Estuvo en todos los diarios durante una o dos semanas, pero desde entonces no ha pasado mucha agua bajo los puentes, y esta interesante estadística puede no haber captado su atención:
Quinientos contenedores, que representan un cuarto de toda la ayuda enviada a Sri Lanka desde la tragedia del tsunami del 26 de diciembre, esperan aún en el muelle de Colombo, sin reclamar o sin procesar.
En el puerto indonesio de Medan, todavía esperan en los muelles 1.500 contenedores de ayuda.
¿Contribuyó usted, hace cuatro meses, al esfuerzo para ayudar a las víctimas del tsunami? ¿Contribuyó su empresa? Una filial escocesa de The Body Shop donó un contenedor de 40 pies de altura de "limón esponjoso" y otros jabones de gran calidad, que llegaron a Medan en enero y han languidecido allí desde entonces a causa del "papeleo incompleto", según los funcionarios aduaneros indonesios.
Bien, esos jabonosos escoceses le alentaron, como muchos de nosotros, impacientes por ayudar pero demasiado inocentes para entender que, no importa la escala de la devastación que caiga sobre un desgraciado país en desarrollo, la burocracia obstruccionista emergerá intacta de los escombros. Aun así, entre los exhaustivos ejemplos de generosidad occidental tirada a la basura descubiertos por el Financial Times, lo que me sorprendió no fueron las iniciativas, sino el asqueroso y permanente juego de los barandas de los organismos internacionales, que no podían penetrar en el laberinto del papeleo indonesio.
Diageo envió ocho contenedores, de 20 pies de altura, de agua potable a través de la Cruz Roja. "La enviamos directamente a la Cruz Roja para burlar las trabas burocráticas", explicaba su oficina de Sydney. Llegaron a Medan en enero y todavía están allí. La Cruz Roja de Indonesia perdió los papeles.
Unicef, la agencia de la ONU para los niños, envió 14 ambulancias a Indonesia, y tardaron dos semanas en salir de las aduanas. Tan terrible como fuera en su sobrecogedora furia, el tsunami terminó siendo el negocio transnacional usual.
Lo que me lleva al proceso de designación de John Bolton [como embajador de EEUU ante la ONU], que está costando tanto tiempo que uno pensaría que el Senado norteamericano está en manos de inspectores indonesios de aduanas. Escribiendo acerca de la dificultad del cuasi embajador Bolton para que el Comité de Relaciones Exteriores le selle los papeles, Cliff May, de la National Review, observaba que "el verdadero debate se da entre los que creen que la ONU necesita reformarse y los que piensan que Estados Unidos necesita reformarse".
Muy cierto. El senador George Voinovich, uno de esos "republicanos inconformistas" a los que la prensa adora, parece creer que, como dice Cliff May, "el problema es más el 'unilateralismo' americano que la corrupción, la inmoralidad, el antiamericanismo y la ineptitud de la ONU".
En este sentido, no debería ser una elección difícil, ni siquiera para alguien como Voinovich, tan ambiguo como anodino. Sea lo que sea lo que uno piense sobre ello, Estados Unidos logra funcionar. El aparato de la ONU no. De hecho, Estados Unidos hace el trabajo de la ONU mejor de lo que lo hace la propia ONU. La parte de la operación de ayuda para los damnificados por el tsunami que funcionó fue la de los primeros días, cuando América, Australia y un puñado de naciones improvisaron operaciones humanitarias de emergencia instantáneas y eficaces que hicieron posible, ya sabe, salvar vidas, rescatar gente, restaurar el suministro de agua, etcétera. Después, los presumidos de la burocracia transnacional tomaron la escena, celebraron conferencias de prensa en las que exigían que los occidentales tacaños dieran más y más y más, y siguió la incompetencia y corrupción usuales.
Pero nada de eso importa. Como demuestra la grotesca charada que Voinovich y sus íntimos demócratas nos han infligido, todos los supuestos "multilateralistas" exigen que seamos educados y deferentes con el estamento transnacional, sin importar lo inútil que sea. Lo que importa en la diplomacia global es que prometas apoyo, más que prestarlo. De manera que Bolton no tendría problema alguno en ser designado embajador ante la ONU si fuera como Paul Martin.
¿Quién? Bueno, Martin es el primer ministro de Canadá. Y en enero, después de la tragedia, voló a Sri Lanka para comprometer millones y millones y millones en ayuda. No como ese despiadado de George W. Bush, allá en el rancho de Texas. Y es que el primer ministro Martin recorrió la costa asolada de Kalumnai y estaba, según informó el canal CTV de Canadá, "visiblemente consternado". El presidente Bush bien podría haber estado consternado, pero no su consternación no era visible, y en la liga de la compasión internacional eso es lo que cuenta. Así que Martin comprometió audazmente a Canadá en la donación de 425 millones de dólares para la ayuda a los damnificados por el tsunami. "¡El señor Paul Martin ha dado un gran ejemplo al resto de los líderes mundiales!", deliraba el servicio de noticias LankaWeb.
¿Sabe usted cuánto se ha gastado hasta la fecha de esos 425 millones de dólares? 50.000... dólares canadienses. Eso son unos cuarenta de los grandes en dólares americanos. El resto no está atrapado en la burocracia de Indonesia, está de vuelta en Ottawa. Pero, al contrario que la horrible América "unilateralista", Canadá goza de una reputación de ciudadano global impoluto, reconocido por su compromiso con la ONU y el multilateralismo. Y sobre las playas de Sri Lanka, con eso y un pavo consigues un daiquiri de fresa. La contribución de Canadá a la labor humanitaria en la zona es objetivamente inútil y retóricamente fraudulenta.
Éste es el modo en que funciona la jet set transnacional cuando el mundo entero está completamente de acuerdo y actúa en perfecta armonía. Al contrario que en temas más "polémicos", como las matanzas en Sudán, ningún miembro del Consejo de Seguridad es pro tsunami. Pero ni siquiera cuando el planeta entero está en el mismo bando la infraestructura humanitaria de la ONU, pródigamente financiada 24 horas, siete días a la semana, puede actuar al unísono.
Cuando los senadores de todo a 100 afirman ser partidarios de la ONU o multilateralistas, lo que tienen en mente es la operación del tsunami, es decir, que cuando suceda algo malo los Estados Unidos deben comprometerse a trabajar a través de las burocracias transnacionales aceptadas y darles todavía más "recursos", incluso aunque no ocurra nada (Sri Lanka), se roben millones (Petróleo por Alimentos), se violen niños (operaciones de pacificación de la ONU) o mueran centenares de miles de personales (Sudán).
El pecado de John Bolton es haber dicho la verdad sobre el sistema internacional, en lugar de someterse a los mitos como el fotogénico primer ministro canadiense. Por eso se le trata como a un contenedor de ayuda occidental en las aduanas de Indonesia. El inspector aduanero Joe Biden y el secretario novato Voinovich emplearon dos meses tratando de encontrar motivos por los que considerar inadecuado el papeleo de Bolton y exigiendo saber por qué no ha rellenado su RU1-2. El RU1-2 es el formulario oficial internacional por el que los burócratas aseguran a la comunidad global que seguirán vendiendo burras políticamente correctas, por muy manifiestamente ridículas que sean.
John Bolton no es uno de ellos. Por eso le necesitamos.
© Mark Steyn, 2005.
Mark Steyn, columnista del Chicago Sun Times.