Evidentemente, y tan evidentemente "olvidado" hoy, los partidos comunistas de ambos países, súbditos de la Internacional Comunista y, por lo tanto, incondicionales del pacto nazi-comunista, fueron los primeros represaliados y censurados. Los comunistas jamás han protestado contra esas limitaciones de la libertad de expresión, porque al hacerlo hubieran recordado su intensa propaganda nazi, mientras duró el pacto (oficialmente, de 1939 a 1941; en realidad, de 1937 a 1941). Si en el Reino Unido el PC nunca pasó de ser una agencia de viajes y propaganda soviética, más un puñado de espías procedentes de la high society, en Francia era un partido relativamente importante, aunque entonces infinitamente menos que después de la guerra, entre los años 44-45 y 55-56, cuando, incluso electoralmente, llegó a ser "el primer partido de Francia".
En Gran Bretaña, en cambio, existía un partido abiertamente pronazi, que copiaba sus uniformes y su bandera y, desde luego, su racismo. Tuvo varios nombres, y creo que murió después de la guerra, de muerte natural, bajo el de British National Party.
De todas formas, y sin entrar en detalles, en ambos países se tomaron medidas de censura, y hasta de arresto, contra filonazis y comunistas. (He decidido no emplear más el término "estalinista", de origen trotskista y que implícitamente significa lo que ellos explícitamente afirmaban: que habría un "buen comunismo" y otro malo, el "estalinista", cuando en realidad sólo hay un comunismo, pésimo).
Recordando ese periodo, que sigue siendo históricamente importante, releía yo hace poco los magníficos artículos polémicos de George Orwell, muchas veces destinados a sus amigos/adversarios de izquierda, cuyos argumentos pueden resumirse con este párrafo:
"El pacifismo es objetivamente profascista, esto resulta del más elemental sentido común. Si en un campo se obstaculiza el esfuerzo de guerra, automáticamente se favorece el esfuerzo de guerra del campo adverso" (Partisan Review, septiembre-octubre de 1942).
Pese a las diferencias de situación y circunstancia, hay algo, esencial, que sigue siendo lo misma: el espíritu de resistencia contra el espíritu de sumisión. No estoy exigiendo que se detenga a Chirac y a Zapatero, ni siquiera a la infame Gema oriental, ni que se prohíba la salida de El País, Le Monde, El Periódico y un larguísimo etcétera. En primer lugar, por motivos prácticos: esos políticos y medios expresan la posición oficial de muchos gobiernos, y son, por ahora, mayoritarios en varios países europeos. Los minoritarios somos nosotros: los que arriesgamos censuras y represalias somos quienes defendemos los principios de resistencia contra los eternos pacifistas claudicantes. Además, desde un punto de vista democrático, si se puede acatar en situaciones de urgencia una "censura de guerra", ésta sólo puede ser breve –como tremenda, pero breve, fue la guerra contra el nazismo–, mientras que la guerra contra el islamismo va para largo, es cuestión de decenios; y no se puede mantener ningún tipo de censura, bajo ningún criterio, durante decenios. Esto me parece obvio para cualquier liberal.
Pero esto no impide que te entre cotidiana náusea cuando abres un periódico o pones un informativo en la tele y, dale que dale, tienes que tragar las mentiras de la propaganda antiyanqui más hedionda. En ese ambiente de histeria masiva que domina los medios, la pachorra diplomática de George W. Bush y de su ministra de Exteriores, Condoleezza Rice, me resultan admirables: aunque a veces me pregunto si un puñetazo sobre la mesa no le vendría bien a esa pandilla de cobardes que se pasan la vida insultando a los USA y, al mismo tiempo, suplicando continuamente socorro, como durante las masacres en Bosnia y Kosovo, por ejemplo.
Todos los infundios les sirven, y su imaginación folletinesca intenta asustarnos con vuelos misteriosos de la CIA, cárceles secretas en Transilvania e incesantes alusiones transparentes a los complots del Gran Satanás. Y como no podía faltar, acusaciones de tortura. "Me da vergüenza pertenecer a un país que tortura", declaraba una idiota, autora de novelas policíacas. Suerte tiene de no ser francesa, cuyo ejército torturó de verdad en Argelia, y cuyos responsables fueron condecorados y ascendidos en la jerarquía militar, mientras que el puñado de soldados (y una perversa soldada) que no torturaron en Irak, pero sí ejercieron humillantes malos tratos a prisioneros iraquíes (muchos de los cuales, por cierto, eran verdaderos verdugos de la tiranía de Sadam Husein), fueron detenidos, juzgados y condenados. Un ejemplo, y no una vergüenza. Da lo mismo, saben que es mentira y lo repiten, porque no les interesa la verdad: les interesa la propaganda antiyanqui.
Algo parecido ocurre en torno a Guantánamo: se quejan de que nada se sabe de lo que ocurre, pero denuncian torturas. El otro día vimos por televisión una conferencia organizada por Amnistía Internacional en la que un terrorista islámico, prisionero allí y liberado, intentaba convencernos de que la peor de todas las torturas era el aislamiento (¡que se lo digan al fantasma de Andrés Nin, despellejado vivo por los comunistas!). Yo tampoco conozco los detalles de lo que ocurre en Guantánamo, pero recuerdo haber visto, hace ya más de un año, entre las poquísimas imágenes que hay –o que se difunden – de esa base, a unos prisioneros con monos de color naranja jugando al fútbol. Magnifico ejemplo de aislamiento y tortura. Evidentemente, esa breve secuencia desapareció de las pantallas fulminantemente. No era productiva.
Hay que saber que Amnistía es una ONG, aparentemente caritativa –fundada por laboristas británicos de izquierda, prosoviéticos declarados–, que, con supuesta objetividad, denuncia los atropellos e injusticias contra la libertad de expresión y la "libertad de conciencia". Da la casualidad de que, sobre 100 casos y arrestos denunciados, 99 conciernen a países por ellos considerados "de derechas" (pero incluyendo a España durante la Transición), y no denuncia jamás el Gulag soviético. En seguida los "putines" del KGB, viendo el éxito de esa operación, la utilizaron en su provecho.
Con la desaparición de la URSS, y por lo tanto de su apoyo político y financiero, Amnesty se ha volcado en la denuncia de los USA y de sus "torturas", con lo cual puede no sólo mantener sino multiplicar sus "suscriptores", hasta por parte de la ONU, tan generosa con las ONG antiyanquis. Pese a todo, Amnesty sienta cátedra, y sus elucubraciones son escuchadas como palabras del Evangelio.
Esto me recuerda lo que me contaba un periodista francés, entonces en Libération pero que había sido un jefecillo de la Unión de Estudiantes comunistas. Había recibido, en un hotelito del Barrio Latino y de manos de un diplomático búlgaro (todo ello con tufo de novela de espionaje), una maleta atiborrada de dólares destinada a subvencionar una campaña contra las subvenciones que el Departamento de Estado norteamericano destinaba a organizaciones estudiantiles y culturales del "mundo libre". "Pero –le dije– hacíais exactamente lo mismo que lo que pretendíais denunciar". "Sí –me contestó–. Hoy estoy totalmente de acuerdo contigo, pero entonces era comunista, y consideraba que esos dólares, ¡una millonada!, que yo recibía eran de una naturaleza totalmente diferente". "¿De naturaleza proletaria?". "¡Exacto! De naturaleza proletaria". Nos echamos a reír. Una risa triste.
Iré incluso más lejos: frente a la guerra que nos ha declarado el islam radical, los hay que la niegan; consideran el terrorismo como una catástrofe natural que nada tiene que ver con la "alianza de civilizaciones", nupcias de Oriente y Occidente. Algunos matizan: desde luego, el terrorismo nada tiene que ver con el islam, pero hay que combatirlo, como el crimen organizado y el tráfico de drogas; pero los hay (y muchas veces todo se mezcla) que ensalzan el terrorismo islámico, la única arma de los pobres, la miseria y la "humillación", justificando sus "luchas de liberación"; y si hay víctimas inocentes, no seamos hipócritas, también los ejércitos occidentales matan a inocentes.