Juan Pablo II llevó las declaraciones públicas de arrepentimiento de la Iglesia al paroxismo: el 3 de febrero de 2000 pidió perdón por la muerte en la hoguera de Giordano Bruno; el 12 de marzo del mismo año pidió perdón a la humanidad por los errores cometidos por "los hijos de la Iglesia" en sus 2.000 años, pecados contra los derechos de los pueblos, culturas y religiones, y admitió que "los cristianos han incumplido el Evangelio y, cediendo a la lógica de la fuerza, han violado los derechos de etnias y pueblos" ("Pedimos perdón por las divisiones entre los cristianos, por el uso de la violencia al servicio de la verdad, y por las actitudes de desconfianza y hostilidad asumidas contra los seguidores de otras religiones"); en mayo de 2001, en Atenas, el Papa dijo que por "las ocasiones pasadas y presentes en las que los hijos de la Iglesia Católica han pecado con hechos y omisiones contra sus hermanos ortodoxos, pedimos el perdón de Dios", y se refirió especialmente al "desastroso saqueo" de Constantinopla por los venecianos en 1204, expresando que "el hecho de que fueran latinos nos llena de amargura a los católicos"; el 24 de octubre de 2001 pidió perdón a los chinos por errores del pasado que fueron el "fruto amargo de los límites propios del ánimo y de las acciones humanas, muchas veces condicionadas por situaciones difíciles, ligadas a acontecimientos históricos e intereses políticos contrastados", y lamentó que "estos errores y límites del pasado (...) hayan generado la impresión de una falta de respeto y de estima de la Iglesia Católica hacia el pueblo chino, induciéndole a pensar que era hostil hacia China. Por todo ello, pido perdón y comprensión a todos los que se han sentido de alguna manera heridos por esa forma de actuar de los cristianos".
El Papa volvió a la carga en varias ocasiones posteriores: el 23 de junio de 2003 dijo en Bosnia que, por "tanto sufrimiento y derramamiento de sangre, le pido a Dios Todopoderoso que tenga misericordia por los pecados cometidos contra la humanidad, la dignidad humana y la libertad, también cometidos por hijos de la Iglesia Católica", en el curso de la guerra; y el 15 de junio de 2004, en la presentación de las Actas del Simposio Internacional 'La Inquisición', afirmó que "la Iglesia busca la verdad histórica para pedir perdón por los pecados de sus hijos".
En 2001, el 16 de agosto, la presidenta de Indonesia, Megawati Sukarnoputri, pidió perdón a las provincias separatistas de Aceh e Irian Jaya por las violaciones a los derechos humanos cometidas en el pasado por el Gobierno. Lo que no impidió que las tropelías se repitieran hasta que la naturaleza, bajo la especie del tsunami, resolvió el problema político por inescrupulosa eliminación de una de las partes.
El 7 de septiembre de 2001, en la tristemente célebre Conferencia de las Naciones Unidas contra el Racismo de Durban, que acabó en una apoteosis de judeofobia, los delegados europeos acordaron disculparse por el tráfico de esclavos. El doctor Sipho Pityana, director de Relaciones Exteriores de Sudáfrica, abrió el paraguas financiero –la culpa nunca es tan grande– aclarando que las naciones europeas que habían obtenido beneficios de la esclavitud pedirían un disculpa "desde una perspectiva moral", lo que no implicaría un responsabilidad legal sobre el tráfico de esclavos, de modo de evitar la obligación de reparaciones económicas.
El 13 de noviembre de 2002 la presidenta de Sri Lanka, la señora Chandrika Kumaratunga, apareció en la televisión pidiendo perdón por haber quemado vivos a 5.000 tamiles en los disturbios de 1983. Tras eso, otros 800.000 huyeron del país, pidiendo refugio en la India, Europa, Canadá y los Estados Unidos, y la guerra civil arrambló con 100.000 más.
2005 fue un año especialmente pródigo en pedidos de perdón: el 26 de febrero, el general Balza, en nombre del Ejército argentino, pidió perdón a su país por los crímenes cometidos durante la dictadura de 1976-1983; en mayo, ante el cincuentenario de la finalización de la Guerra Mundial que se conmemoraría en Moscú, el canciller Gerhard Schroeder pidió perdón "por el sufrimiento infligido contra el pueblo ruso y otros pueblos por parte de los alemanes y en nombre de los alemanes"; el 20 de julio, el Estado colombiano pidió perdón a familiares de 19 comerciantes asesinados el 4 de octubre de 1987 por miembros de las Autodefensas Unidas del Magdalena Medio en Puerto Boyacá, es decir, pidió perdón por una barbaridad que no había cometido; el 24 de julio, el jefe de Scotland Yard, Ian Blair, pidió disculpas a la familia de Jean Charles de Menezes; el 28 de agosto, el ex presidente polaco Jaruzelski pidió perdón a la nación checa por la participación de su país en la invasión de Checoslovaquia en 1968.
Habrá que sumar a esta lista los pedidos de perdón del ex presidente De la Rúa, por haber hecho un desastre; del presidente peruano en ejercicio Alejando Toledo, por haber intentado privatizar algunas empresas eléctricas (no es una broma); de militares de medio mundo, por haber torturado; del Gobierno indonesio, por haber oprimido a Timor Oriental. Etcétera.
De modo que, para cuando llegaron las caricaturas de Mahoma, estábamos perfectamente entrenados. Grandes hombres, empezando por el Papa; hombres un poco menos grandes, empezando por un canciller alemán y terminando por el jefe de la policía londinense, y hombres decididamente pequeños habían pedido perdón, en la mayoría de los casos por crímenes que no habían cometido personalmente y a los que, antes de juzgarlos, convendría situar en su tiempo.
En la muy abreviada lista de perdones que acabo de recordar a mis sufridos lectores hay casos de fe, como los de Juan XXIII y Juan Pablo II; casos políticos, como el de Jaruzelski; casos de torpeza, como el del presidente Toledo, y casos de cinismo, como los de las presidentas de Sri Lanka e Indonesia.
De modo que, tras defender sin vacilación la necesidad de fijar las bases para una seria reconciliación entre católicos y judíos, que es lo que en su día hizo Juan XXIII, corresponde hacerse algunas preguntas: ¿existe alguna razón seria para disculparse en nombre de los católicos del siglo XVI por la incineración en vida de Giordano Bruno? Cuando el perdón que se pide no es el de Dios, como en el caso del militar argentino o el de Schroeder, ¿quién posee el poder de perdonar? ¿Es realmente necesario que un dirigente, en nombre de su pueblo, pida perdón a otro pueblo por la barbarie de una guerra? ¿Tiene sentido? ¿Tiene sentido pedir perdón al enemigo? ¿Puede o debe la Iglesia pedir perdón en nombre de un asesino o un grupo de asesinos católicos? ¿Dónde termina el arrepentimiento y empieza la política? Y por último: ¿ha pedido el islam alguna vez perdón por algo?
Tengo para mí que la costumbre de pedir perdón desvirtúa tanto la culpa como el perdón mismo, que no es cosa de los hombres: para caer en la idea de que una sociedad o un individuo está en condiciones de perdonar, la secularización de una sociedad debe ser absoluta. Y lo curioso es que, al parecer, todo el mundo está dispuesto a pedir perdón, no a Dios, desde luego, sino a cualquier grupo político, o religioso, si es islámico. Dispuesto a pedir perdón no por arrepentimiento, que es un sentimiento superior, sino por simple cobardía o conveniencia. Es decir, por miedo o por un pago. ¿Acaso no tiene precio la alianza de civilizaciones?