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LIBERALISMO

El romance de la gente con el Estado

La sociedad es tan víctima como cómplice del Estado intervencionista. Es verdad que numerosos programas estatales medran al abrigo de grupos de presión que, en connivencia con el Gobierno, buscan obtener beneficios a costa de los demás. Pero al final del día el Estado del Bienestar goza de buena salud porque la mayoría de la gente cree, equivocadamente o no, que es justo y beneficioso.

La sociedad es tan víctima como cómplice del Estado intervencionista. Es verdad que numerosos programas estatales medran al abrigo de grupos de presión que, en connivencia con el Gobierno, buscan obtener beneficios a costa de los demás. Pero al final del día el Estado del Bienestar goza de buena salud porque la mayoría de la gente cree, equivocadamente o no, que es justo y beneficioso.
Las economías mixtas occidentales, mitad mercado y mitad Estado, son el reflejo de la popularidad relativa de las distintas corrientes ideológicas en la sociedad. En casi todos los países analizados en un estudio de GlobeScan realizado antes de la crisis había mayorías que opinaban que el mercado es el mejor sistema económico. Eso explicaría por qué no vivimos en una economía socialista. Pero la imagen que mucha gente tiene de la "economía de mercado" seguramente se corresponde con una de tipo mixta, como sugiere el hecho de haya mayorías superiores a las ya citadas que respaldan la existencia de fuertes regulaciones estatales. Esto, y el hecho de que haya minorías sustanciales radicalmente contrarias al mercado, explica por qué vivimos en una economía mixta en vez de en una libre.
 
La gente simpatiza con el Estado por diversos motivos: porque desea formar parte de una facción gobernante, porque busca un sistema de validación o legitimación oficial, porque prefiere conformarse antes que esforzarse por justificar una posición disidente, porque persigue obtener beneficios, etc. Daniel Klein propone una hipótesis adicional, más ambiciosa: el romance de la gente.
 
Los individuos se sienten atraídos por la idea de un proyecto colectivo que trascienda sus humildes acciones y coordine a todos en pro de un fin común. Este romance puede adquirir distintas formas, pero en el ámbito político quien mejor lo representa es el Estado.
 
Cuando está presente el Estado, los individuos experimentan un sentimiento de coordinación mutua, poseen una percepción común de la naturaleza, el funcionamiento y la finalidad del proyecto colectivo. En el mercado, ese sentimiento de percepción compartida brilla por su ausencia: la coordinación es indirecta, y cada individuo persigue su propio interés, lo cual resulta en intercambios que traen prosperidad y armonía social.
 
A primera vista, el mercado no es más que unos individuos corriendo en distintas direcciones, con intereses enfrentados, que no tienen la intención de hacer más justa y próspera la sociedad. No en vano Adam Smith se refería a la mano invisible del mercado. La imagen que transmite el Estado, por el contrario, es la de un épico proyecto colectivo con la misión expresa de crear una sociedad mejor. Esta visión es mucho más romántica. El Gobierno establece instituciones permanentes que nos aportan una experiencia compartida, y las dramáticas pugnas electorales refuerzan la percepción de que nos hallamos ante una empresa heroica.
 
Klein destaca las siguientes razones como posibles fundamentos del romance de la gente con el Estado:
– Puede ser el resultado de la evolución primate y humana.
 
En los pequeños colectivos de cazadores las experiencias eran compartidas, los líderes proporcionaban un punto focal a los integrantes del grupo y las desviaciones, por lo general, no eran toleradas.
 
 Puede que la gente proyecte en la sociedad y en el Estado el patrón de comportamiento que ha observado en el núcleo de su familia.
 
Durante su etapa formativa los individuos viven en un entorno de relaciones comunales y altruistas "planificado centralizadamente" por los padres. Ellos deciden y los hijos obedecen, en especial antes de la adolescencia. La autoridad paterna también valida la interpretación y la justificación de las conductas ("Eso está mal porque lo digo yo").
 
Nuestra naturaleza también es, en un sentido metafórico, centralizada.
 
Nos damos órdenes para actuar coherentemente, reprimimos emociones y sentimientos, nos procuramos paz interior desterrando pensamientos o emociones disidentes que nos perturban. Quizá también extrapolemos este patrón de conducta al ámbito social.
 
Las organizaciones intencionales (iglesias, empresas, escuelas etc.), deliberadamente creadas y jerarquizadas para alcanzar determinados fines, nos proporcionan otro modelo mental de relaciones centralizadas desde el que entender la sociedad y el Estado.
 
Los miembros de una organización intencional comparten experiencias y objetivos, así como un sentimiento de pertenencia o identidad. Bajo este prisma, la sociedad puede verse como una organización o empresa y el Estado como su líder o director.
Si la hipótesis de Klein es cierta, ¿qué futuro le espera al liberalismo? A su juicio, el liberalismo raramente puede apelar a los instintos románticos de la gente porque la libertad es una ética de mínimos ("Haz lo que quieras, siempre y cuando respetes la libertad de los demás"), no un proyecto positivo. Sólo en ocasiones especiales, como en la Revolución Americana, el liberalismo ha sido una empresa genuinamente romántica. Por tanto, el estatismo juega con ventaja: parece conectar mejor con las aspiraciones románticas de la gente.
 
Una opción es redefinir el conflicto ideológico de un modo tal que la defensa de la libertad sea percibida como una lucha épica contra un enemigo opresor y no como una mera disputa académica. Otra opción es recurrir a la crítica racional y a la persuasión. "Explicar a la gente aficionada a los dulces que eso no es saludable forma parte del proceso que lleva al repudio de tal afición".
 
Klein cree que los avances en la comunicación y el transporte que el mercado ha introducido, así como la prosperidad a que han dado lugar, están minando los cimientos del romance que mantiene la gente con el Estado. Ya no estamos vinculados a un solo grupo que monopoliza nuestro sentimiento de pertenencia y actúa como único punto focal. Nuestra experiencia común disminuye, tenemos varios puntos focales y experimentamos estructuras menos jerarquizadas y más espontáneas, o en forma de red.
 
Esta dislocación no tiene que ver sólo con la experiencia, también con la  interpretación de la realidad social. La cultura política oficial está perdiendo protagonismo. La gente recurre a internet, a la radio o a la televisión por cable para obtener la interpretación que quiere. El intento de hacer del Estado un proyecto colectivo romántico es recibido con creciente escepticismo.
 
Los socialistas arguyen que se necesita un Estado grande para corregir las carencias del mercado o compensar las flaquezas de la naturaleza humana. Los liberales responden convincentemente que no, y que lo único que requiere el triunfo de la libertad es que la gente abrace las ideas liberales. Pero este planteamiento elude una cuestión interesante: ¿qué pasa si los individuos, románticos empedernidas, somos proclives a asimilar las ideas estatistas pero no las liberales?
 
 
© AIPE
 
ALBERT ESPLUGAS BOTER, miembro del Instituto Juan de Mariana
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