Ante la pregunta de si puede o debe el Estado hacerse cargo de la educación de los ciudadanos, Mill contestó de una forma que algunos intelectuales liberales han juzgado profundamente antiliberal:
¿No es casi un axioma evidente por sí mismo que el Estado debería exigir e imponer la educación, hasta cierto nivel, a todo ser humano que nazca ciudadano suyo?
Sin embargo, a esta defensa tan rotunda del deber que tiene el Estado de exigir e imponer una instrucción mínima para todos añadió todo tipo de cautelas:
Las objeciones que con razón se formulan contra la educación por el Estado no se aplican a la educación impuesta por el Estado sino a que el Estado se encargue de dirigirla; lo que es algo totalmente distinto. Me opongo como el que más a que toda la educación o una gran parte de ella esté en manos del Estado. Todo cuanto se ha dicho acerca de la importancia de la individualidad de la personalidad, y de la diversidad en opiniones y formas de comportamiento, incluye la diversidad de la educación con la misma sacrosanta importancia. Una educación estatal generalizada es una mera estratagema para moldear al pueblo de modo que todos sean exactamente iguales.
Las ideas que Stuart Mill expuso sobre la educación estatal no fueron muy distintas de las que Condorcet había defendido en 1792 en la Asamblea Legislativa francesa. Junto con los revolucionarios moderados, Condorcet mantuvo que el Estado debía procurar la instrucción necesaria para sacar al pueblo de su ignorancia, pero siempre que se respetara el derecho de los padres a decidir sobre la educación de los hijos. Esta idea chocaba con la de los que se proclamaban seguidores de Rousseau, partidarios de que el Estado asumiera total y exclusivamente la educación con el argumento de que para acabar con el Antiguo Régimen era necesario crear un hombre nuevo, un hombre que desde niño fuera educado como Emilio, el pupilo obediente y feliz del filósofo ginebrino.
Dos fueron las principales cautelas de Condorcet, compartidas por Stuart Mill, frente a un sistema público de enseñanza: evitar la imposición de una educación uniforme y vigilar que la intervención estatal no interfiriera en el derecho de los padres a educar a sus hijos.
En España, los liberales que en Cádiz redactaron la Constitución de 1812, al legislar sobre la instrucción pública siguieron las ideas de Condorcet. Admitieron que el Estado se ocupara de la instrucción, pero declararon como principio incuestionable el respeto al derecho de los padres a decidir sobre los asuntos relacionados con la educación de los hijos y, por ello, proclamaron la libertad de enseñanza, es decir, la libertad tanto para elegir como para abrir escuelas.
Pero Mill no se limitó a filosofar sobre la educación y su dependencia del Estado, sino que, además, en su libro Sobre la libertad abordó detalles de organización de una posible educación estatal. Así, por ejemplo, sugiere la idea de que el Estado cargue con el gasto del profesorado y costee los estudios de los más necesitados; habla también de que el Estado, mediante una ley, pueda exigir que todos los niños adquieran unos conocimientos básicos y ofrezca exámenes voluntarios para certificar conocimientos de niveles superiores.
El instrumento para hacer cumplir la ley no podría ser otro que unos exámenes públicos, obligatorios para todos los niños y empezando a una edad temprana. (…) Más allá de este mínimo, debería haber exámenes voluntarios sobre las materias, en los que podrían reclamar un certificado todos los que demostraran un cierto grado de idoneidad.
En el año 2008 la editorial Tecnos publicó una cuidadosa traducción de Carlos Rodríguez Braun de Sobre la libertad, con un interesante estudio preliminar sobre el libro y su autor. Rodríguez Braun desmenuza las ideas que sobre la libertad expuso Stuart Mill para explicarnos la razón por la que, mientras algunos prohombres del liberalismo, como Ludwig von Mises o Hayek, consideraron que Mill había desbrozado el camino para que muchos intelectuales liberales se desviaran hacia el socialismo, otros, como Milton Friedman o Raymond Aron, hablaron de Sobre la libertad como de una aportación imprescindible al desarrollo del pensamiento liberal.
A pesar de las grandes dudas sobre la pureza intelectual del liberalismo de Mill; a pesar de la claridad con la que Rodríguez Braun expone las razones que le llevan a declarar que el pensamiento del autor de On Liberty fue el de un socialdemócrata adelantado a su tiempo; a pesar de todo esto, considero que las propuestas de Mill bien podrían servir para insuflar un poco de aire liberal en un mundo tan dominado por la izquierda como es el de la educación.
Las sugerencias de Mill permitirían una serie de reformas que mejorarían la eficacia de nuestro sistema educativo: exámenes obligatorios sobre conocimientos mínimos, diplomas a los mejores alumnos, mayor diversidad en la oferta educativa o mayor libertad para que los padres pudieran elegir colegio.