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VOTOS CONTRA LA DERECHA

El PSOE y el arca de Noé

En su eslogan electoral de gratuidad universal, a Simancas sólo le faltó prometer barra libre en Lhardy. También desempolvó a los polichinelas e histriones; todos intelectuales por ser de izquierdas, todos de izquierdas por ser intelectuales. No valió de nada.

La mayor parte de los madrileños no confían en el PSOE, y no es un problema capitalino: esta desconfianza se extiende al resto del territorio nacional. Los socialistas cuentan con un suelo electoral, a nivel nacional, de más de ocho millones de votos, pero sería inocente pensar que el honesto votante de izquierdas vota al PSOE por lo que es, y no por lo que le gustaría que fuera. El hombre de izquierdas no debe limitar su derecho al voto a un ejercicio de castigo contra la derecha. Un régimen representativo no puede basarse en votos contra alguien, sino en el consentimiento que la sociedad da a los partidos, en la esperanza de una mejora. El problema del PSOE, que afecta a la democracia española, es que no presenta una alternativa que permita al votante elegir entre opciones políticas equiparables.
 
El PP no es perfecto, es obvio, pero le saca al PSOE bastante ventaja como organización política y electoral. Robert Michels, autor de un clásico sobre los partidos políticos, ya decía que el primer objetivo de éstos debía ser ganar las elecciones, y que a tal objetivo tenían que supeditar su organización y funcionamiento. A una conclusión tan básica, y legítima, que compartieron luego teóricos como Duverger, Sartori o Panebianco, los constitucionalistas del XIX añadían una condición: ser un partido de gobierno. Para ello era necesario observar cinco reglas: tener una doctrina templada, mantener la lealtad con las instituciones, organizar y encauzar la opinión pública, propagar los principios constitucionales y autofinanciarse.
 
El PSOE no cumple la máxima de Michels. Las elecciones primarias, tal y como se desarrollan hasta hoy, dividen al partido, hipotecan a los candidatos y dan una imagen de debilidad. Pero lo peor de este discurso sobre la “democracia interna” es su contraste con la realidad. No tienen reparos a la hora de montar un apaño para que no haya competencia electoral, como ha pasado en la FSM. Y que no se olvide que la “letra” que Zapatero firmó en 2000 con los “renovadores” de Balbás ha resultado impagada, y que en el “embargo” han perdido el Gobierno de la Comunidad de Madrid.
 
Suma y sigue. El PSOE tampoco cumple debidamente con las cinco reglas de los partidos de gobierno. El programa electoral de un partido en una democracia madura contiene un decálogo de propuestas, sobre la base de una interpretación de las demandas y recursos del país, acorde con un discurso político alejado, por tanto, de las estridencias. La falta de coherencia entre el programa y los discursos políticos de los socialistas deviene de la debilidad estructural de su partido. La incapacidad para superar el felipismo se ha traducido en líderes volátiles que sufren una mayor oposición interna que externa, la existencia de virreinatos autonómicos, y un sistema de primarias tan coreado como falseado. Esto ha generado esa disparidad argumental que disgusta al electorado. Junto a un programa de gratuidad de ciertos servicios, basado en un crecimiento del gasto público, el PSOE mantiene un discurso de oposición de progre trasnochado, con topicazos huecos y demagógicos; y eso cuando no recurre a la jerga guerracivilista. En este sentido, el compartir modos, pancartas y eslóganes con IU es un error estratégico imperdonable, e impropio de un partido que aspira a gobernar.
 
“Para que gane la Democracia”. ¿Se puede cometer mayor desatino con un eslogan, en una democracia madura, para unas elecciones regionales? El PSOE ha repetido durante toda su historia que ellos son “la democracia”, y los demás, pues eso, lo que dijo Azcárraga, consejero vasco de Justicia, a Iturgaiz: “sois dignos herederos del franquismo”. Hay cierta izquierda que no entiende que puede perder unas elecciones, porque piensan que son “el verdadero pueblo”, y que si no vencen es porque ha habido algo fuera de lo normal. Es un discurso victimista e irresponsable, impropio de un partido serio en un régimen democrático occidental. Pero, ¡ah!, forma parte de la mentalidad progresista, y le funciona a modo de prozac intelectual. Tampoco es una característica socialista la lealtad al Gobierno en su política exterior, ni la unidad en la defensa del Estado de las Autonomías y la Constitución, como atestiguan la conducta y las declaraciones de Maragall, Odón Elorza o Máximo Cajal, ese asesor de Zapatero que propone “devolver” Ceuta y Melilla a Marruecos. En cuanto a la autofinanciación…, ciertamente, ningún partido español, y casi ninguno occidental, es un modelo edificante.
 
El maestro de la ciencia ficción, Isaac Asimov, relata en su novela Fundación cómo los “psicohistoriadores”, calculando la futura hecatombe de su civilización, se decidieron a fundar una colonia en otro planeta para salvar el conocimiento humano y la esperanza. Es el popular mito sumerio del Diluvio. Quizá es hora de que el PSOE se dé cuenta de que su planeta está anegado por las aguas del anacronismo y la desestructuración. Sólo falta que los “Noés” socialistas, que los hay, se pongan a construir el Arca.
 
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