La reunión del Tercer Consejo de Europa menciona el término "islamofobia" en el noveno párrafo de la Declaración de Varsovia del martes 17 de mayo, al expresar su "condena de toda clase de intolerancia y discriminación basadas en el género, la raza y las creencias religiosas en particular, incluyendo la islamofobia y el antisemitismo", y hablar de "la lucha contra ellas en el marco del Consejo de Europa y el uso de mecanismos eficaces y normas para combatir estos problemas".
Es un hecho de la mayor trascendencia, pero al parecer pertenece al territorio de la información fantasma, como la historia del Ciego que El Mundo empezó a publicar y dejó de publicar, como la del agente sirio-soviético-español que orientó la investigación del 11-M –y que, en principio, debió de cambiar el curso de las investigaciones al respecto–, como la del ministro Moratinos y su pedido de exclusión de Hamas de la lista europea de organizaciones terroristas, como la solicitud de Carod y sus secuaces al Congreso de que España –no ya Cataluña– suspenda la colaboración científica y técnica con Israel, tal vez porque el hombre tiene claro que en esa colaboración es España la que sale ganando. Cosas que suceden, que se llegan a mencionar alguna vez pero que nunca ocupan el lugar que les correspondería en una sociedad en que la transparencia fuese la regla y no la excepción. Información fantasma, preservada de la materialización por el silencio turco de la prensa.
El Ciego y el agente sirio nos tocan directamente. Dependen de una justicia lenta y sometida a presiones políticas; una justicia cuyos fallos suelen desalentar a una opinión pública que tolera mal pero ya considera irremediable que Roldán se pasee por ahí, que algunos maridos manifiestamente hostiles a sus esposas salgan de la cárcel con permisos especiales para matarlas o que los servicios sanitarios vascos rechacen a un accidentado por ser cántabro, no vasco, sin que a nadie se le mueva un pelo de la peluca ni se le arrugue la toga. En todo caso, la Justicia española y su necesaria reforma, que no es precisamente la que quiere emprender Zapatero, es un problema español.
Lo de Hamas, pese a implicar al ministro que debería ocuparse de las relaciones exteriores de España, es un problema europeo. Y, que yo recuerde, el asunto no dio ningún titular continental, con la excepción de Libertad Digital, que tomó la información del diario israelí Haaretz. Tampoco este noveno párrafo de la declaración del Consejo supuso gran revuelo mediático, ni motivó un reportaje con preguntas a dirigentes religiosos o comunitarios.
La burocracia europea que ya tiene decidido el ingreso de Turquía en la UE prefiere no hablar del asunto, como preferiría no hablar del referendo francés ni del triunfo del no, sabiendo como saben, puesto que son los directores del espectáculo, que el tratado constitucional se aprobará –si no es por mayoría, será por minoría– y que entrará en vigor cuando sus señorías lo dispongan. En un alarde de cinismo, como casi cada día, Zapatero ha dicho que "los grandes proyectos humanos acaban afirmándose por encima de las dificultades"; aunque la dificultad sea, en este caso, una decisión por mayoría.
De todos modos, tengo para mí que, vistos los contenidos del no francés, la consulta ha sido un fracaso para Chirac pero un triunfo ideológico en toda la línea para los promotores del texto. Yo voté en su día contra la ratificación de ese texto, pero por razones rigurosamente opuestas a las que los ciudadanos más o menos organizados esgrimieron el pasado domingo 29. Y, desde luego, temí una vez más por nuestro futuro al ver por televisión a quienes celebraban el resultado, con sus pancartas antiglobalizadoras y sus kefiás de arafatistas nostálgicos. Donde yo veía escaso liberalismo, ellos veían un exceso. Donde yo veía escaso compromiso con nuestra tradición cultural y religiosa, ellos veían un exceso. Donde yo veía escasos límites al proislamismo y al antisemitismo, ellos veían un exceso. Donde yo veía una escasa vocación atlantista, ellos veían un exceso.
Los que convirtieron Yugoslavia en un infierno, con González y Solana a la cabeza, han de haberse frotado las manos: los que celebraban eran los suyos, sus amigos, partidarios y colaboradores: los que creyeron que los Estados Unidos habían intervenido en los Balcanes por propia iniciativa y no por pedido expreso de Solana, y además creyeron que Solana era un pacifista.
El final de aquello significó, para su satisfacción, el nacimiento de dos países musulmanes donde no los había –Bosnia y Albania– y otro más en proceso de normalización, que lo será tan pronto como den con la treta jurídica que les permita dejar de llamarlo "provincia serbia de Kosovo". El carbón kosovar –hoy por hoy, el más abundante de Europa–, entre tanto, ya está en manos de los que ya poseen el petróleo. Y los cien eurodiputados turcos, musulmanes, esperan el momento en que se los llame a Bruselas.
Pues bien: los opositores franceses han dicho que no a una UE antiliberal, antisemita, antiamericana y proárabe porque quieren una UE que sea más de todo eso. Es el no de Le Pen, de los comunistas, de Bové, de las oenegés pacifistas que no saben dónde queda Sierra Leona, de un sector desnortado del socialismo: aunque Le Pen brame contra los inmigrantes árabes, tiene un buen recuerdo de la colaboración islámica con Hitler.
Pero podemos estar tranquilos: Chirac no se moverá del Elíseo –ni de África– hasta que se cumpla su plazo. Y la UE y el Consejo y todas las demás instituciones del bloque seguirán funcionando como si no pasara nada, sin contarle a la prensa lo que hacen y con la entera tranquilidad que les proporciona el saber que si la prensa se entera, tampoco se lo va a decir a nadie. Los opositores franceses parecen no saber que su voto ha sido puramente testimonial.
Había quien decía en la televisión que había votado en contra del Tratado porque no lo había entendido, y hasta escuché a un francés culto culparse por su falta de formación política. No voy a reiterar aquí argumentos ya expuestos en ocasión del referendo español, pero está claro que un texto constitucional debería ser breve y claro, y recoger principios y derechos generales, y éste es todo lo contrario. No está al alcance del ciudadano europeo medio ni de Los del Río, pero los franceses son en general más desconfiados que los creadores de Macarena y, además, a ellos no les han pagado para decir que votaban sí porque no entendían.
Y este texto es así porque sus progenitores lo han querido así: oscuro, pegajoso, intrincado, con objetivos difícilmente discernibles, sibilino. Turquía celebra en silencio esas sombras, que son su camino. La finalidad es no comunicar, disimular, llegar a acuerdos con el enemigo mirando para otro lado. Nunca una consulta popular ha sido menos clara y nunca antes una votación se definió por causas menos racionales. Ni siquiera hicieron falta rostros que encarnaran las pulsiones básicas de las masas: bastó con señuelos semánticos extraídos del diccionario de la corrección política. No era ese no.