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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

El pueblo

En los últimos días, la prensa se ha estado llenando la boca, o la pantalla del ordenador, que a ciertos efectos es lo mismo, con las palabras pueblo, democracia y libertad. De una manera hasta ofensiva por la ligereza con que tales términos son empleados, sin siquiera preguntarse si realmente designan algo universalmente aceptado, o si al menos existen realidades asimilables a ellos.


	En los últimos días, la prensa se ha estado llenando la boca, o la pantalla del ordenador, que a ciertos efectos es lo mismo, con las palabras pueblo, democracia y libertad. De una manera hasta ofensiva por la ligereza con que tales términos son empleados, sin siquiera preguntarse si realmente designan algo universalmente aceptado, o si al menos existen realidades asimilables a ellos.

En La Casta es común la confusión, ya que para confundir, y se diría que hasta para confundirse, les pagamos. ¿Por qué? Porque han sido elegidos por el pueblo. Es decir: más o menos la mitad de la población con derecho al voto (cada vez menos) lo ejerce, eligiendo entre unas listas cerradas de candidatos agrupados bajo unas siglas que expresan vagamente izquierdas, derechas, nacionalismos periféricos, separatismos, izquierda ma non troppo, derecha ma non troppo. Cuando se recuentan los sufragios, se reparte el pastel y se instalan en sus escaños unos desconocidos, tipos de los que no tenemos la más remota idea, de los cuales el 70%, en España, no ha trabajado nunca en nada más que eso que llaman política.

La conclusión general es que el pueblo ha elegido. El pueblo no ha elegido nada de nada. La mitad o más se ha quedado en casa, en son de protesta en unos pocos casos, en son de siesta en su mayor parte, que siente que eso de las elecciones no va con ellos y le da lo mismo quién gobierne porque, a su parecer, todos son iguales (en lo cual no andan tan errados). Los que han ido a votar lo han hecho en contra de quienes hasta ahí han ocupado el gobierno, se han tapado la nariz para no oler la papeleta que han depositado en la urna y se han marchado sin el menor entusiasmo. No han participado en la elaboración de un programa, no saben bien qué proponen esos señores, y actúan como si compraran un billete de lotería, porque igual toca algo y la vida mejora en cierta medida.

Es una democracia, sí, pero: 1) los representantes así elegidos sólo lo son por medio padrón, 2) no hay opciones claras, todo el mundo es de centro, y 3) los electores son sólo pueblo, nadie vaya a suponer que tienen algo que ver con la política. Es una masa postergada y marginada de las decisiones. Y no digo que las cosas fueran a ir mejor con una mayor participación ciudadana, pero al menos los errores serían compartidos, con pérdidas y beneficios repartidos.

¿Por qué el pueblo es masa y nada más? Porque no hay sociedad civil en proceso de organización. Los partidos no quieren militantes, ya tienen los necesarios para los mítines, o les sobran simplemente. La Iglesia católica en España está en receso político, o representa en su composición el desbarajuste de la sociedad general, por lo que aparecen obispos nacionalistas y obispos en la lucha antiterrorista: no es una guía ni un auténtico organizador social a estas alturas. Los únicos que están perfectamente organizados en torno a la preservación y ampliación de las ventajas que les ha otorgado la discriminación positiva son los musulmanes. Los chinos pasan de la sociedad general: han venido a comerciar y ni siquiera se toman el trabajo de aprender el idioma local.

El pueblo, los pueblos, sólo se movilizan cuando se los moviliza. Cuando los partidos, los sindicatos, las congregaciones religiosas los ponen en marcha. Puede que uno, con un copazo encima y un exceso momentáneo de testosterona, amague rebelión, como el fumador rebelde del restaurante, pero en cuanto asoma la Guardia Civil no hay quien no se achante y hasta pida disculpas por lo hecho y, si cabe, por lo que se va a hacer en el porvenir.

Por eso me repugna oír mañana, tarde y noche que el pueblo egipcio se ha lanzado a la calle para pedir libertad y democracia. Contagiados por el pueblo tunecino, al que la nueva libertad le gusta tanto que se han metido en barcazas y se ha largado a Sicilia –¿adónde si no, que para algo ha sido Túnez siempre hogar acogedor para la mafia y lugar de acogida para perseguidos como Craxi?–. Y contagiando los egipcios a los demás, yemeníes, jordanos, qataríes, bahreiníes, libios, argelinos, marroquíes, etc., ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que se trata de movimientos espontáneos, que la mayor preocupación de toda esa gente es la libertad y la democracia? Sería tan estúpido como pensar en un congreso político cuyo convocante corre el riesgo de perder: una majadería de tomo y lomo. Se reprochó a Rajoy que el congreso de Valencia fuese "a la búlgara". Soy mayor, he estado toda la vida en política, en la izquierda y en la derecha, y todavía no he visto un congreso que no fuera a la búlgara, empezando por Suresnes o por el del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en los albores de la revolución del 17.

Nadie me va a convencer de la espontaneidad del pueblo egipcio ni de los pueblos aledaños, repentinamente convertidos a la causa de la libertad y la democracia, de la que han oído hablar a los turistas, en el mejor de los casos. No han aprendido valores en internet, una red controlable y controlada, que poco aporta por sí misma en estos casos y por la que reciben lo que se recibe en árabe los que tienen ordenador, que no son las grandes masas de árabes que encantados están si tienen un cabra, no digamos ya un teléfono. ¿O los tipos que se le echaron encima a la periodista Lara Logan habían sido influidos por Twitter?

Nunca jamás en toda la historia los pueblos han hecho una revolución en la calle. Ni la rusa, ni la cubana –hechas, como decía Lenin para hacerlo más digerible, por "la vanguardia esclarecida y esclarecedora del proletariado", es decir, él–, ni siquiera la francesa, con todo el montaje para la posteridad de la toma de la Bastilla. Una vez consumado el golpe y tomado el poder, el pueblo sale a la calle, a ver qué pasa, a celebrar algo que le han dicho que va a ser mejor, o a ver cómo funciona la guillotina o a oler la carne quemada en las hogueras de los condenados. Modos de desahogarse y dar rienda suelta al único valor movilizador de las masas: el resentimiento, del que tanto sabemos desde la oligarquía ateniense hasta Evita.

El pueblo es una invención, un personaje necesario en el relato histórico, que murmura o grita, desaconseja o aconseja, pero cuando la suerte está echada. Es el coro y nada más que el coro. No se engañe usted, no pintamos nada. Y los egipcios, menos que nada. Se pregunta Jaime Naifleisch, con su habitual tino: ¿cuántos fueron? ¿Tal vez veinte mil, o cien mil, los que se movilizaron? Sobre 84 millones de habitantes. Y digo yo: eso lo mueve cualquier servicio de inteligencia más o menos preparado, con sus tentáculos en la mezquita y en el bazar.

 

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