Las novelas tenían por tanto una intención moral y propagandística asumida y confesa. Eso no le impidió tratar el asunto con humor. Le pidió una frase a su amigo el actor David Niven para colocarla como reclamo publicitario en la portada de Adiós a la reina, y como a David Niven no se le ocurría nada, el propio Buckley le comunicó lo que iba a ser publicado: "Sin duda el mejor libro que se ha escrito nunca sobre cómo tir…se a la Reina. – David Niven". El actor se quedó de piedra.
De Buckley se recuerdan muchas anécdotas. En los años sesenta, una organización progresista le puso un pleito por difamación. En el curso del interrogatorio, el abogado le preguntó si había llamado "tarugo" a Jesse Jackson. Buckley le contestó que si no lo hizo, debería haberlo hecho. Ganó el pleito. Cuando Juan XXIII publicó Mater et Magistra, una encíclica muy critica con Occidente, Buckley, católico de fe muy profunda y figura un poco a la Chesterton, se dejó llevar y exclamó: “Mater, sí, Magistra, ¡de ninguna manera!”
Pero además de su fama de sarcástico y buen vividor, William Buckley es conocido sobre todo por ser uno de los padres del conservadurismo norteamericano actual. Ha sido un hombre extraordinariamente fértil, porque no le gusta escribir, según dice él mismo. Lo daremos por bueno. El caso es que inició su carrera de escritor muy pronto, a los veinticinco años, publicando God and Man at Yale, una obra sobre el laicismo izquierdista de las universidades de elite norteamericanas, un tema al que ha dedicado múltiples reflexiones. Otros escritores y publicistas, como William Horowtiz, lo han continuado luego. Gracias a ellos el progresismo no las tiene todas consigo en el ambiente académico de Estados Unidos.
Otra obra polémica es su trabajo novelado sobre McCarthy, The Redhunter. Fue acogido como era de esperar: como una apología irredenta del maccarthismo. Es algo más y el balance de Buckley sobre McCarthy –"hizo más daño que otra cosa"– no deja lugar a dudas.
William Buckley ha sido noticia estos días porque ha decidido retirarse del timón de la revista que él mismo fundó en 1955, National Review. Su hermano recuerda que en aquellos tiempos su más inconfesado temor era que "el único conservador que hubiera en América fuera Gerald L.K. Smith". Gerald L.K. Smith fue un evangelista antisemita muy conocido a mediados de siglo por su radicalismo demagógico de extrema derecha. La frase da la medida de lo que eran en buena medida las filas del conservadurismo norteamericano de entonces: racistas del sur, proteccionistas, antisemitas y aislacionistas (ver el editorial “America’s Bill of Right”, en The Wall Street Journal, 06.07.04).
National Review empezó a cambiar las cosas. Reunió a un equipo de gente muy brillante, les proporcionó un medio, unos principios y una causa: el anticomunismo, la defensa de la libertad de mercado y los valores morales tradicionales. No era una empresa fácil, porque la gente a la que quería reunir Buckley era y es por naturaleza individualista e indisciplinada. Tuvo problemas, por ejemplo con los seguidores de Ayn Rand, de un liberalismo nada conservador, luego con algunos de los llamados neoconservadores como Irving Kristol y hace muy poco tiempo con David Horowitz.
Pero National Review, bajo la guía de William Buckley, supo guardar el rumbo y contribuyó a crear ese nuevo conservadurismo americano que acabaría dando lugar a la presidencia de Ronald Reagan, amigo de Buckley además de lector asiduo de la revista. La clave, una vez puestas en perspectiva las cosas, es bien sencilla: inyectar la idea de la libertad en la mentalidad conservadora. Es lo que hace tan especial el conservadurismo americano, lo que le da su toque distintivo y lo que resulta tan difícil de entender desde este lado del Atlántico. Una lectura al azar de cualquier columna de Buckley en la que sigue siendo su revista da la medida de su talento, la variedad de sus intereses y la libertad de su enfoque.