Era la moda y la mayor parte de los puestos de mecenazgo estaban ya ocupados: la música la tenía la princesa de Polignac, née Winnaretta Singer; la danza Misia Sert; los bailes de sociedad y los raoûts (los saraos) los Étienne de Beaumont. No quedaba más que el cine y lo agarraron por donde más quemaba, por el lado surrealista. Fueron ellos los que financiaron aquellas películas ante las que era de rigor caer en éxtasis si no se quería pasar por filisteo y retrógrado y en las que el mal gusto se da la mano con el tedio y la perversidad: Le sang d’un poète, Un chien andalou, Le mystère du château du Dé, L’ Âge d’or.
A Cocteau lo conocía Marie Laure desde los quince años cuando, ceguera de la adolescencia, se enamoró de él; la amistad sería eterna y él la llamaba Marie Laure de Noailles, nez (que suena en francés igual que née) Bischoffsheim. Del lado judío le venía no sólo la nariz, sino la fortuna, pero sus aficiones en cambio se las atribuía a su abuela Laure de Sade, inmortalizada por Proust como Oriane de Guermantes, descendiente de la Laura del Petrarca y del marqués de Sade. La primera aventura jardinera y cinematográfica de la pareja fue el jardín cubista de Hyères, donde Man Ray rodó Le mystère du château du Dé, y el escándalo con el que el mecenazgo hizo crisis fue el estreno, en su mansión de la plaza de los Estados Unidos, de L’ âge d’or, de Buñuel y Dalí.
En aquel entonces, la sociedad tenía aún reflejos y capacidad de reacción. Él, Charles, fue expulsado del Jockey Club y fue cuando, siguiendo el consejo volteriano, se dedicó a la botánica y a la jardinería; ella se lanzó a demostrar en la práctica que por algo descendía del marqués de Sade. Sus provocaciones y sus alardes hicieron época. A última hora, a alguien que la conocía bien y no se dejaba ofuscar por sus aspavientos, le confesaría que siempre le fue inaguantable el anticlericalismo de André Bretón, que le molestaban las blasfemias y que, sin tener la piedad de su madre, nunca había querido ofender a Dios. Murió en 1970, a la edad de 69 años. El vizconde presidía aún los Amigos de los Jardines en 1972. Paul Morand, después de hablar con él por teléfono, comentaba en su diario: “La dificultad para un hombre tan encantador y tan manso como Charles de vivir, o de sobrevivir, al lado de M.-L. En el fondo, por algo es el descendiente de ese vizconde de Noailles, diputado de la nobleza en los estados generales de la noche del 4 de agosto, que propuso el abandono previa indemnización de sus derechos feudales”.