El increíble hombre menguante fue dirigida por Jack Arnold en 1957 y es una de las muchas películas que se hicieron para advertir de los riesgos de las explosiones nucleares, que se ensayaban por entonces, por pura ignorancia, en los desiertos de Nevada, Arizona y Utah. La historia es sencilla: tras el estallido de un artefacto atómico en las inmediaciones, una nube nuclear cubre el lugar en que se encuentra la pareja protagónica. Poco después, él (Scott Carey, encarnado por Grant Williams, actor olvidado) empieza a encogerse visiblemente y, como es natural, su relación con el mundo cambia: hay una escena antológica en la cual debe enfrentarse a una araña, enorme para él (cabe señalar que Kurt Neumann hizo la primera versión de La mosca en 1958, con el inefable Vincent Price y bastante mejor que el remake de Cronenberg de 1986).
Es inevitable establecer el paralelismo entre la situación de Carey en el film y la de Montilla en la vida real. La nube, no necesariamente nuclear, pero sí tóxica, del estallido económico que ha producido Zapatero a algo más de 600 kilómetros ha afectado al president, que lo es en representación de una parodia del nacionalismo, un micronacionalismo (maravilloso, preciso y poco empleado término que acaba de rescatar para LD mi querido y admirado José García Domínguez). Como el de Moncloa pretende que España mengüe, se ha asociado con los micronacionalismos para que, mientras la nación española duerme, éstos la aten como los liliputienses hicieron con Gulliver, para que no pueda moverse cuando despierte. Pero las intenciones no cambian la realidad, y el tamaño de los liliputienses, como el de Gulliver, sigue siendo el mismo.
Después de una inflación arbitraria de la cuestionada y cuestionable nación catalana, cuando tímidamente el Tribunal Constitucional recortó ligeramente las alas del Estatut y el president se lanzó a la calle para protestar por tamaña injusticia, tuvo que salir corriendo y esconderse con escolta y todo para que no lo apalearan.
Como en el de Iznájar se han reunido la tradición clientelar de Andalucía y la de Cataluña, no ha sabido reaccionar mejor ante la previsible derrota del próximo noviembre que inventándose un reparto insensato de dinero para los sectores de la sociedad a los que él mismo hundió –con la inestimable colaboración del presidente del gobierno de España–. Mientras el indesahuciable inquilino del palacio presidencial condena a los pensionistas, que en su mayoría alcanzan raspando los 400 euros al cabo de una vida de trabajo, el gran andaluz catalán ha decidido ofrecer, a cambio del voto, por supuesto, un sueldo de 633 euros a los jóvenes menores de 25 años que no estudian ni trabajan. Ah, pero que no tiemble el lector: no se trata de una donación a fondo perdido (perdido viene de PER), sino de un crédito, un préstamo hasta que los muchachos encuentren empleo; mas no un préstamo usurario, como los del malvado capitalismo judeomasónico: sólo estarán obligados a devolverlo aquellos cuyo salario supere el doble de la cuota otorgada, es decir, los que encuentren empleo con un sueldo superior a los 1.266 euros (no se aclara si netos o brutos).
¡Eso es una campaña, señores, y no las que se hacen con la estúpida convicción de que el voto es gratis! Lo único gratuito aquí es la promesa. Porque ya me dirá el molt honorable de dónde piensa sacar la pasta para mantener a todos los menores de 25 años que no estudian ni trabajan, que son muchísimos. En la España de hoy –y por mucha ingeniería contable que se haga, Cataluña no está fuera de la estadística– hay casi 1,8 millones de hogares con el cabeza de familia en paro: uno de cada diez hogares; y hay medio millón de familias en las que nadie ingresa nada. El año pasado, tras perder su empleo, 800.000 personas acudieron a Cáritas. Y no hay subsidios que lo arreglen, ni dinero para esos subsidios, salvo si se aumenta la ya impagable deuda pública, que es lo que, al parecer, pretende hacer Zapatero en el año y medio que le han otorgado el PNV y CC a cambio de una pérdida de soberanía escandalosa tanto en el País Vasco como en las Islas (ante lo segundo, Mohammed VI debe de estar frotándose las manos: nada mejor para el cazador que una presa solitaria y débil). No podemos llegar a 2012 sin que pase algo muy parecido a lo sucedido en la Argentina de 2001 y 2002; y no lo digo yo, sino el muy izquierdista doctor Stiglitz.
La monstruosa campaña de serie B del señor Montilla contribuye por sí misma (cuesta lo suyo hacer esos carteles ridículos que han superado el desnudo pasoliniano, ahora de masas, de Rivera) al deterioro de nuestras finanzas, pero no le asegura la continuidad en el cargo: ganará Convergencia, un partido con gente un poco más responsable que la del Tripartit, pero que tampoco garantiza nada. Nada más de lo que puede garantizar el PNV: seguirán royendo transferencias, pero para mantenerlas con dinero del Estado, que es de lo que siguen viviendo las autonomías, con toda su carga de duplicación de funcionarios y de gasto ruinoso en entidades paragubernamentales o de fundaciones antiespañolas: ¿por qué hay que mantener Omnium, por ejemplo, que tiene por misión liquidar el castellano en Cataluña? Y en España, de paso, donde estaremos obligados a decir "Yirona" y, tras el ultimísimo pacto, a escribir Biskaia. Todo lo cual no variará hasta que no se reforme este sistema electoral que premia a los partidos locales y castiga a los nacionales.
Un año y medio más, y el hombre al que ya no quieren ni en su casa pretende abundar en su delirio y presentarse a una tercera legislatura. Lo curioso del asunto es que estos hombres menguantes, a diferencia del de la película, no se dan cuenta del desmesurado tamaño que van adquiriendo las arañas.