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ASUNTOS EXTERIORES

El debate sobre el matrimonio gay

El pequeño espectáculo mediático-político organizado por la izquierda para promocionar los matrimonios gays ha suscitado un cierto revuelo. Por lo que se ha podido leer y escuchar, la causa parece ampliamente aceptada. En cambio, se critica –moderadamente– la utilización partidista del asunto. Muchos medios la han tachado de oportunista e incluso sugieren que puede ser perjudicial para la causa que se defiende.

No es casualidad que la reivindicación del matrimonio gay, apadrinada por dos políticas de izquierdas como son Inés Sabanés (IU) e Trinidad Jiménez (PSOE) se produzca en un momento en el que la izquierda ha perdido la capacidad de hacer propuestas capaces de articular un conjunto amplio de intereses representativos. La causa del matrimonio gay es obviamente como una de tantas de la izquierda española actual, como Irak, como el nacionalismo, como el gratis total en el transporte o las escuelas abiertas en jornada completa.
 
A la izquierda no le interesa ni el pueblo iraquí, ni la cuestión nacional, ni los usuarios del transporte público ni los niños que asisten o dejan de asistir a la escuela. Estos asuntos son simples cuestiones retóricas. Lo que cuenta es encontrar un asunto que reconforte el corazón izquierdista de unos electores descreídos y escépticos, un tema en el que la izquierda demuestre que lo sigue siendo. El matrimonio gay parece ser uno de ellos. En este punto, la izquierda se imagina –pensar, lo que se dice pensar, no parece que piense mucho– que tiene un caso por donde empezar a reivindicarse a sí misma.
 
Efectivamente, supuesta la igualdad jurídica, la libertad individual y la neutralidad del Estado en cuestiones ideológicas, religiosas o de género, como ahora se dice, parece difícil rebatir el argumento de que dos personas del mismo sexo tienen el mismo derecho que otras de diferente sexo para inscribirse en el registro civil como matrimonio, que es lo que quieren las parejas gays promocionadas por nuestras amigas políticas.
 
Ocurre que ni Sabanés ni Jiménez parecen darse cuenta de que están utilizando un argumento liberal, o quizás sería mejor decir, como en Estados Unidos, libertario. Si aceptan el argumento de que el Estado debe ser neutro en una cuestión como la del matrimonio (y la familia), en la que está en juego el fundamento mismo de la sociedad tal como la conocemos hoy en día, les va a resultar muy difícil seguir defendiendo que el Estado siga interviniendo en asuntos importantes, sin duda, pero mucho menos esenciales, como son las condiciones del despido, el salario mínimo o las regulaciones de horarios comerciales. Si el Estado no tiene derecho a definir lo que es o no es una familia, ¿qué derecho tiene a definir en qué condiciones un empresario decide despedir a un trabajador? ¿En virtud de qué podrá imponer un salario mínimo o dictar los horarios de apertura de un comercio?
 
Como evidentemente la izquierda no ha pensado en las consecuencias del argumento que está utilizando para apoyar la causa del matrimonio gay, se puede suponer otra hipótesis para explicar las razones de este apoyo. Y es que el argumento liberal se utiliza en este caso no para emancipar a los individuos de la tutela del Estado, sino al revés, para hacer un experimento de ingeniería social. Habiendo fracasado los demás, la izquierda se dispone a reinventar la familia tal como la conocemos hasta hoy y nos ofrece un nuevo modelo.
 
En contra de lo que tal vez piensen nuestras amigas de la izquierda, el fondo de este argumento es fuertemente conservador. Es lo que ha sostenido el ensayista norteamericano –conservador, católico y gay– Andrew Sullivan en multitud de escritos, algunos de ellos traducidos al español. A menos que sea una parodia, el matrimonio gay, que reconoce los derechos de los individuos a casarse, también obliga a los individuos que lo suscriben a las obligaciones inherentes a la institución: convivencia, cuidado mutuo y, sobre todo, fidelidad. En una sola palabra: monogamia.
 
Como el propio Andrew Sullivan ha reconocido, la fidelidad, muy alta en las parejas gays formadas por mujeres es rara en las parejas de hombres. Así pues se trata de que la institución fomente un determinado comportamiento que se considera altamente recomendable desde el punto de vista moral y beneficioso desde el punto de vista del interés público.
 
Las posiciones de Sullivan, conocidas desde hace mucho tiempo, han vuelto a primer plano con la polémica suscitada por la sentencia del Tribunal Supremo en el caso Lawrence vs Texas. Como es sabido, el verano pasado, el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaró inconstitucional cualquier “criminalización” de las prácticas sexuales entre personas del mismo género. Los partidarios del matrimonio entre personas del mismo sexo, o matrimonio gay, aprovecharon la sentencia para volver a lanzar el debate sobre el asunto. Y este debate ha desembocado a su vez en una propuesta para introducir una enmienda en el texto de la Constitución norteamericana. De aprobarse, esta enmienda precisaría que el matrimonio consagra por naturaleza una relación entre mujer y hombre, es decir entre una pareja de distinto sexo. La polémica, por tanto, está servida.
 
La réplica conservadora al argumento de Sullivan ha sido articulada en dos ensayos de Stanley Kurtz (se pueden encontrar en National Review On Line). Kurtz sostiene, en primer lugar, que no se debe confundir la causa del respeto por los homosexuales con la cuestión del matrimonio. La sentencia del Tribunal Supremo es correcta porque impide discriminaciones y sufrimiento. Pero no abre la puerta a la igualdad de derechos en la cuestión del matrimonio.
 
Según Kurtz, la institución matrimonial no sirve para corregir conductas perjudiciales, sino para avalar compromisos previamente aceptados como tales. Por tanto, el matrimonio gay, que tiene más valor correctivo que sancionador, pone en peligro la estabilidad misma de la institución familiar. Además, abre la puerta a otro tipo de uniones “matrimoniales”. Primero, a matrimonios de pura conveniencia: como los partidarios del matrimonio gay parecen insistir más en la reivindicación de los beneficios sociales que en el compromiso moral de entrega y sacrificio, se diría que el matrimonio gay es más que una pauta de conducta, una especie de “prestación de la Seguridad Social” (el argumento es de Alan K. Hawkins).
 
Segundo, el matrimonio gay abriría las puertas a matrimonios de todas clases, sin descartar la poligamia o lo que se empieza a llamar “polyamory”, que es una especie de libertad sexual sin barreras, avalada por las instituciones (lo mejor es pinchar la palabra “polyamory” en Google). Una vez aceptada la libertad del individuo en este asunto, ¿dónde poner la frontera?
 
Sullivan y otros defensores del matrimonio gay han contestado que ese argumento está destinado simplemente a infundir miedo. Entre el matrimonio gay y el territorio salvaje esgrimido por Kurtz y los conservadores hay una barrera infranqueable, la de la institución misma. De hecho, Sullivan ha repetido en varias ocasiones que su defensa del matrimonio gay está encaminada a evitar la proliferación de las “uniones de hecho”, que son las que realmente degradan la institución del matrimonio. En cuanto a los matrimonios de conveniencia, también existen entre las parejas de distinto sexo.
 
Kurtz y los conservadores vuelven a insistir en el peligro de la deriva hacia la destrucción del matrimonio, y replican que los progresistas se han reconvertido a la defensa del matrimonio gay no porque hayan comprendido de pronto la bondad del matrimonio, sino porque saben que ese es el modo de destruir la institución de la familia, que es lo que de verdad persiguen.
 
En esta polémica se ha metido el PSOE para ganar algún voto en las elecciones a la Comunidad de Madrid. No hay proporción entre los fines –unos cuantos votos– y lo que se está poniendo en juego –una reflexión de fondo sobre la institución del matrimonio y la familia. Y tampoco hay seriedad por parte de quienes han protagonizado el acto, en particular el concejal socialista que, sobre arrogarse la representación del “colectivo gay”,  pocos días antes de las elecciones cayó en la cuenta de que quería casarse con urgencia.
 
Lo hacen porque saben que por ahora es una cuestión reducida a lo simbólico y a lo ideológico, extremadamente minoritaria y que sólo atañe a un número muy pequeño de personas. También saben que el centro derecha no va a articular un discurso consistente sobre el asunto.
 
Si lo hiciera, o por lo menos si lo intentara hacer, es muy probable que todos descubrieran que la gente prefiere atenerse a una definición tradicional del matrimonio y la familia. No está demostrado que eso perjudique a los derechos de los gays.
 
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