El difunto Alexander Solzhenitsyn dio en el clavo cuando apuntó: "El tibio mundo civilizado no ha encontrado nada con lo que hacer frente al ataque de la barbarie súbitamente rediviva, excepción hecha de la cesión y la sonrisa". El Nobel ruso escribió estas líneas mucho antes de que Barack Obama se convirtiera en presidente de los Estados Unidos: su Administración es una firme partidaria del enfoque cesiones y sonrisas a la hora de tratar con enemigos implacables. Europa Occidental nos lleva ventaja, pero hemos metido la directa y estamos a un tris de alcanzarla.
La liberación de un terrorista archiasesino –al que recibieron como un héroe en Libia– demuestra que el presidente Obama no es el único que quiere alejarse de la idea de la guerra contra el terror, como si eso fuera a detener la guerra que los terroristas nos han declarado.
La razón esgrimida para la puesta en libertad de Al Megrahi fue la compasión para con este sujeto, enfermo terminal. No deja de ser una ironía que se haya dicho eso en Escocia, donde hace 250 años Adam Smith afirmó que la clemencia para con el culpable no es sino "crueldad para con el inocente".
Por lo visto, también en América hemos olvidado la lección: mucha gente parece estar mucho más preocupada de si somos lo bastante educados con los terroristas asesinos que están bajo nuestra custodia de lo que esa misma gente lo ha estado jamás por los inocentes que han sido decapitados o descuartizados por esos mismos terroristas. Trágicamente, entre quienes sufren esta extraña inversión de los valores se cuenta el fiscal general de los Estados Unidos, Eric Holder.
Aunque el presidente Obama ha dicho que no quiere mirar atrás, los hechos entran en frontal contradicción con sus bellas palabras. Sea como fuere, no se trata sólo de mirar atrás: la decisión de poner en tela de juicio a agentes de la CIA que han obtenido información que ha salvado vidas americanas es peor aún si se mira hacia delante.
Dentro de unos años, mucho después de que Barack Obama haya dejado de ser presidente, los agentes de la CIA que se enfrenten a terroristas duros como el pedernal tendrán que preocuparse de si luego de salvar vidas americanas habrán de verse perseguidos; de si su misión les va a acabar suponiendo el final de su carrera. Esto no es sólo una injusticia para con aquellos que han intentado protegernos: es un peligro que se hace pender sobre los americanos del futuro, cuya seguridad no siempre va a poder garantizarse tratando con la mejor de las maneras a asesinos despiadados.
Aquellos que piden que se persiga judicialmente a los agentes de la CIA pueden hablar de respeto a la ley, pero lo cierto es que lo suyo nada tiene que ver con el respeto a la ley. Ni la Constitución de los Estados Unidos ni la Convención de Ginebra dan derechos a los terroristas que se sitúan al margen de la legalidad.
Hubo un tiempo en que todo el mundo entendía esto. Los soldados alemanes que, en plena Batalla de las Ardenas, se ponían uniformes americanos con el fin de infiltrarse en las líneas enemigas, si eran descubiertos se les fusilaba... y a otra cosa. El ejército americano no ocultaba los hechos; es más, las ejecuciones se grababan (recientemente han sido emitidas en History Channel).
Tantos derechos han surgido de la nada, que mucha gente parece desconocer que los derechos y las obligaciones se derivan de leyes concretas, no de vaguedades políticamente correctas. Si usted no cumple los términos de la Convención de Ginebra, entonces la Convención de Ginebra no le ampara. Si usted no es un ciudadano americano, entonces los derechos garantizados a los ciudadanos americanos no le son de aplicación. Esto último debería tenerlo meridianamente claro si usted fuera parte de una red internacional dedicada a matar americanos.
Extremar la educación y las buenas maneras con nuestros enemigos es una de las muchas mercedes que prodigan los ungidos que nos han tocado en suerte; pero lo cierto es que lo que resulta profundamente inmoral es dejar que otros mueran para que uno pueda sentirse encantado de haberse conocido. También lo es traicionar al país que se ha jurado defender.
© Creators Syndicate Inc.
La liberación de un terrorista archiasesino –al que recibieron como un héroe en Libia– demuestra que el presidente Obama no es el único que quiere alejarse de la idea de la guerra contra el terror, como si eso fuera a detener la guerra que los terroristas nos han declarado.
La razón esgrimida para la puesta en libertad de Al Megrahi fue la compasión para con este sujeto, enfermo terminal. No deja de ser una ironía que se haya dicho eso en Escocia, donde hace 250 años Adam Smith afirmó que la clemencia para con el culpable no es sino "crueldad para con el inocente".
Por lo visto, también en América hemos olvidado la lección: mucha gente parece estar mucho más preocupada de si somos lo bastante educados con los terroristas asesinos que están bajo nuestra custodia de lo que esa misma gente lo ha estado jamás por los inocentes que han sido decapitados o descuartizados por esos mismos terroristas. Trágicamente, entre quienes sufren esta extraña inversión de los valores se cuenta el fiscal general de los Estados Unidos, Eric Holder.
Aunque el presidente Obama ha dicho que no quiere mirar atrás, los hechos entran en frontal contradicción con sus bellas palabras. Sea como fuere, no se trata sólo de mirar atrás: la decisión de poner en tela de juicio a agentes de la CIA que han obtenido información que ha salvado vidas americanas es peor aún si se mira hacia delante.
Dentro de unos años, mucho después de que Barack Obama haya dejado de ser presidente, los agentes de la CIA que se enfrenten a terroristas duros como el pedernal tendrán que preocuparse de si luego de salvar vidas americanas habrán de verse perseguidos; de si su misión les va a acabar suponiendo el final de su carrera. Esto no es sólo una injusticia para con aquellos que han intentado protegernos: es un peligro que se hace pender sobre los americanos del futuro, cuya seguridad no siempre va a poder garantizarse tratando con la mejor de las maneras a asesinos despiadados.
Aquellos que piden que se persiga judicialmente a los agentes de la CIA pueden hablar de respeto a la ley, pero lo cierto es que lo suyo nada tiene que ver con el respeto a la ley. Ni la Constitución de los Estados Unidos ni la Convención de Ginebra dan derechos a los terroristas que se sitúan al margen de la legalidad.
Hubo un tiempo en que todo el mundo entendía esto. Los soldados alemanes que, en plena Batalla de las Ardenas, se ponían uniformes americanos con el fin de infiltrarse en las líneas enemigas, si eran descubiertos se les fusilaba... y a otra cosa. El ejército americano no ocultaba los hechos; es más, las ejecuciones se grababan (recientemente han sido emitidas en History Channel).
Tantos derechos han surgido de la nada, que mucha gente parece desconocer que los derechos y las obligaciones se derivan de leyes concretas, no de vaguedades políticamente correctas. Si usted no cumple los términos de la Convención de Ginebra, entonces la Convención de Ginebra no le ampara. Si usted no es un ciudadano americano, entonces los derechos garantizados a los ciudadanos americanos no le son de aplicación. Esto último debería tenerlo meridianamente claro si usted fuera parte de una red internacional dedicada a matar americanos.
Extremar la educación y las buenas maneras con nuestros enemigos es una de las muchas mercedes que prodigan los ungidos que nos han tocado en suerte; pero lo cierto es que lo que resulta profundamente inmoral es dejar que otros mueran para que uno pueda sentirse encantado de haberse conocido. También lo es traicionar al país que se ha jurado defender.
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