Hay economistas que siguen las enseñanzas de la escuelas Austríaca y de Chicago, de colegas como F. A. Hayek (1899-1992) y Milton Friedman (1903-2007). Y hay economistas que aceptan muchas de las enseñanzas de John Maynard Keynes (1883-1946) y sus discípulos: son los keynesianos.
Las recesiones y depresiones suelen ser producto de una excesiva expansión del crédito y de la inflación, generalmente causada por los bancos centrales. La causa principal de la crisis actual es el reventón de la burbuja del sector inmobiliario en EEUU y otros países. Esto sucedió porque fluyó demasiado dinero a la construcción de viviendas y se redujeron las restricciones que pesaban sobre el crédito.
Los economistas del primer grupo mantienen que cuando los bancos centrales frenan la emisión de dinero y del crédito, el mercado, cuando es libre, se corrige por sí solo dejando que caigan los precios de los bienes sobrevaluados (hoy, las viviendas) hasta que se alcance el equilibrio entre la oferta y la demanda, momento en que la economía volverá a crecer. El gobierno puede contribuir a ello reduciendo impuestos al capital y al trabajo mientras extiende su ayuda a la gente que ha perdido su empleo.
Los economistas keynesianos argumentan, correctamente, que durante una recesión los individuos y las empresas gastan e invierten menos de lo necesario para mantener el pleno empleo. Su solución consiste en aumentar los gastos gubernamentales para suplir esa caída. Pero los economistas austríacos argumentan que todo gasto gubernamental tendrá que ser respaldado, tarde o temprano, con más impuestos, lo cual reducirá el valor de la moneda. Entonces, los keynesianos replican que el gobierno utiliza mano de obra desempleada y capital sobrante, lo que empuja la recaudación hacia arriba.
Si el aumento del gasto gubernamental se utilizara solamente en proyectos donde los beneficios superasen a los costes derivados de la inflación y los impuestos, la teoría tendría mérito. Pero lo cierto es que cuando se trata de pasar de la teoría keynesiana a la práctica surgen graves problemas. Hay que determinar el monto del estímulo y proceder a gastarlo al comienzo de la recesión. La experiencia indica que el gasto gubernamental adicional llega tarde, a menudo cuando la recesión ya ha concluido. Eso hace subir la presión inflacionaria, y los nuevos gastos gubernamentales suelen tener motivaciones electoralistas, como estamos viendo hoy, con la construcción de estadios y las subidas salariales a los obreros sindicalizados.
La combinación de bajo crecimiento y alta inflación se conoce como estanflación. Se trata de un fenómeno que ya experimentó EEUU en los años 70. Los keynesianos no tienen solución para eso. Los economistas de las escuelas Austríaca y de Chicago sí, aunque los ajustes son doloroso.
Reagan y Thatcher estuvieron a la altura de las circunstancias. ¿Podremos decir lo mismo de los líderes actuales?
© AIPE
RICHARD W. RAHN, presidente del Institute for Global Economic Growth.
Las recesiones y depresiones suelen ser producto de una excesiva expansión del crédito y de la inflación, generalmente causada por los bancos centrales. La causa principal de la crisis actual es el reventón de la burbuja del sector inmobiliario en EEUU y otros países. Esto sucedió porque fluyó demasiado dinero a la construcción de viviendas y se redujeron las restricciones que pesaban sobre el crédito.
Los economistas del primer grupo mantienen que cuando los bancos centrales frenan la emisión de dinero y del crédito, el mercado, cuando es libre, se corrige por sí solo dejando que caigan los precios de los bienes sobrevaluados (hoy, las viviendas) hasta que se alcance el equilibrio entre la oferta y la demanda, momento en que la economía volverá a crecer. El gobierno puede contribuir a ello reduciendo impuestos al capital y al trabajo mientras extiende su ayuda a la gente que ha perdido su empleo.
Los economistas keynesianos argumentan, correctamente, que durante una recesión los individuos y las empresas gastan e invierten menos de lo necesario para mantener el pleno empleo. Su solución consiste en aumentar los gastos gubernamentales para suplir esa caída. Pero los economistas austríacos argumentan que todo gasto gubernamental tendrá que ser respaldado, tarde o temprano, con más impuestos, lo cual reducirá el valor de la moneda. Entonces, los keynesianos replican que el gobierno utiliza mano de obra desempleada y capital sobrante, lo que empuja la recaudación hacia arriba.
Si el aumento del gasto gubernamental se utilizara solamente en proyectos donde los beneficios superasen a los costes derivados de la inflación y los impuestos, la teoría tendría mérito. Pero lo cierto es que cuando se trata de pasar de la teoría keynesiana a la práctica surgen graves problemas. Hay que determinar el monto del estímulo y proceder a gastarlo al comienzo de la recesión. La experiencia indica que el gasto gubernamental adicional llega tarde, a menudo cuando la recesión ya ha concluido. Eso hace subir la presión inflacionaria, y los nuevos gastos gubernamentales suelen tener motivaciones electoralistas, como estamos viendo hoy, con la construcción de estadios y las subidas salariales a los obreros sindicalizados.
La combinación de bajo crecimiento y alta inflación se conoce como estanflación. Se trata de un fenómeno que ya experimentó EEUU en los años 70. Los keynesianos no tienen solución para eso. Los economistas de las escuelas Austríaca y de Chicago sí, aunque los ajustes son doloroso.
Reagan y Thatcher estuvieron a la altura de las circunstancias. ¿Podremos decir lo mismo de los líderes actuales?
© AIPE
RICHARD W. RAHN, presidente del Institute for Global Economic Growth.