Cuando el presidente juramentó su cargo, aquel nevado día de enero de 2001, nadie esperaba que su primer mandato estuviera tan abrumadoramente dominado por la guerra contra el terrorismo global. La agenda de Bush era, en gran parte, sobre asuntos domésticos; la construcción de naciones, el mantenimiento de la paz y la democracia en Oriente Medio estaban tan abajo de la lista de "cosas por hacer" que quizá ni estuvieran allí.
Aun con un segundo mandato presidencial y un cierto rumbo internacional ya marcado, existe ese problemilla de los sucesos inesperados que pueden hacer que los mejores planes hechos por los humanos se vayan al garete. El difícil trabajo de
tener que vérselas con lo incierto y estar preparado para lo inesperado es, en muchos aspectos, en lo que tiene que consistir la política de asuntos exteriores del siglo XXI.
El mundo en el que vivimos es complicado. Es claramente unipolar si hablamos del predominio de las fuerzas militares americanas, pero esto no ha detenido a otros participantes en la escena internacional para que traten de crear fuerzas de contrapeso. La Unión Europea, rival económico, está en proceso de expansión y transformación política. Rusia y China están dando pasos hacia una alianza.
Sin embargo, lo que sí debe mantenerse como una constante en este panorama cambiante son los principios que han servido tan bien a los Estados Unidos durante años. El libro Mandato para liderar, publicado esta semana por la Fundación Heritage, sirve como guía del segundo mandato de Bush y enuncia los principios de una política exterior liberal que refuerce los valores americanos, la libertad económica y política, los intereses nacionales, la seguridad y la soberanía
En la práctica significa centrarse principalmente en la seguridad nacional, y esto conlleva reformar los servicios de inteligencia. En este área la política nacional y exterior se entrelazan, y las acciones militares preventivas serán necesarias en ciertos momentos para proteger el país de ataques terroristas. Mientras que este derecho está fuera de toda duda, sí requiere un alto nivel de confianza en nuestros servicios de inteligencia. Aún nos falta mucho para poder evaluar los resultados de la reforma de estos servicios hecha en 2004.
En la práctica significa centrarse principalmente en la seguridad nacional, y esto conlleva reformar los servicios de inteligencia. En este área la política nacional y exterior se entrelazan, y las acciones militares preventivas serán necesarias en ciertos momentos para proteger el país de ataques terroristas. Mientras que este derecho está fuera de toda duda, sí requiere un alto nivel de confianza en nuestros servicios de inteligencia. Aún nos falta mucho para poder evaluar los resultados de la reforma de estos servicios hecha en 2004.
Hacer frente a las necesidades de defensa después del 11-S significa que también debemos comprometernos a transformar constantemente las fuerzas militares americanas. Necesitamos una estructura muchísimo más flexible, y la presencia de bases en el extranjero debe ser reexaminada a la luz de nuevas amenazas. Nos hemos dado cuenta de que en Irak necesitamos soldados en el terreno y de que la reconstrucción después de un conflicto tiene que ser parte de nuestra estrategia.
Estados Unidos sigue necesitando alianzas sólidas en todo el mundo. En la región del Pacífico asiático eso se traduce en una cooperación fuerte con Japón, Corea del Sur y Australia. La OTAN es nuestra alianza más importante y poderosa: no debemos permitir que se desmorone, ya que su fuerza puede ser fácilmente minada por peleas internas entre los miembros y por las independentistas aspiraciones europeas de defensa. Pero, con 26 miembros, puede llegar a ser imposible obtener unanimidad en la OTAN.
La forma de avanzar en el futuro pasará, más bien, por establecer coaliciones con países amigos. La Iniciativa de Lucha contra la Proliferación (ILP) de la Administración Bush es un ejemplo de ese tipo de coalición, innovadora y exitosa, para lograr controlar la proliferación de armas de destrucción masiva.
En relación a otras instituciones internacionales, el principio de la soberanía americana no puede ser comprometido. La soberanía nacional sigue siendo la garantía fundamental de una sociedad de leyes con protecciones de los derechos civiles y humanos de los ciudadanos. Esto quiere decir que las Naciones Unidas, y otras instituciones internacionales, pueden ser componentes de la política exterior de Estados Unidos, pero sólo eso. La ONU está tan lejos de ser una institución democrática que no importa la cantidad de reformas que se acometan: eso no le dará suprema legitimidad política.
Finalmente, para que estos principios tengan una influencia efectiva necesitamos darles un enfoque renovado y presentarlos persuasivamente a los mandatarios y al público extranjeros. Mirando retrospectivamente, fue un gran error cobrarse los dividendos de la paz después de la Guerra Fría eliminando la Agencia de Información de Estados Unidos (USIA). En el Departamento de Estado, la Casa Blanca y el Pentágono hace falta un nuevo compromiso para propagar el mensaje de América.
El pueblo americano respaldó la política exterior del presidente Bush en las elecciones de 2004 y le ha dado un mandato para liderar. Los próximos cuatro años nos mostrarán la clase de líder mundial en que se ha convertido.
©2005 Washington Times.
©2005 Traducido por Miryam Lindberg.
Helle Dale es directora del Centro de Estudios de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Fundación Heritage. Sus artículos se pueden leer en The Wall Street Journal, The Washington Times, Policy Review y The Weekly Standard. Además, es comentarista de política nacional e internacional en CNN, MSNBC, Fox News y BBC.
El libro Mandato para liderar (en inglés) puede descargarse gratuitamente, en formato PDF, en www.mandateforleadership.org.