Varsovia no tenían la más mínima ilusión de vivir, sólo aspiraban a morir en paz consigo mismos; mientras que los palestinos, desde 1948 y hasta nuestros días, tienen la posibilidad de elegir vivir en su propio Estado, en paz con Israel.
En su acceso a los alimentos, a la información y a la salud hay la menor relación entre los palestinos de Gaza y los judíos exterminados en Europa. Bastaría con simples estudios científicos, con una sencilla cuenta matemática.
No hace falta negar la Shoá para defender a los palestinos. No hace falta negar la Shoá para atacar a Israel. No sólo si Israel se comportara como los nazis este conflicto nunca hubiera existido, sino que bastaría que Israel se comportara como Jordania o Siria para que este conflicto no existiera. Si existe un conflicto palestino-israelí es precisamente por el comportamiento humanitario de Israel, desde el 48 hasta nuestros días, en contrastante diferencia con las potencias occidentales y árabes en las respectivas fundaciones de sus Estados. De haber perdido Israel una sola de sus guerras, comenzando por la del 48, en la que murió el 1 por ciento de la población judía de entonces, huelga aclarar que no habría conflicto palestino-israelí, porque sencillamente Israel no existiría. Por supuesto, continuarían los conflictos entre los déspotas del Medio Oriente, ya que las matanzas en la zona –por dar sólo un caso: el millón de muertos en la guerra que libraron Irán e Irak en los 80– son mucho más frecuentes y sangrientas que cualquier conflicto árabe-israelí.
Nunca, en toda su historia, el ejército del Estado de Israel mató voluntariamente a un niño palestino. Eso no admite discusión. Pero sí podríamos discutir el comportamiento israelí respecto a los derechos humanos de los terroristas.
En 1984 dos terroristas palestinos secuestraron un autobús israelí, colmado de pasajeros, que viajaba de Tel Aviv a Ashkelón, con la intención de llevarlo a Gaza. En un control del ejército, luego de un tiroteo, los terroristas fueron neutralizados y el autobús recuperado. El ejército de Israel anunció que los terroristas habían muerto en combate. Los fotógrafos de los periódicos israelíes, sin embargo, advertidos del incidente, alcanzaron a fotografiar a los terroristas vivos, en manos de las autoridades militares israelíes. Las fotografías y la información que contradecía la brindada por el ejército se publicaron al día siguiente en los principales periódicos de Israel.
El suceso causó un escándalo nacional. En inglés, un uproar. La opinión pública israelí y los distintos escalafones militares y políticos permanecieron en estado de conmoción hasta que los sospechosos fueron debidamente juzgados y varias carreras, militares y políticas, resultaron arruinadas por aquel evento. La propia prensa libre de Israel obligó a su ejército y a su gobierno a mantenerse en el camino de la legalidad. Los militares y políticos israelíes no intentaron matar a los periodistas que revelaron la verdad: lo que intentaron fue recuperar inmediatamente el camino de la legalidad, incluso contra sus peores enemigos. Y esto no fue antes del 1967, en ese Israel al que Vargas Llosa recuerda –en cada uno de sus artículos– haber defendido; fue en 1984, cuando ya no lo defendía más. Israel sigue siendo el mismo, un país democrático y legal que no sólo no masacra a los palestinos como lo hicieron los nazis con los judíos, sino que intenta, desde 1993, incentivarlos a fundar su propio Estado, separado de Israel y en armónica convivencia no sólo con Israel, sino con su vecinos Egipto y Jordania, quienes los dominaron entre 1948 y 1967 y están mucho menos dispuestos a colaborar con ellos en ningún orden: ni en el de la libre circulación, ni en el económico ni en el político.
¿De qué estamos hablando, entonces, cuando comparamos a los palestinos con los judíos y a los israelíes con los nazis? No se está acusando a Israel de nazi, como lo hace Vargas Llosa, por lo que los israelíes hacen; se le acusa de nazi porque el grueso de sus habitantes son judíos. Antes, hasta el 67, cuando Vargas Llosa defendía a Israel, ser nazi era matar judíos; ahora, lo nazi es lo que haga Israel. Si Hamás publicita su propósito de asesinar a todos los judíos del mundo, eso es liberación nacional y social. Pero si Israel mata a un terrorista de Hamás, eso es nazi. No se acusa a los judíos de ser nazis por su comportamiento, sino por ser judíos: para deslegitimar su historia y su presente. Y para negar el pasado en general.
La comparación de Vargas Llosa tiene un propósito siniestro: todo el mundo puede ver que Israel no sólo no practica ningún genocidio contra los palestinos, sino que en Cisjordania, donde la Autoridad Palestina ha decidido no disparar más contra civiles israelíes ni poner bombas en Israel, la situación política, social y económica es una de las mejores desde el 2001. Pero los niños y los adolescentes no necesariamente están familiarizados con la Shoá: de modo que creerán, como lo enseña Vargas Llosa, que la Shoá fue una guerra de los judíos contra los alemanes en la cual murieron mil judíos, entre combatientes y civiles, aunque más combatientes que civiles. Lo que hace Israel no es nazi, pero difundir esa falacia lo es.
" (…) y una crítica a esos intelectuales progresistas, como Amos Oz y David Grossman, que, antes, solían protestar con energía contra hechos como el bombardeo de Gaza y ahora, tímidamente, reflejando la involución generalizada de la vida política israelí, sólo se animan a reclamar la paz", escribe Vargas Llosa.
¿Cuándo han hecho otra cosa Grossman y Oz que no sea reclamar la paz? Oz, en particular, defendió a Israel, como soldado, en el 67, y fue un avanzado en reclamar la división en dos Estados para dos pueblos. Siempre ha mantenido las mismas posiciones, contra viento y marea: defender el derecho de Israel a la existencia y a la seguridad y reclamar la creación de un Estado palestino. ¿Qué deben reclamar Oz y Grossman, según Vargas Llosa, que no sea la paz? ¿Deben reclamar que Israel no se defienda? ¿Qué debería pedir Grossman, que perdió un hijo en la lucha contra los terroristas de Hezbolá, según Vargas Llosa? ¿Por qué está mal que reclamen por la paz?
En mi novela Tres mosqueteros un personaje dice, más o menos, que el marxismo es un virus que corroe la inteligencia. Alguna vez Vargas Llosa lo padeció, y luego logró desembarazarse de él. Pero el antisemitismo es un virus mucho más persistente, sobre todo si sirve para fungir de progresista. Vargas Llosa declama: "Nadie me lo ha contado, no soy víctima de ningún prejuicio contra Israel, un país que siempre defendí, y sobre todo cuando era víctima de una campaña internacional orquestada por Moscú, que apoyaba toda la izquierda latinoamericana". La verdad, los judíos que apoyamos la existencia del único Estado judío del mundo, y que sabemos que de él depende nuestra libertad, nuestra seguridad y nuestras vidas, no necesitamos el apoyo de Vargas Llosa, ni en el 67 ni ahora. Sólo necesitamos que no difunda mentiras infamantes. Sólo necesitamos que no niegue la Shoá.
MARCELO BIRMAJER, escritor argentino.