Juzgar el mercado como una fotografía que deja bastante que desear, una realidad imperfecta estática o en equilibrio, tiene ciertas implicaciones que no se siguen del hecho de juzgar el mercado como un proceso equilibrante, una película con muchos cabos sueltos que tiende a un final cerrado y feliz.
Al intervencionista no le gusta la fotografía que ve del mundo, la compara con una fotografía artificial perfecta y cree que debe retocar la original con Photoshop para que se asemeje a su modelo de referencia. Como tiene una fotografía perfecta con la que comparar todas las instantáneas de la realidad, cree identificar los defectos y saber corregirlos (o confía en que algún experto sabrá hacerlo). Traducido a lenguaje económico neoclásico, el mercado falla en la medida en que la realidad no se acerca al óptimo, definido en condiciones teóricas de competencia perfecta. Las condiciones de competencia perfecta no se dan jamás, así que el mercado falla continuamente. Así, el intervencionista busca una solución al fallo de mercado, que lógicamente no puede provenir del propio mercado (pues ha fallado). El mercado es la fotografía defectuosa, y hay que retocarla en el taller.
El intervencionista busca la Solución. Quiere un plan de acción encaminado a corregir el defecto en la fotografía, y la Solución a menudo parece obvia, pues la fotografía perfecta de referencia está ahí al lado. La solución es un programa, una ley, una regulación, un subsidio, una fijación de precios, un impuesto pigouviano, una nacionalización, una bajada de intereses, una licencia, una prohibición, un aumento del presupuesto, un ministerio, una agencia... El Estado es el órgano a través del cual el intervencionista intenta materializar su solución. El intervencionista no controla el Estado, pero actúa como si lo hiciera. Expone su propuesta como si el Estado fuera a consultarle y a ejecutarla sin desvirtuarla. En cualquier caso, el intervencionista no piensa en un mecanismo de corrección, en un proceso de descubrimiento, en una estructura de incentivos para encontrar soluciones adecuadas, solo piensa en encontrar la Solución que el Estado debe estampar en la fotografía.
El liberal, en cambio, no pretende encontrar la Solución. De hecho, admite humildemente que a menudo ignora cuál es la respuesta adecuada a una determinada carencia percibida. El liberal prefiere centrarse en el proceso que lleva a encontrar buenas soluciones. No aspira a diseñar una solución concreta, sino a dar con el mejor mecanismo para descubrir y testar soluciones concretas. El liberal no concibe la realidad como una fotografía, sino como un proceso dinámico en el que los fotogramas adquieren sentido si se deja que la película avance. El liberal busca un marco propicio para el desarrollo de la película, un marco que permita la experimentación con distintas propuestas, ejercicios de prueba y error por parte de muchos emprendedores, competencia entre ideas y el triunfo de las mejores sobre las peores.
Un fallo de mercado desde una perspectiva estática es una oportunidad de ganancia desde una perspectiva dinámica. Representa una demanda insatisfecha que puede ser explotada por algún emprendedor perspicaz e imaginativo. En el mercado, la expectativa de rentabilidad es un incentivo para corregir errores de fotografías pasadas, y las pérdidas y las ganancias son un indicador de éxito o fracaso en la búsqueda de soluciones que elevan el bienestar de la gente. Este enfoque dinámico que enfatiza la competencia descentralizada, el derecho de salida y la libertad de entrada al mercado, el test de prueba y error, los incentivos para servir a la gente y mantener una buena reputación, contrasta con el enfoque estático que confía en la Solución centralista diseñada por el experto o tecnócrata de turno y en la voluntad del Estado para ejecutarla.
El intervencionista intenta diseñar la Solución, el liberal busca un marco en el que experimentar y descubrir múltiples soluciones. El liberal deja la búsqueda de soluciones concretas a los millones de emprendedores que arriesgan sus recursos y tienen incentivos para explotar oportunidades latentes, o a los individuos de la comunidad afectada que conocen su particular situación y tienen razones para organizarse colectivamente. El intervencionista, ansioso por retocar la fotografía, no quiere entregarse a ningún proceso de mano invisible y prefiere seguir hablando en términos de soluciones. El liberal, consciente de que la realidad social es cambiante y compleja, confía en un mecanismo de ajuste descentralizado y habla en términos de cómo encontrar las mejores soluciones. El mercado no es la Solución, ni garantiza soluciones inmediatas. Es simplemente un proceso de experimentación competitiva que tiende a producir las mejores soluciones. Confiar en el mercado requiere paciencia y cierta tolerancia a los altibajos. Confiar en el Estado y en su Solución es un simple acto de fe.
© AIPE
ALBERT ESPLUGAS, miembro del Instituto Juan de Mariana.
Al intervencionista no le gusta la fotografía que ve del mundo, la compara con una fotografía artificial perfecta y cree que debe retocar la original con Photoshop para que se asemeje a su modelo de referencia. Como tiene una fotografía perfecta con la que comparar todas las instantáneas de la realidad, cree identificar los defectos y saber corregirlos (o confía en que algún experto sabrá hacerlo). Traducido a lenguaje económico neoclásico, el mercado falla en la medida en que la realidad no se acerca al óptimo, definido en condiciones teóricas de competencia perfecta. Las condiciones de competencia perfecta no se dan jamás, así que el mercado falla continuamente. Así, el intervencionista busca una solución al fallo de mercado, que lógicamente no puede provenir del propio mercado (pues ha fallado). El mercado es la fotografía defectuosa, y hay que retocarla en el taller.
El intervencionista busca la Solución. Quiere un plan de acción encaminado a corregir el defecto en la fotografía, y la Solución a menudo parece obvia, pues la fotografía perfecta de referencia está ahí al lado. La solución es un programa, una ley, una regulación, un subsidio, una fijación de precios, un impuesto pigouviano, una nacionalización, una bajada de intereses, una licencia, una prohibición, un aumento del presupuesto, un ministerio, una agencia... El Estado es el órgano a través del cual el intervencionista intenta materializar su solución. El intervencionista no controla el Estado, pero actúa como si lo hiciera. Expone su propuesta como si el Estado fuera a consultarle y a ejecutarla sin desvirtuarla. En cualquier caso, el intervencionista no piensa en un mecanismo de corrección, en un proceso de descubrimiento, en una estructura de incentivos para encontrar soluciones adecuadas, solo piensa en encontrar la Solución que el Estado debe estampar en la fotografía.
El liberal, en cambio, no pretende encontrar la Solución. De hecho, admite humildemente que a menudo ignora cuál es la respuesta adecuada a una determinada carencia percibida. El liberal prefiere centrarse en el proceso que lleva a encontrar buenas soluciones. No aspira a diseñar una solución concreta, sino a dar con el mejor mecanismo para descubrir y testar soluciones concretas. El liberal no concibe la realidad como una fotografía, sino como un proceso dinámico en el que los fotogramas adquieren sentido si se deja que la película avance. El liberal busca un marco propicio para el desarrollo de la película, un marco que permita la experimentación con distintas propuestas, ejercicios de prueba y error por parte de muchos emprendedores, competencia entre ideas y el triunfo de las mejores sobre las peores.
Un fallo de mercado desde una perspectiva estática es una oportunidad de ganancia desde una perspectiva dinámica. Representa una demanda insatisfecha que puede ser explotada por algún emprendedor perspicaz e imaginativo. En el mercado, la expectativa de rentabilidad es un incentivo para corregir errores de fotografías pasadas, y las pérdidas y las ganancias son un indicador de éxito o fracaso en la búsqueda de soluciones que elevan el bienestar de la gente. Este enfoque dinámico que enfatiza la competencia descentralizada, el derecho de salida y la libertad de entrada al mercado, el test de prueba y error, los incentivos para servir a la gente y mantener una buena reputación, contrasta con el enfoque estático que confía en la Solución centralista diseñada por el experto o tecnócrata de turno y en la voluntad del Estado para ejecutarla.
El intervencionista intenta diseñar la Solución, el liberal busca un marco en el que experimentar y descubrir múltiples soluciones. El liberal deja la búsqueda de soluciones concretas a los millones de emprendedores que arriesgan sus recursos y tienen incentivos para explotar oportunidades latentes, o a los individuos de la comunidad afectada que conocen su particular situación y tienen razones para organizarse colectivamente. El intervencionista, ansioso por retocar la fotografía, no quiere entregarse a ningún proceso de mano invisible y prefiere seguir hablando en términos de soluciones. El liberal, consciente de que la realidad social es cambiante y compleja, confía en un mecanismo de ajuste descentralizado y habla en términos de cómo encontrar las mejores soluciones. El mercado no es la Solución, ni garantiza soluciones inmediatas. Es simplemente un proceso de experimentación competitiva que tiende a producir las mejores soluciones. Confiar en el mercado requiere paciencia y cierta tolerancia a los altibajos. Confiar en el Estado y en su Solución es un simple acto de fe.
© AIPE
ALBERT ESPLUGAS, miembro del Instituto Juan de Mariana.