Muchos pensaron entonces que los populares no tendrían mejor oportunidad para marcar su territorio y aumentar su escuálida parroquia. No obstante, después de cinco años, el PPC cuenta menos que nunca en el mapa político catalán. ¿Qué ha pasado?
Desde los años 80, la sola cosa que ha juntado el voto del Partido Popular catalán, más allá del perfil liberal o conservador, ha sido la convicción de que el nacionalismo era un mal camino para Cataluña y para toda España. Sin embargo, los dirigentes del PP no lo han tenido tan claro como sus votantes catalanes. Por un lado, Génova utiliza al PPC para pactar con CiU un desleal "Cataluña para ti y España para mí"; a cambio, algunos sazatorniles del PPC pueden cumplir su sueño y ocupar un escaño en la capital del reino. Por otro lado, la Calle Urgell desconcierta a sus votantes alternando épocas de claridad ideológica y coherencia estratégica frente al nacionalismo con períodos de ambigüedad y difuminación catalanista. En este baile Madrid-Barcelona y nacionalismo-antinacionalismo, lo único permanente en el PPC es la estructura burocrática controlada por los hermanos Fernández Díaz, verdaderos dueños del partido y sus 800 compromisarios.
El votante del PPC ha padecido esta dinámica desde la fundación del partido, en 1989. El intrépido Vidal Quadras no temió definir a CiU como adversario, convencido de que sólo el cara a cara con el nacionalismo permitiría derrotarlo. Pero cuando convino pactar con CiU en Madrid, Aznar lo descabezó, y el descabezado entregó su testa sin gemir demasiado, quizás más harto de luchar contra el aparato del PPC que contra los nacionalistas.
El sustituto fue precisamente un apparatchik y modelo de político profesional, Alberto Fernández Díaz. El eficacísimo concejal controlaba el partido, pero desdibujó el perfil antinacionalista del PPC y sostuvo a CiU en la Generalidad a cambio de nada. Después llegó Piqué, que ni quería irse de Madrid, ni dominaba el aparato ni apetecía la confrontación con el catalanismo. Tal vez por eso no supo aprovechar la crisis de CiU en 2003 y fue incapaz de articular una oposición clara al nuevo Estatuto. La huida con Rato por los túneles del metro barcelonés mientras miles de peperos se manifestaban contra el 11-M simboliza la orfandad de los populares catalanes en este período; 40.000 de ellos se pasaron a Ciudadanos en las autonómicas de 2006.
Y llegamos a julio de 2007, cuando Génova impone a Daniel Sirera para salvaguardar la coherencia del PP en las elecciones de 2008. Sirera era un antiguo rival de Alberto Fernández en los tiempos de Nuevas Generaciones, así que tenía los días contados. Mientras tanto, Montserrat Nebrera, recomendada de Acebes en la lista de Piqué, intensifica su vida propia y empieza a conformar una alternativa al margen del aparato. Su discurso regeneracionista pro valores y contra poltronas y aguinaldos atrae a muchos; pero no se le escucha la decidida oposición al nacionalismo que ansía el votante. Así las cosas, el último congreso regional del PPC gana interés: por un lado, el aparato del partido, encabezado por Alberto Fernández; por otro, la regeneración de la afuerina Nebrera; y finalmente Alicia Sánchez Camacho, la paracaidista de Génova que pacta con Fernández para que las cosas se queden como están. Nada nuevo, salvo la votación, en la que el 32% de los compromisarios de Sánchez decide no votarle y aúpa a Nebrera hasta el 43% de los sufragios. Primer aviso a Rajoy.
De noviembre de 2003 a noviembre de 2008, cinco años perdidos para el PPC. Por consiguiente, también para el PP nacional, cuya versión marianista parece inspirada en el modelo catalán: vacilación ideológica, sumisión a la dictadura del consenso, falta de confianza en los propios valores, ausencia de claridad moral, miedo a tomar la iniciativa, carencia de creatividad en el activismo cultural y abandono de la calle por los despachos. Es decir, predominio del sultanismo sobre el dinamismo de los principios, de los apparatchiki sobre los líderes, del servilismo sobre el mérito.
El congreso nacional de Valencia y los congresos regionales de los últimos meses han ratificado la vía Rajoy. A finales de noviembre se celebrarán los congresos provinciales del PP catalán, y es probable que veamos repetida la partida de julio, esta vez entre el oficialista Antoni Bosch y el renovador Santiago Gotor. Atentos al clarín, porque quizás Barcelona envíe un segundo aviso a Rajoy antes de que las elecciones gallegas se lo lleven al corral.