Los españoles que piensen que se trata de un centro lejano y sin importancia para nosotros se equivocan de cabo a rabo: muchas de sus ideas han llegado hasta nosotros a través de sus publicaciones e influido en la política económica de algunos de nuestros gobiernos; y su triunfo contrasta con el fracaso de los think tanks independientes en la Península Ibérica desde que Portugal y España volvieran a la democracia.
En 1946 un piloto de combate de la RAF muy condecorado, Anthony Fisher, había leído un resumen del Camino de servidumbre de Friedrich Hayek en el Reader's Digest. Fue a visitar al maestro a la London School of Economics con el objetivo de preguntarle qué podía hacer para detener la caída del Reino Unido en la sima del socialismo. ¿Debería entrar en política? Hayek le contestó que de ninguna manera: el curso de las sociedades sólo lo cambian las ideas. Había que llegar hasta los periodistas, los profesores, los intelectuales. Cuando éstos estuvieran dispuestos a escuchar y, luego, a dejarse convencer, los políticos cambiarían de dirección.
Fisher le hizo caso. Tras hacerse rico con la primera granja de gallinas en batería de Inglaterra (¡horror!, pollos poco ecológicos), fundó el IEA en 1955 y ofreció el puesto de director general a Harris. El año siguiente entró Seldon, como encargado de publicaciones y redactor jefe. Los dos acertaron a trabajar juntos durante un cuarto de siglo: Harris, como la cara pública del instituto, un mago de la búsqueda de fondos privados; Seldon, como el garante de la calidad de las publicaciones, milagros de divulgación académica. Había que verles juntos: el anglocatólico Harris, futuro Lord Harris of High Cross, pipa en ristre y corbata de pajarita, y el judío Seldon, tartamudo y tímido; ambos hijos de la clase obrera.
Eran momentos graves en la historia de la Gran Bretaña. El Gobierno laborista de 1945-1951 había montado un Estado de Bienestar con las piezas que poco a poco habían ido colocando políticos de todos los colores desde 1911. Mientras Alemania vivía su milagro gracias a las reformas de Erhard, los británicos se entregaban con armas y bagajes al keynesianismo, el control de cambios, el control de precios y salarios, la planificación indicativa, las pensiones públicas, la sanidad gratuita, la educación estatal.
Lo peor fue que los gobiernos conservadores que siguieron: Churchill, Eden, Heath, adoptaron políticas de paternalismo conservador y socializante. Entre todos llevaron el país al invierno del desastre de 1978-1979, the Winter of our dicontent, en el que concurrieron las huelgas de la minería del carbón, de correos, de los transportes, de la recogida de basuras, de tal forma que el suministro de electricidad a la industria se redujo a tres días por semana.
Para ese momento ya habían comenzado a difundirse las ideas del IEA: defensa de la publicidad comercial, libertad de precios en el comercio; el timo de las pensiones públicas; el error de la gratuidad de los servicios públicos; monetarismo para explicar la inflación... sería cansado traer aquí todos los títulos de los libros y papeles publicados hasta entonces.
El milagro se llamó Thatcher. Ella misma ha dicho que el IEA creó el clima que hizo posible la victoria del conservadurismo liberal, esa combinación de laboriosidad victoriana y libertad económica que los falsos liberales de la izquierda de hoy no reconocen como suya. El instituto se ha mantenido siempre independiente de partidos políticos y gobiernos de todos colores, pero sin duda muchas de las ideas defendidas por su cuadra de autores suministró la munición para las reformas de la Dama de Hierro. También se la criticó desde allí, en especial por su empeño en mantener el monopolio del suministro público de salud del National Health Service, que está fracasando, como bien predijo Seldon.
No puedo resistir la cita de otra profecía de Seldon en el año de 1980: "China será capitalista, la URSS desaparecerá; el Partido Laborista nunca volverá a gobernar con los dogmas del pasado".
En efecto, Tony Blair ha aprendido alguna de las lecciones del IEA, pero no todas, ni mucho menos: ¡esa manía de gastar más y más dinero en los servicios públicos, de aumentar la presión fiscal, de procurar la entrada del Reino Unido en el euro!
Las libertades siempre están en peligro, sobre todo en España, donde el pensamiento organizado es todo menos libre. La historia del IEA tiene muchas lecciones para los españoles. Yo he fundado cuatro think tanks liberales, todos desaparecidos, pues las empresas y los particulares no quieren fomentar pensamientos libres que vayan a disgustar a ministros. Cometí un error al entrar en política, pero nuestro grupo sí consiguió que José María Aznar prestara atención a las nuevas ideas. No estoy seguro de que sea buena idea que los centros de pensamiento dependan del dinero público o de asociaciones empresariales.
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