Ahora, 13.000 millones de años después del parto planetario, el telescopio espacial Hubble ha calculado con precisión la masa del planeta, que se erige como el más distante y viejo conocido. El hallazgo ha sorprendido a los astrónomos cazadores de exoplenetas —esto es, planetas que orbitan otras estrella diferentes del Sol—, pues el nacimiento de este planeta ocurrió en el suburbio espacial menos indicado para su gestación.
Este abuelo planetario orbita alrededor de dos viejos y quemados astros, una enana blanca de helio y una estrella de neutrones, en el atestado corazón de un cúmulo globular de estrellas. La nueva información enviada por el Hubble zanja por fin la polémica que durante dos décadas ha enfrentado a los astrónomos acerca de la naturaleza de este anciano habitante del cosmos, que tarda un siglo en completar su órbita. El planeta es 2,5 veces más masivo que Júpiter. Su existencia constituye la prueba fehaciente de que los primeros planetas surgieron en un universo muy joven, tal vez mil millones de años después del Big Bang, la gran explosión de la que surgió el cosmos, y de que éste puede estar literalmente plagado de planetas, lo que aumenta la posibilidad de que exista vida extraterrestre.
Hasta la fecha, los expertos creían que los planetas aparecieron muchísimo después, justo cuando el universo hubiese creado los materiales precisos para su construcción. De aquí, la sorpresa. El planeta senil vive en el corazón del cúmulo globular M4, en la constelación del Escorpión. A pesar de su lejanía, pues se halla a 5.600 años luz de nosotros, es el más cercano a la Tierra; de hecho, el M4 puede contemplarse con unos prismáticos como una mancha borrosa de luz cercana a la brillante estrella Antares. Los cúmulos globulares, grupos esferoidales de estrellas viejas en el halo de una galaxia, son deficitarios en metales (elementos más pesados que el helio y el hidrógeno). Esto es así porque se formaron en una etapa tan juvenil del universo que los elementos más pesados no se habían cocinado en abundancia dentro de los hornos que constituyen el núcleo de las estrellas. La carencia hizo suponer a algunos astrónomos que la posibilidad de encontrar un planeta en un cúmulo globular era prácticamente nula.
Su hipótesis cobró fuerza después de que en 1999 el Hubble no encontrara ningún exoplaneta, en concreto un tipo de planeta denominado Júpiter caliente, en el corazón de el grupo de estrellas que conforman el racimo globular 47 Tucanae, de la constelación El Tucán. Las nuevas observaciones del Hubble apuntan que los astrónomos estaban buscando en el sitio equivocado, así como que estos gigantescos mundos gaseosos, que orbitan a gran distancia de su estrella, podrían ser habituales en los cúmulos globulares, como asegura Harvey Richer, de la University Britihs Columbia.
Si nos remitimos a las pruebas, todo parece indicar que el proceso de formación de los planetas es lo suficientemente robusto y eficiente como para no precisar cantidades ingentes de elementos pesados. Como ya se ha mencionado, estos elementos se fraguan en el núcleo de las estrellas, y éstas los vomitan con violencia en todas las direcciones del espacio tras su muerte. Las nuevas estrellas incorporan estos restos cadavéricos y, generación tras generación, se acumula la cantidad suficiente de metales para formar los granos de roca que, a su vez, se ensamblan para originar el corazón de todos los planetas.
El planeta senil ha cogido a los científicos con el paso cambiado. Lo que hace años era considerado una enana marrón o una estrella poco masiva deja ver su real naturaleza: un planeta gaseoso. Un planeta en un lugar del espacio donde la densidad de elementos pesados es la treintava parte de la encontrada en nuestro sol. Cuando nació, el abuelo planetario probablemente orbitaba alrededor de un joven sol amarillo aproximadamente a la misma distancia que hoy lo hace Júpiter del Sol. El bebé planetario sobrevivió a multitud de agresiones cósmicas y en su juventud, cuando cumplió 8.500 millones de años, vio de lejos el parto de nuestro Sistema Solar.