Joven alcanzó la fama, y no ha dejado de crecer, entre elogios encendidos y agrias críticas, mientras, libro a libro, ha buscado más que ser un espejo de conductas, ensanchar la conciencia moral. Es un agudo observador del retablo social y político americano, y su capacidad para mirar y pintar es, en verdad, poderosa en cuanto a la exposición de la vida de su país.
Hemos dado fin a su reciente libro de ensayos, de extenso título, El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras, y por cierto su lectura nos ayuda a comprender la personalidad de este escritor de primera línea. Digamos desde ya, que se trata de una serie de conversaciones, mantenidas a lo largo de muchos años, con diversos escritores, todos ellos por demás significativos en las letras modernas. Entre otros, y a manera de ejemplo, baste citar a Milan Kundera, al Premio Nobel Saul Bellow, Mary Mc Carthy, Primo Levi, Gaston Malamud, Edna O’Brien, el checo Ivan Klima (quien fuera un “muerto civil” para las autoridades comunistas) y, en fin, el también Premio Nobel Isaac Bashevis Singer, un autor por demás prolífico.
Primo Levi, a quien debemos tantas obras importantes, como El sistema periódico, a quien describe como un hombre “pequeño y ligero, aunque no tan delicadamente constituido como sus apocadas maneras hacen pensar”, fue sobreviviente de Auschwitz; le concedió a Roth, en Turín, una larga entrevista. Allí dice, por ejemplo, que en el campo de concetración tuvo la sensación de ser un Robinson Cruseo, y más adelante agrega: “En cuanto a la supervivencia, es una pregunta que me hago y que me han hecho con frecuencia. Insisto en que no hubo regla general.... Aparte de esto, mandaba la suerte. Vi cómo se salvaban listos y tontos, valientes y cobardes, prudentes y locos”. Y admite que, al menos una vez, los personajes de sus novelas alcanzaron un carácter alucinatorio, viviendo y circulando a su alrededor.
Por demás interesante y profunda, es entre otras, la conversación mantenida con Milan Kundera, el escrito checo/francés. Este le comenta, hablando de su patria: “Si algún día alguien me hubiera dicho: “Un día verás desaparecer tu país de la faz de la tierra”, me habría parecido una tontería, algo inimaginable para mí. Los hombres —prosigue— nos sabemos mortales, pero damos por sentado que nuestro país posee una especie de vida eterna. Pero tras la invasión rusa de 1968, todos y cada uno de los checos hubieron de enfrentarse a la idea de que su país podría ser tranquilamente borrado de Europa, igual que durante los últimos cinco decenios hubo cuarenta millones de ucranianos obligados a ver cómo desaparecía del mundo su país, sin que el mundo prestara la más pequeña atención”. Tras esa invasión fue separado por el comunismo de sus cátedras y retirados sus libros; y como sabemos, ayudado por Carlos Fuentes y García Márquez, se marchó a París, en un pequeño auto cargado de discos y algunos libros, donde vive y escribe, y donde, naturalmente, tuvo lugar este sabroso diálogo.
Tras numerosas conversaciones (no menos interesantes son las mantenidas con Malamud y con Ivan Klima como el llamativo intercambio epistolar con Mary Mc Carthy) el libro cierra con un ensayo sobre la vasta y riquísima obra de Saul Bellow, en cuyos libros que destellan con fuerza, vemos trotar las ideas unas tras otra.
En fin, Philip Roth nos entrega un libro erudito, generoso, de esos que abundan en reflexiones que atrapan, y detienen.
Philip Roth, El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras, Seix Barral, 2003