El Nobel de la Paz nunca ha estado exento de polémica. Podría decirse que estaba destinado a ello. Es un premio pensado para diplomáticos, políticos y activistas; según dejó consignado el propio Alfred Nobel en su testamento, debía entregarse a quien hiciera "el mayor o mejor trabajo por la fraternidad entre las naciones y la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz". Si en lo referido a la química, la medicina o la física la duda suele estar en si los galardonados lo merecen más o menos que otros candidatos, en el caso del Nobel de la Paz siempre hay quien piensa que el elegido ha trabajado activamente... en contra de la paz.
Y es que posiblemente haya pocos campos en el que coexistan dos cosmovisiones tan distintas y contradictorias como las que predominan en el de las relaciones internacionales. Unos piensan que el objetivo de la paz se consigue dialogando, apostando por el entendimiento mutuo y evitando malentendidos que puedan dar al traste con el proceso. Los otros, en cambio, sostienen que la mejor forma de luchar por la paz es prepararse para la guerra, que los conflictos armados se producen porque alguien cree que ganará algo con ellos y que la mejor forma de evitarlos es hacerse tan fuerte que al potencial agresor no le compense lanzarse al ataque.
Es la vieja lucha entre los partidarios del apaciguamiento, por un lado, y los de la disuasión, por el otro. Para los primeros, un rearme puede ser motivo de tensiones que pueden llevar a una guerra; para los segundos, una manera de encarecer el inicio de las hostilidades, lo que en la práctica puede reducir las posibilidades de que finalmente se desaten. Para unos, una negociación puede ser la única manera de llegar a un acuerdo que impida que cada parte intente alcanzar lo que quiere por métodos violentos, mientras que para los otros puede tratarse de una muestra de debilidad que, de hecho, propicie la violencia. Así que la misma persona que unos consideran un héroe de la paz puede ser para otros alguien cuyas acciones –bien o malintencionadas– colaboran eficazmente en la siembra de las semillas de las que brote la próxima guerra.
El Nobel de la Paz ha tendido a premiar más a los partidarios del apaciguamiento. Incluso el otorgado a Kissinger en 1973 –junto al dirigente comunista vietnamita Le Duc Tho, cosa que se suele olvidar– se explica por el contexto de las negociaciones de paz entonces en curso, que concluyeron en la conquista de Vietnam del Sur por parte del totalitario Vietnam del Norte... Tampoco es de extrañar: las palabras del testamento de Alfred Nobel priman esa cosmovisión sobre su contraria. Visto así, no resulta tan raro que hayan premiado a alguien que hasta ahora ha ofrecido principalmente palabras, y cuya única acción real en este campo ha sido retirar el programa del escudo antimisiles de Polonia y la República Checa. Palabras y desarme: las dos principales vías para llegar a la paz según los apaciguadores.
Con todo, los apaciguadores intentan mantener un mínimo de racionalidad, como demuestra su reconocimiento de que era Churchill y no Chamberlain quien tenía razón en lo relacionado con Hitler, aunque éste sea el único caso en que llegan a una conclusión favorable a los partidarios de la disuasión. Bajo esos estándares, el premio a Obama resulta completamente ridículo: no ha tenido tiempo siquiera para apaciguar como Dios manda.
© AIPE
Y es que posiblemente haya pocos campos en el que coexistan dos cosmovisiones tan distintas y contradictorias como las que predominan en el de las relaciones internacionales. Unos piensan que el objetivo de la paz se consigue dialogando, apostando por el entendimiento mutuo y evitando malentendidos que puedan dar al traste con el proceso. Los otros, en cambio, sostienen que la mejor forma de luchar por la paz es prepararse para la guerra, que los conflictos armados se producen porque alguien cree que ganará algo con ellos y que la mejor forma de evitarlos es hacerse tan fuerte que al potencial agresor no le compense lanzarse al ataque.
Es la vieja lucha entre los partidarios del apaciguamiento, por un lado, y los de la disuasión, por el otro. Para los primeros, un rearme puede ser motivo de tensiones que pueden llevar a una guerra; para los segundos, una manera de encarecer el inicio de las hostilidades, lo que en la práctica puede reducir las posibilidades de que finalmente se desaten. Para unos, una negociación puede ser la única manera de llegar a un acuerdo que impida que cada parte intente alcanzar lo que quiere por métodos violentos, mientras que para los otros puede tratarse de una muestra de debilidad que, de hecho, propicie la violencia. Así que la misma persona que unos consideran un héroe de la paz puede ser para otros alguien cuyas acciones –bien o malintencionadas– colaboran eficazmente en la siembra de las semillas de las que brote la próxima guerra.
El Nobel de la Paz ha tendido a premiar más a los partidarios del apaciguamiento. Incluso el otorgado a Kissinger en 1973 –junto al dirigente comunista vietnamita Le Duc Tho, cosa que se suele olvidar– se explica por el contexto de las negociaciones de paz entonces en curso, que concluyeron en la conquista de Vietnam del Sur por parte del totalitario Vietnam del Norte... Tampoco es de extrañar: las palabras del testamento de Alfred Nobel priman esa cosmovisión sobre su contraria. Visto así, no resulta tan raro que hayan premiado a alguien que hasta ahora ha ofrecido principalmente palabras, y cuya única acción real en este campo ha sido retirar el programa del escudo antimisiles de Polonia y la República Checa. Palabras y desarme: las dos principales vías para llegar a la paz según los apaciguadores.
Con todo, los apaciguadores intentan mantener un mínimo de racionalidad, como demuestra su reconocimiento de que era Churchill y no Chamberlain quien tenía razón en lo relacionado con Hitler, aunque éste sea el único caso en que llegan a una conclusión favorable a los partidarios de la disuasión. Bajo esos estándares, el premio a Obama resulta completamente ridículo: no ha tenido tiempo siquiera para apaciguar como Dios manda.
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