Además, los países libres —aquellos con economías de mercado— disfrutan de mayores ingresos por persona y la expectativa de vida es mayor que en los países con menos libertad económica. La evidencia es abrumadora y contundente que a mayor libertad mayor bienestar social. En cambio, la intervención del estado produce pobreza y malestar general, por muy buenas que sean las intenciones de sus gobernantes.
Sin embargo, seguimos rindiendo pleitesía a ideas estatistas y colectivistas que rigen las economías de los países pobres. Por ejemplo, ¿por qué seguimos aceptando la idea de que el Estado tiene que ser dueño de las playas, de las minas, de los ríos y de los recursos naturales? La misma existencia de un Ministerio de Energía y Minas es sintomática de que jamás los minerales van a enriquecer al país. A pesar de sus grandes yacimientos de petróleo y de la mayor dotación natural de minerales valiosos per cápita en la historia, Venezuela no ha salido de su pobreza. ¿Acaso si esos recursos fuesen privados se hubieran dilapidado en la forma en que sólo el estado lo logra hacer? Hablamos de salir de la pobreza, pero es pecado hablar de eliminar el Ministerio de Energía y Minas con todo su enjambre de leyes.
¿Por qué tenemos que sostener un Ministerio de Economía cuyas actividades solamente interfieren en el mercado e impiden la eficiente asignación de recursos con distorsiones artificiales y creación de privilegios por los funcionarios de turno? ¿Por qué no dejamos a la gente en paz para que eduque a sus hijos sin intromisión del Ministerio de Educación y dejar que ese ministerio tenga sólo injerencia en las escuelas públicas, no en las privadas? ¿Por qué un Ministerio de Agricultura? ¿Quién lo echaría de menos —aparte de los empleados y de algunos productores subsidiados— si dejara de existir? Ni mencionemos el Ministerio de Cultura y Deportes y todos los demás inútiles, dañinos y pomposos ministerios. ¿Cómo podemos seguir permitiendo un sistema impositivo tan complicado y tan caro de mantener, instigador de terrorismo fiscal, cuando con el solo impuesto del IVA debería bastar?
Así podríamos seguir alargando la lista de víctimas de las ideas izquierdistas que dominaron el siglo XX, ideas que fracasaron estrepitosamente aunque le cueste admitirlo a los socialistas remanentes. Mucho se habla de reducir la pobreza, de ponernos de acuerdo en hacer algo, de lograr un consenso, de que hay que ser buenos y generosos, de encontrar un tercer camino, mientras nos perdemos en el laberinto intervencionista. Pero si el sentido común no se ha descartado totalmente, podríamos reconocer las realidades y las prioridades y sacar a los gobiernos de su papel estorbador, derogando leyes y reglamentos dañinos y así liberar a los pueblos para que puedan desarrollarse y enriquecerse. Sólo vea como creció la dotación de teléfonos cuando se sacó al gobierno del negocio de las telecomunicaciones. El mercado, aunque imperfectamente y no al gusto de todos, funciona. Lo demás no funciona. ¿Por qué seguir perdiendo el tiempo, lamentándonos que queremos salir de la pobreza, cuando sabemos que el mercado lo lograría?
Manuel F. Ayau Cordón es ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín, fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.
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