Que la izquierda española –o mejor, con sede en Ferraz– se encuentra en una profunda crisis existencial y de adaptación a la realidad exterior, que le lleva a porfiar en la rabieta permanente, la arrogancia, la rebeldía, el delirio, la paranoia y la deslealtad, todo ello adobado con hipocresía y cinismo, es un diagnóstico al que no se resistirá ni el Doctor No, remoquete con el que aquí hemos premiado a Rodríguez Zapatero en reconocimiento a su esforzada labor como líder de la Oposición. Aunque lo más probable es que lo hiciera –negarlo todo, digo–a fin de seguir llevando la contraria.
Todos esos síntomas, y más, pueden encontrarse compendiados en el escrito modélico de Gregorio Peces-Barba Martínez publicado por El País (¿dónde si no?) bajo el título de “La dignidad de la política” (5/9/2003). Todo lo que ustedes siempre quisieron saber sobre el proyecto socialista y no se atrevieron a preguntar lo tienen ahora vulgarizado para que lo entienda hasta el más tonto en este manifiesto socialista del catedrático de Filosofía del Derecho, “padre fundador” de la Constitución Española de 1978, ex-presidente del Congreso de los Diputados (1982-1986), rector de la Universidad Carlos III de Madrid, militante del PSOE y comentarista político.
Para empezar, confiesa el autor su consternación y “un disgusto muy profundo” al comprobar cómo un personaje público, del que se suponían comportamientos más ponderados, ha caído tan bajo. Y que nadie se sorprenda ni confunda, pues la alusión va dirigida a otra persona, a Esperanza Aguirre, por la descortesía, indignidad y falta de respeto con que trató durante la crisis de la Asamblea de Madrid a Rafael Simancas, jefe de la ya inolvidable FSM, “y también hijo de emigrantes económicos a Alemania”. La primera, en la frente populista. Para el magnífico rector, los socialistas no sólo deben ser reconocidos como los legítimos representantes de los pobres trabajadores y los “descamisados” –y empeñados en que éstos sean cada vez más pobres– sino también como sus embajadores en la Tierra. Esta vocación benefactora de la Humanidad tal vez no se vea confirmada por la experiencia, pero es indiscutible y sincera en el terreno de la conciencia y las buenas intenciones, el deber y la voluntad racional, que son como todo el mundo sabe –haya estudiado o no en la universidad–, los principales fundamentos del discurso político. Porque el esquema está tan claro como unos apuntes de Facultad de Ciencias Políticas, y recogido, por otra parte, en muchos de ellos: la ilusión trascendental del socialismo encarna, con exclusividad de funcionario, la vinculación necesaria entre “moralidad pública”, “dignificación de la política” e “interés general”, mientras que los actuales “conservaduros” del PP acumulan todos los atributos de la corrupción y la indignidad políticas, los “intereses espurios” y los privados. El PP es indigno, en fin, porque “no sólo no tiró de arriba del PSOE” cuando lo de la trama de Madrid, como hubiesen hecho los dignos en caso contrario, sino porque, con gran falta de respeto hacia los otros, sólo buscaba ganar las elecciones.
El moralismo político y el maniqueísmo demagógico están servidos de la manera más burda y machacona que uno se pueda imaginar. Y como queriendo llevar adelante la praxis propagandística de repetición de cuñas publicitarias hasta que calen en el gran público, la gente y la opinión pública, en el texto se machacan más de diez veces, cada una, las palabras “dignidad” y “respeto”. Para aportar fundamentos intelectuales de mayor calado y testimoniar así que las fuerzas del Progreso –y de Progresa con Prisa–, como las ciencias, evolucionan que es una barbaridad, el rector magnífico, y tan ilustrado como exige la ocasión y el cargo, hace saber el estado de la Bolsa del Pensamiento: Marx baja y Kant sube. Es sorprendente, en efecto, cómo han dado de sí el enjuto sabio de Königsberg y su legado filosófico, y cómo ha elevado el vuelo para llevar el mensaje emancipador de la salvación del gasto público, la moral política y la paz perpetua a todos los hombres de Buena Voluntad y servir de patrocinador oficial de la nueva/vieja izquierda.
En este punto se llega a lo nunca visto, al país de Nunca Jamás. Peces-Barba da por concluido el ciclo del socialismo científico, y, como los progresistas nunca van hacia atrás, no proclama la vuelta del socialismo utópico, sino, lo que viene a ser lo mismo, nada menos que la consagración del “socialismo ético”. El único posible, afirma; el único que les queda en la era de la crisis de las ideologías, añado yo. ¿Qué es esa apoteosis del oxímoron, esa celebración de la contradicción en los términos, ese socialismo de nuevo cuño? Respuesta: la defensa de la “moralidad pública”. Otro oxímoron, tan atrevido como el anterior, pero menos que el del “interés general”.
Resulta lamentable tener que consignar aquí el progreso dialéctico del socialismo: del totalitarismo político al ético, de la épica del Gulag al lirismo moralista que abarca la conciencia de la Humanidad. En realidad, sólo cinismo y falsa conciencia, ocultando, tras la tapadera de las proclamas moralizantes, espurios intereses políticos sin control del gasto. Sube la ética, baja la economía.
El “socialismo ético”, al postularse como apoderado de la conciencia bienhechora y la dignidad política, infiere que es el único merecedor del poder. Como benefactor moral, debe, en justa correspondencia ética, beneficiarse del poder. Cuando él gobierna, es por mérito, y presiden el consenso y el diálogo; cuando lo hacen los representantes del Capital y la Propiedad, es un robo, y mandan la corrupción y el autoritarismo. No hay aquí argumentación ni dignidad políticas, sino ilusionismo y fantasmagoría. Y es que los socialistas éticos son de lo que no hay. ¡Y aún hay quienes les toman en serio!