Conocí personalmente a Mario Vargas Llosa en Lima, a fines de los años ochenta, aunque había leído con creciente admiración casi todos los libros que hasta entonces había publicado. Me lo presentó un amigo común, Alfredo Barnechea, talentoso ensayista. En ese primer encuentro yo quería, fundamentalmente, darle las gracias por su permanente defensa de los perseguidos cubanos. Ahora voy a aprovechar para hacerlo públicamente.
Mario –junto a Plinio Apuleyo Mendoza y otros amigos procedentes de la izquierda– había comenzado a respaldar a los disidentes cubanos en 1971 tras la detención del poeta Heberto Padilla. Desde entonces, cada vez que se presentaba la triste necesidad de protestar contra la dictadura comunista cubana por algún atropello, por algún crimen, por alguna violación flagrante de los derechos humanos, ahí estaba Mario en primera fila alzando su voz, dando su firma y comprometiendo su prestigio, comportamiento que reiteró con especial generosidad mientras presidió el Pen Club Internacional.
Créanme que esa actitud no es frecuente ni fácil. Desde la creación de la URSS, en 1917, existe un implacable aparato de difamación que intenta destruir la reputación de cualquier persona que denuncia los crímenes cometidos por los defensores del marxismo-leninismo, gentes supuestamente consagradas a la redención de los humildes.
Hace un año publicamos un volumen de ensayos, El otro paredón, dedicado a explicar cómo funciona lo que en inglés llaman character assassination, obra organizada por el historiador Juan Antonio Blanco.
Ahí se describe cómo los oponentes de la dictadura castrista son inmediatamente vilipendiados y desprestigiados a fin de acallarlos o silenciar sus denuncias sin siquiera examinarlas. Los "gusanos" no tienen derecho a nada. Los gusanos pueden y deben ser aplastados sin piedad.
Es muy fácil combatir a los tiranos y a los déspotas de la derecha. Se espera, y es razonable, que los intelectuales sean antifranquistas, antipinochetistas o antibatistianos, pero es mucho más peligroso oponerse a las tiranías de izquierda. Eso suele tener un alto costo.
Hay personas sin demasiado talento que han hecho carrera como antifascistas, pero no conozco a nadie que haya conseguido prevalecer como anticomunista, pese a que, objetivamente, las dictaduras comunistas han sido igualmente repugnantes y asesinas, sólo que han durado mucho más tiempo.
En la Francia de los años treinta fueron llevados a los tribunales y acusados por difamación unos rusos blancos que denunciaron el Gulag creado por Stalin en la Unión Soviética. Hoy, los venezolanos que denuncian los horrores del desgobierno chavistas son calificados como sirvientes de la burguesía y agentes del Imperio.
La dictadura cubana, sistemáticamente, por medio de su enorme aparato de propaganda, lleva décadas acusando a todas las personas que se le oponen, cubanas o no cubanas, de agentes de la CIA, terroristas, vendidos al gran capital o cipayos del imperialismo yanqui.
Entre esas personas, naturalmente, está Mario Vargas Llosa, quien ha sido un blanco frecuente de todo género de ataques. También, en su momento, lo fueron Octavio Paz, Jorge Edwards, Enrique Krauze, Marcos Aguinis y cualquier intelectual o artista relevante que se haya atrevido a denunciar los crímenes cometidos por la dinastía militar castrista.
Ese alto costo a veces pasa a mayores y se convierte en agresiones físicas. Recuerdo la creación de la Fundación Hispano Cubana en Madrid, en medio de actos violentos organizados por la embajada cubana con el auxilio de comunistas locales. Hicieron rodar por el suelo a una señora septuagenaria de la oposición y le lastimaron las piernas, mientras llovían huevos e insultos contra los asistentes, entre los que estaba, por supuesto, Mario Vargas Llosa.
Recuerdo el peligroso ataque a los liberales reunidos en Rosario, y muy concretamente al autobús en el que viajaban Mario y otros amigos y correligionarios. Trataron de volcar y de incendiar el autobús. Aquellos fanáticos estaban dispuestos a asesinar a sus adversarios ideológicos, pero no a tratar de debatir sus argumentos.
Lo que quiero decir es que la defensa de la libertad, cuando se trata de Cuba o de cualquier dictadura de izquierda, incluido el engendro chavista, no es un grato ejercicio intelectual de salón, sino una tarea que conlleva un alto precio que Mario y otras figuras honradas y decentes como él siempre han estado dispuestas a pagar, aun al costo de sacrificar prestigio y honores.
Hoy, el Instituto Juan de Mariana ha decidido premiar a este extraordinario escritor por toda una vida dedicada a la defensa de la libertad. Yo, como cubano, quiero dar testimonio agradecido de que Mario siempre nos ha acompañado en esta viejísima batalla en la que ya se han consumido tres generaciones de mis compatriotas. Quiero reiterar que su pluma siempre nos ha respaldado. Que su mano siempre ha estado extendida para nosotros. Que ha sido nuestro amigo en las horas más negras de la nación cubana.
Gracias, querido Mario. Gracias, querida Patricia, su permanente cómplice en esta lucha infinita. Sólo sueño en que algún día, en Cuba, podamos darte un homenaje como éste.
NOTA: Este texto es el discurso que pronunció CARLOS ALBERTO MONTANER el pasado jueves en la Cena de la Libertad, en la que se hizo entrega a MARIO VARGAS LLOSA del premio Juan de Mariana 2012.