Los impuestos, que recaudan los gobiernos coactivamente, afectan en mayor medida a los más débiles. Los empresarios pueden hacer frente a la presión fiscal subiendo el precio de sus productos, bajando los salarios a sus trabajadores, recortando en el rubro de inversiones o demandando menos mano de obra. Los pobres no. Los pobres siempre pagan. Y cuando empiezan a tener hambre, los gobernantes vuelven a recaudar; para, dicen, cumplir funciones asistenciales. Lo cierto es que ese dinero termina cebando la corrupción y el bolsillo de los burócratas, y que sólo una parte acaba en manos de los pobres. En esto consiste la "redistribución de la riqueza" que promueve el estatismo.
El mercado, en cambio, se basa en los intercambios pacíficos y voluntarios. Por eso es eficiente. El comprador otorga más valor a lo que compra que al dinero que paga por ello; el vendedor procede a la inversa; ambos salen ganando.
El hambre no es natural, sino fruto de los errores humanos, de los errores de los gobiernos, que intervienen en la economía con todo tipo de regulaciones que impiden el desarrollo natural del mercado.
Gracias al desarrollo tecnológico, el mercado produce más alimentos que nunca, aun cuando jamás ha empleado menos gente para ello: el 6% de los trabajadores, cifra que podríamos comparar, por ejemplo, con el 85% de 1850. La cosecha mundial de granos superó los 1.600 millones de toneladas en 2007, cifra superior en 90 millones a la de 2006, que representó un máximo histórico. La producción crece más de un 5% cada año, mientras que la población lo hace a un 2%. Con lo que se produce hoy en día podría alimentarse a toda la población del planeta, casi 7.000 millones de personas, y aun así sobraría muchísimo alimento. Además, el ingreso real per cápita crece a un ritmo anual del 4,3% . Pero resulta que 850 millones pasan hambre, con lo que se demuestra que el problema es, precisamente, la redistribución coactiva que llevan a cabo los gobiernos.
Según The Independent, los ingleses desechan cada año 20 millones de toneladas de alimentos, valoradas en 21.000 millones de libras esterlinas. Con eso África podría olvidarse del hambre durante todo un año. Lo que el rotativo británico olvida decir es que eso se debe, básicamente, a regulaciones gubernamentales como las relacionadas con la calidad y la salubridad de los productos.
La FAO pidió, con razón, prudencia a la hora de subsidiar biocombustibles, pues la producción de éstos quita granos del mercado. Lula da Silva, uno de los grandes repartidores de subsidios, criticó, con razón, a los países ricos que... subvencionan la producción agrícola. En cuanto al secretario general de la ONU, se mostró contrario a que se impongan limitaciones a la exportación, porque pueden empujar los precios al alza.
Entre quienes escuchaban a Ban Ki Moon se encontraba la presidente argentina, cuyo Gobierno impone impuestos a la exportación de casi el 50% y prohíbe la exportación de determinados productos.
Argentina es el octavo productor mundial de alimentos, y el quinto exportador. Su sector agroalimentario es, junto con el norteamericano, el más competitivo, por su innovación, tecnología y productividad. Pero el actual Gobierno lo está destruyendo rápidamente, coerción violenta de por medio. Mientras la recaudación tributaria aumentó un 52,4% en abril, hasta llegar a los 20.240,7 millones de dólares, la pobreza crece y ya afecta a más del 30% de la población, 11.500.000 personas. Si este dinero recaudado se repartiera entre los pobres, cada uno recibiría 1.800 dólares, con lo que dejarían de serlo, ya que la canasta básica cuesta 400 dólares, y aún sobraría para pagar la justicia, la seguridad, la educación y demás servicios públicos.
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