La corrección política ha conseguido que en Occidente se leyera como literatura una serie de obras cuyo valor esencial es el de fuente primaria para la construcción de la historia de algunos pueblos. A ello ha contribuido sin duda la culpa que muchos experimentan respecto de la colonización, sin darse cuenta de que esa culpa ha sido sistemáticamente inducida en nuestras almas, desde la más tierna infancia, por esa madre tiránica y verborrágica que fue y es el agit prop de las izquierdas reaccionarias. Así nos han llegado autores de las reservas indígenas y de los guetos negros, muchas veces sobrevalorados por la crítica y devenidos en negocio editorial.
Chester Himes empezó a escribir novelas negras con protagonistas negros en una época en que, en sus propias palabras, mostrar un negro y una blanca "ya era pura pornografía". Se fue a vivir a París, primero, y a España, donde murió y está enterrado, después. Fue un largo exilio, contemporáneo de las luchas por los derechos civiles en los Estados Unidos, exitosas y unificadoras mientras se mantuvieron bajo la guía de líderes cristianos, desintegradoras y perversas a partir del momento en que, logrados los más importantes objetivos iniciales, el islam se apoderó de las comunidades negras.
Lo que vino después de Himes es otra cosa, y tiene su encarnación acabada en la obra de Walter Mosley. En estos días, precisamente cuando la compra de la cadena Hard Rock Café por la muy organizada tribu de los semínolas me convenció de que, aunque a nosotros, los occidentales de toda la vida, nos cueste comprender el alma de los pieles rojas, ellos comprenden perfectamente la mecánica del abominable sistema capitalista en que los hemos obligado a vivir, lejos de la pradera; en estos días, decía, cayó en mis manos Mariposa Blanca (Anagrama, Barcelona, 1996), novela de Mosley, negra y con protagonistas negros. La novela negra, como se sabe, es una invención de blancos.
Habla Mosley de Stella Keaton, una bibliotecaria blanca, buena persona, que solía corregir el modo de hablar de los niños negros del vecindario que constituían su clientela.
– No digas "m'a pegao" –decía [la bibliotecaria]–. Tienes que decir "me ha pegado".
Y, claro está, tenía razón. Pero aquellos niños de color nunca aprenderían a escuchar su propio ritmo en sus palabras, y acabarían por creer que tenían que abandonar su habla y sus historias para formar parte del mundo de aquella educada mujer blanca. Tendrían que perder a Fats Waller para ganar a Mozart, y a Remus por Puck. Entrarían en un mundo donde sólo hablaría la gente blanca. Y no importaba cuán bien se hubiesen expresado Dickens o Voltaire, aquellos niños no tenían ejemplos de la sabiduría de su propio pueblo en la biblioteca, la casa del saber.
Yo ya había discutido con Stella acerca de estas cosas. Ella se mostraba muy receptiva, pero cuando uno le decía que un negro de pie en una esquina, contando cuentos verdes, era como Chaucer, arrugaba la nariz y hacía que no con la cabeza. No obstante, Stella se mostraba siempre respetuosa. A menudo utilizan a los blancos más buenos para colonizar a la comunidad negra. Pero, por bondadosa que fuera la señora Keaton, para los negros representaba a una cultura que no era totalmente ajena.
Antes de continuar, le propongo, querido lector, un ejercicio: ponga usted "judío" donde Mosley pone "blanco" o donde pone "negro"; el resultado será igualmente repugnante. Racismo puro y duro, contante y sonante. Pero, eso sí, un racismo justificado por la larga explotación a que los negros fueron sometidos por los blancos, incluidos, por cierto, los blancos más inicuamente explotados.
Las falacias de Mosley son tan obvias como arriesgadas. ¿Acaso Fats Waller se ha desarrollado en un mundo sin Mozart? ¿No arrugaría la nariz la señora Keaton si yo le dijera que un blanco que cuenta cuentos verdes es como Chaucer? ¿Dónde radica la ajenidad de la cultura blanca?
Veamos lo que dice Mosley:
Stella y yo nos tuteábamos, pero yo no estaba conforme con que ella ocupara aquel puesto. No estaba conforme porque Stella, aunque era una buena persona, era blanca. Era una mujer blanca y venía de un lugar donde sólo había cristianos blancos. Para ella, Shakespeare era un dios. A mí eso no me importaba, pero ¿qué sabía ella de los cuentos, y de las adivinanzas, y de las fábulas que la gente de color había contado durante siglos? ¿Y qué sabía del idioma que hablábamos?
Desde luego, lo que Mosley quiere es que el puesto de bibliotecario en un barrio negro lo ocupe un negro: "discriminación positiva", le llama a eso la corrección política; y las personas sensatas lo llaman simplemente "discriminación". El problema que no menciona es que, por negro que sea el bibliotecario, las estanterías seguirán llenas de Voltaire, Chaucer y Shakespeare. ¿Y durante cuántos siglos ha contado cuentos, adivinanzas y fábulas una comunidad que, en su casi totalidad, ha olvidado cuál era el lugar de procedencia de sus ancestros, si es que alguna vez lo ha sabido? Respuesta: los siglos de América. Durante al menos dos de los cuales, ha dispuesto de la escritura.
¿Acaso debería yo suponer que los negros no han escrito por ser negros? ¿Porque la escritura es cosa de blancos? No, por supuesto que no: no han escrito porque eran obreros, y no existen los escritores proletarios, mito del marxismo. Escritor y proletario son términos contradictorios. ¿Y no ha habido una burguesía negra? Muy minoritaria. Hasta ahora, cuando hay escritores, y guionistas, y actores y directores negros, y se hacen series de televisión como El príncipe de Bel Air, en las que absolutamente todo el mundo es negro y que, supongo, están dirigidas a una amplia clase media negra con expectativas de movilidad social.
¿Recuerda usted a Sabino Arana dando explicaciones sobre la perfección del vasco frente a la inferioridad del maketo, que es un poco tonto, muy torpe y hasta algo afeminado? Pues lea a Mosley: "Ahora era viejo, pero en su día Lips había sido lo que sueñan ser todos los negros. Elegante, seguro de sí mismo, educado y con dinero en el bolsillo". ¿Y qué soñarán ser los blancos? ¿Elegantes como negros?
Mosley es un autor estrella, muy leído en Europa y en los Estados Unidos. Denzel Washington ha hecho el papel de Easy Rawlins, el detective de sus novelas, en la versión cinematográfica de El demonio vestido de azul. Éste es su mensaje de fondo. ¿Escribirá estas barbaridades para ganarse las simpatías de un potencial público negro? Ya sabe que a los blancos todo esto no sólo no les parece mal, sino que hasta aplauden, comprensivos. Yo no, porque no voy a tolerar en otros lo que no toleraría en mí mismo.