La fe en los biocombustibles es la nueva religión mundial, una mezcla de estatismo de izquierda y derecha (de Lula a Bush), ecologismo, nacionalismo y vieja teoría de la dependencia. Sólo se precisa de buenas políticas públicas, dicen. No es cierto; sin subsidio estatal, todo se derrumba.
Los vehículos que funcionan con etanol o biodiésel consumen no sólo etanol y biodiésel, sino el aporte obligatorio de los contribuyentes, incluso de los muy pobres y de los ciudadanos de a pie, que con gran esfuerzo pagan sus impuestos. Para despegar, la industria de los biocombustibles necesita del subsidio estatal. Una vez que crezca y se consolide, y que el precio del petróleo haya aumentado lo suficiente, el etanol, supuestamente, no necesitará de más subsidios ni de la protección del Gobierno. Pero en EEUU hay industrias, como la del acero, que después de 100 años siguen estando subsidiadas.
Se habla tanto de los biocombustibles que mucha gente está convencida de que representan una verdadera solución al creciente costo del petróleo, un combustible que los creyentes aseguran se está acabando rápidamente. Pero ¿que ocurrirá si las reservas de crudo no disminuyen y los precios no se disparan? En ese caso, el Gobierno se verá forzado a eliminar los subsidio al etanol, los agricultores y los industriales abandonarán su producción y se habrá perdido toda la inversión realizada en el sector. Y, lo que es peor, el subsidio, realizado con los impuestos de la gente, se habrá derrochado inútilmente.
La apuesta por los biocombustibles es un juego de alto riesgo que los burócratas, viendo a corto plazo y alentados por grupos interesados, realizan no con patrimonio propio, sino con el esfuerzo y los ahorros de la gente. El fracasado programa Pro Alcohol en Brasil dilapidó 9.000 millones de dólares en subsidios. El petróleo, pese a los ecologistas de izquierda, está lejos de acabarse. Las proyecciones para 2030 indican que su precio rondará los 59 dólares por barril (EIA 2007). Y en la medida en que suban los precios del petróleo también subirán los del etanol y el biodiésel, dado el alto consumo energético que requiere la producción de biocombustibles.
La realidad es que las reservas globales de carbón, petróleo bituminoso y petróleo común son abundantes. El proceso que transforma el carbón en petróleo se tornará rentable si el precio del oro negro se mantiene por encima de los 50 dólares el barril. Existen reservas de carbón para 500 años de uso de petróleo. El futuro parece brillante.
Los biocombustibles, además, originan graves problemas ecológicos, al igual que otras fuentes renovables, como el sol, el viento y las hidroeléctricas. Para generar 1.000 MW de electricidad, lo típico de una central nuclear, se requieren unas 600.000 hectáreas de cultivos de caña o maíz. Para generar la energía eléctrica que produce la central Itaipú mediante biocombustibles habría que cultivar más del doble de todo el territorio de Paraguay. Estudios recientes demuestran que los países pobres, que en buena medida aún cocinan con leña, carbón o bosta de vaca, pueden ocasionar más daño que el CO2 procedente de los vehículos de los países desarrollados.
Un informe de las Naciones Unidas indica que el uso del maíz y la caña de azúcar para la produccción de biocombustibles puede ocasionar grandes hambrunas y miles de muertos. En Brasil, vastas superficies utilizadas para cultivos de subsistencia han sido reasignadas a los biocombustibles, y en muchos países el precio de los alimentos se ha incrementado.
Sí, esta nueva religión del etanol es altamente peligrosa para el bienestar mundial.
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PORFIRIO CRISTALDO AYALA, corresponsal de AIPE en Paraguay y presidente del Foro Libertario.