En los años 30 del siglo XX tuvo lugar un gran debate sobre el llamado "cálculo económico", pronto opacado por las discusiones ideológicas irracionales que dominaron ese siglo; permaneció ignorado por décadas, debido a la preeminencia adquirida por la izquierda en el mundo académico. Me consta que algunos intelectuales temían tocar el tema porque, si persistían, su carrera académica peligraba. El resultado fue que quienes estudiaron en las universidades de la época no tuvieron oportunidad de conocer el talón de Aquiles de la izquierda, conocido como "el problema del cálculo económico", y es evidente que muchos aún desconocen su existencia. Por ello, muchas personas inteligentes siguen siendo de izquierda.
El problema consiste en que, para progresar, el valor que la sociedad asigna a las cosas que desea tiene que ser mayor que el que asigna a los recursos que emplea. Si no, se estaría perdiendo la diferencia. Ello requiere –y todos lo hacemos a diario inconscientemente– comparar el valor, de acuerdo con los precios que asignamos a los recursos que consumimos y a lo que obtenemos. Ese es el famoso "cálculo económico".
Ese cálculo lo podemos hacer porque las cosas tienen precios, precios que nos informan, más o menos, del valor que la comunidad asigna a sus prioridades, de su actual estado cultural y económico, de las múltiples opciones disponibles para lograr sus fines, de las implicaciones de la localización física de los recursos naturales y de los creados por el hombre, del estado de los medios de transporte, del costo de obtener información, de la infraestructura intelectual del momento, del grado de capitalización de la sociedad y de muchas otras cosas, que podríamos llamar "lo pertinente a la realidad" del mundo, en todo momento.
Esos precios resultan de los innumerables intercambios que se producen en una sociedad basada en la división del trabajo y en los subsiguientes intercambios. Esos precios que nos sirven todos los días son conocidos como "precios de mercado", porque resultan de los intercambios que libremente hacemos de lo que legítimamente nos pertenece (propiedad privada), dentro de las opciones que otros también libremente ofrecen; esa es la definición de mercado.
Debido a que toda intervención económica del Estado distorsiona los precios, los precios dejan entonces de cumplir su función y el cálculo económico distorsionado no sirve, pues ya no es real, sino un juguete político. ¿Cómo sabría un Gobierno la magnitud de la distorsión que causa? ¿Cómo sustituye aquellos precios que nos informan de tantas cosas? ¿Cómo determinar costos si éstos son, precisamente, la suma de los precios de los recursos empleados?
Una investigación en las bibliotecas del mundo revela la inexistencia de una respuesta al problema del cálculo económico, y como ninguna persona inteligente estará a favor de un sistema que nadie ha dicho cómo funciona, la conclusión inevitable es que se puede ser socialista o intervencionista (mercantilista) sólo si se ignora o no se entiende el problema. ¡Qué problema el que tienen!
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