Y cuando lo hacemos, el sabor es, entonces, enorme. Sobre todo si el texto es agradable y, además de bien escrito, tiene emoción, detalle éste que, diría Carlos Pujol, es fundamental.
Pues bien, todo ello he hecho con Cuaderno secreto en las manos. ¿Su autor? Raúl Guerra Garrido, el escritor español, ganador del Nadal y finalista del Premio Planeta, nacido en el Bierzo y radicado desde hace años en San Sebastián.
Y fue en San Sebastián, justamente. Allí, la violencia terrorista destruyó a cenizas su farmacia y laboratorio. El incendio fue el 21 de julio de 2001. Y las llamas, entre tantas cosas, convirtieron en ceniza un viejo cuaderno, manoseado y verdoso, donde se leía en letra impresa: Botica Garrido. Ldo. Don José Garrido Ojeda. Cacabelos (León). Y en letra manuscrita: “Personalia”. Era el libro del abuelo; y recogía sin apenas tachaduras, todo aquel mundo de la farmacia de pueblo, y sus sabidurías. Y en cuya primera página a manera de cita orientativa se leía este refrán: “Más mata la receta que la escopeta”. Desaparecido el cuaderno, procuró rehacerlo para que no quedara perdido en la desmemoria del fuego.
Por cierto, el recurso del “manuscrito hallado”, le sirve como recurso a Raúl Guerra Garrido para seguir aquellas huellas. De esta manera, retorna a su tierra, a Cacabelos, retablo donde tiene lugar su espléndida novela El año del wolfram, que, como dijéramos, quedó finalista del Planeta en 1984.
Una vez más, se acerca a un mundo mágico del ayer distante, y más lejos aún, a través de los comentarios del abuelo boticario, hombre rico en experiencias, recetas e imaginaciones. Veamos. Una de las pocas mujeres de “Personalia”, la Bruja de Camponaraya, amiga del abuelo, una mañana neblinosa oyó piafar en el jardín, y, a través de la ventana vio “dos unicornios, albos y gemelos, macho y hembra, comiéndose las hortensias”.
Hay recuerdos de memorias ajenas, por cierto; y entre ellos, los intentos de Antonio Guerra por envasar su Coca York, un brebaje con sabor a zarzaparrilla que fue un emprendimiento fracasado. Y no faltan, ciertamente, los días escolares, tiempo en que éramos inmortales, cuando era alumno de aquel maestro más conocido como san Palermo Bendito por ser acérrimo seguidor de que la letra con sangre entra.
Cierto día, un inspector, cuando terminaron de cantar el himno cervantino (“En himnos fervientes/ cantemos al libro/ loor a Cervantes/ ingenio español”), preguntó a Angelín: ¿Quién escribió El Quijote? Silencio. Y la hecatombe vino con la respuesta de Angelín: “Mi padre”. La luz se hizo al día siguiente cuando se supo que Ángel Ortiz Alfau, el padre, caligrafiaba sus obras preferidas, Cervantes entre ellas.
Dando fe de los hechizos de las memorias populares, Raúl Guerra Garrido recrea desde las cenizas de aquel brutal incendio en su farmacia donostiarra, gracias a su fe indoblegable en su destino literario, fiel a él, este libro ciertamente delicioso.
Raúl Guerra Garrido, Cuaderno secreto, El Aleph, 2003.