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YASER ARAFAT

El mártir insignificante

El pasado 2 de agosto The New York Times dio la noticia. “Tres palestinos que espiaban por cuenta de Israel”, decía el titular, “muertos en Gaza”. La frase es una admirable muestra de hipocresía progresista.

“En Gaza”, por empezar con el lugar donde ocurrieron los hechos, se refiere a la cárcel donde estaban internados los tres palestinos. Un “policía palestino” –así denomina al sujeto el redactor de The New York Times- lanzó una granada a una de las celdas donde estaban presos sus tres compatriotas, acusados y al parecer convictos de colaborar con Israel. El artículo no precisa en qué circunstancias se produjo esta sentencia ni en qué tribunal. Hubo siete heridos. Uno de ellos, Musa Awda, falleció poco después de llegar al Hospital Shifa. Poco después unos hombres enmascarados entraron en el hospital y dispararon a otro de los prisioneros heridos, Mahmoud al-Sharif, del que debemos suponer que también falleció. Finalmente, algunas horas más tarde, otro de los heridos, Salid Hamdiya, que se encontraba en una unidad de cuidados intensivos resultó muerto a consecuencia de un nuevo tiroteo. “Gaza” es por tanto una cárcel, un hospital y la sala de cuidados intensivos de este hospital.
 
“Muertos”: obviamente, los palestinos fueron muertos, pero los hechos que condujeron a esas muertes merecen otro nombre, que es “asesinato”. Ahora bien, ni el “policía” ni los hombres que entraron en el hospital para matar a los supervivientes son calificados de asesinos en el artículo. Sí aparece la palabra “asesinato”, en cambio, cuando se habla de los hechos por los que fueron encarcelados los tres “muertos”. Por lo visto, dos de ellos había colaborado con el Ejército israelí en el “asesinato” –ahora sí- de de varios miembros importantes de Hamas y otros grupos terroristas.
 
Así que ya lo sabemos: los palestinos muertos por el Ejército israelí fueron “asesinados”, mientras que los que fallecieron víctima de sus propios compatriotas fueron “muertos”.
 
Aunque de forma un poco sesgada, The New York Times tuvo al menos la honradez de dar la noticia. No ha sido así en muchos otros medios de comunicación, que se limitaron a copiar el titular del periódico norteamericano, o, más sencillamente, la omitieron. Por supuesto que no ha habido ni el menor asomo de escándalo por parte de ninguna organización de las que defienden los derechos humanos (de los progresistas). Amnistía Internacional, por ejemplo, no se ha dado por enterada. Eso sí, los progresistas de la tierra siguen absortos en los malos tratos perpetrados en Abu Ghraib.
 
La manipulación tiene una vertiente moral repulsiva. Tiene otra, de índole política. Los asesinatos ocurridos en la cárcel y el Hospital de Shifa han tenido lugar en un momento en el que el prestigio de la Autoridad Nacional Palestina y su líder Yaser Arafat están por los suelos. En vez del martirio, Arafat ha llegado a lo que Azaña, cuando presidió la guerra civil, llamó “el fondo de la nada”. En palabras menos sublimes, Arafat ha alcanzado la insignificancia (Jim Hoagland, “The Dog Days of Arafat, The Washington Post, 12.08.04). Aunque Arafat no estaría del todo de acuerdo, es lo peor que le podía ocurrir. Sobre todo es el peor escenario para sus amigos europeos, progresistas o no, porque en esto todos nuestros líderes, de izquierdas, de derechas o de centro, son iguales. Salvo Bush, que se ha negado a hablar con él.
 
El silencio con que los medios y los líderes europeos contemplan las atrocidades que los terroristas palestinos vienen cometiendo contra su propio pueblo revela el fracaso de una política que quiso hacer de Arafat el representante y el líder único de un pueblo martirizado. No se quiso ver que Arafat era uno de los principales responsables de ese martirio, por emplear la retórica al uso. Y ahora no se quiere ni siquiera escuchar que quien se había elegido como interlocutor privilegiado ya no es capaz de controlar nada, ni su gobierno, ni su policía, ni su más directo entorno, ni los hechos –criminales- que ya no nadie sabe si se cometen o no en su nombre. Todavía no ha habido detenciones por lo ocurrido en la cárcel y el hospital de Shifa.
 
Cuando se le da a un terrorista la categoría de jefe de Estado se obtienen resultados como estos.
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