Las declaraciones, discursos y prédicas que se han escuchado durante el 36 Congreso del PSOE dan el tono de la orientación ideológica que dirige los actuales destinos del socialismo en España y que pretende extenderse al conjunto de la sociedad. Hasta aquí, el estilo de la vieja izquierda: entender el Partido como vanguardia, guía y timón de las masas a quienes hay que tutelar y salvar, porque las pobres no saben lo que quieren ni lo que hacen. Pero el bucle, la pirueta, que protagoniza la actualizada versión de la nueva izquierda consiste en proclamar lo contrario, mientras se mantiene el fondo sustancial de la creencia presuntamente revolucionaria, dando la impresión de que se sigue lo que quiere la gente. Lo viejo y lo nuevo quedan reunidos así como expresión de un juego político de realidad y apariencia, materia y forma, fondo y superficie, que por lo visto satisface a muchos y beneficia a unos pocos, pero muy bien colocados.
Míralos, pásalo, ahí están los socialistas de hoy en día sobre el escenario, como un chorus line desentonado, revuelto y desalineado por efecto de los federalismos asimétricos, las cuotas de poder y género con unos kilos de más, vestidos a la moda e instalados en la postmodernidad, mientras desentierran muertos de la Guerra Civil y desembalsaman a Pablo Iglesias. Míralos, pásalo, cantando o farfullando La Internacional: unos, puño en alto; otros, puños fuera; los de más acá, en posición de firmes; lo de más allá, de brazos cruzados; todos, en suma, felices de haberse conocido y reunido otra vez para seguir durando. Aunque a mí, más que nada, este número de revista me sugiere un reestreno de Viva la gente (Up with people), aquel grupo musical multicultural, multicolor y multilateral que durante los años sesenta promovían la paz por todo el mundo y en todas las lenguas con la fuerza de sus jóvenes gargantas y sus corazones solidarios. Los más mozos quizás no los recuerden bien, pero quién no reconoce aquel estribillo que decía: “¡Viva la gente! / La hay donde quieras que vas. / ¡Viva la gente! / Es lo que nos gusta más. / Con más gente a favor de gente, /en cada pueblo o nación. / Habría menos gente difícil /y más gente con corazón.”
Pues esto es lo que dice la gente, y he aquí asimismo la esencia del recetario presentado por el secretario general del PSOE en la inauguración de su último conclave: “La receta para seguir jóvenes con 125 años es tener los pies en el suelo, la mirada alta, el corazón a la izquierda y el oído atento a lo que dice la gente. Quiero que el partido no sea el eco del Gobierno, que le dé sin más el respaldo, sino la voz de la gente. Quiero que sea exigente con el Gobierno y que esté cerca de la gente, que le diga en cada momento lo que piensa la gente”. ¿Se puede ser más teatral, fatuo y fachendoso? ¿Y más pesado y cargante? Menos de diez líneas de texto y cuatro menciones a la gente antes de dar la vuelta al ruedo. En el discurso de clausura, la voz de la gente dio paso a la voz "ciudadanía", a los ciudadanos y ciudadanas, pero, qué más da, si todo es lo mismo: vox populi y cantos a la congregación. ¿Discurso inocente, en fin? No, discurso envenenado.
Tengo para mí que los discursos de Zapatero se los escribe Vallespín, quien, junto a otros miembros selectos del Club de los Catedráticos, como Peces-Barba, Victoria Camps et alii, alecciona a ZP sobre "republicanismo", "socialismo libertario", "humanismo cívico", "socialismo de los ciudadanos" y sobre una idea de "ciudadanía" presuntamente virtuosa y vigorosa, pero que se quiere supersubvencionada y superfragilística, como diría Carme Chacón. De esta guisa queda compuesto el fundamento de la doctrina con alma de Robespierre y cuerpo serrano, ayer de Espartaco y hoy de Gladiator (la imagen es del mismo Zapatero; es su ídolo). Cosas del nuevo socialismo o de la nueva vía, o que sé yo. Hoy, el obrerismo, la UGT y los think tank de Alfonso Guerra ya no mandan y han dado paso al oráculo de los intelectuales funcionarios de Prisa a la hora de diseñar estrategias, asegurar planes de pensiones y fastidiar al PP y a la derecha.
Pero, ¿qué es la gente? Eso mismo se preguntaba hace más de cincuenta años José Ortega y Gasset en su obra otoñal El hombre y la gente: "Pero, ¿quién hace lo que se hace? ¡Ah! Pues la gente. Bien, ¿pero quién es la gente? ¡Ah! Pues todos, nadie determinado. Y esto nos lleva a reparar que una enorme porción de nuestras vidas se compone de cosas que hacemos no por gusto, ni inspiración, ni cuenta propios, sino simplemente porque las hace la gente, y como el Estado antes, la gente ahora nos fuerza a acciones humanas que provienen de ella y no de nosotros". ¡Ah, el perspicaz Ortega se las sabía todas! He aquí el actualizado recurso de las antañonas ideas socializantes que se esfuerzan por fijar los resortes de la acción y del poder en instancias externas al individuo, a fin de librarlo de todo mal y desarmarlo moral y políticamente. Se mueren por vaciar al individuo de contenido, poniendo en su lugar a "ese sujeto imposible de capturar, indeterminado e irresponsable, que es la gente, la sociedad, la colectividad".
¿Qué es lo que se descubre tras tamaña operación de desguace, de destrucción de la individualidad y de la excelencia? Pues, algo sencillo y muy simple, a ras de suelo, a la altura del betún, con el corazón en las tinieblas y los oídos sordos: un ser minusválido que busca protegerse de la vida merced a políticas, instituciones y leyes sociales, y que vota socialista: "soy un autómata social, estoy socializado".
¿El saldo del Congreso? Un Gladiator tranquilo, con buen talante, sonriente y durmiente, apasionado de la paz y la gente. En el fondo, desarmado, los brazos en alto, pero no por ello menos inocente y desalmado que Rubalcaba: "¡Ah! ¿Entonces será lo característico de la gente, de la sociedad, de la colectividad, precisamente que son desalmadas?"