Los miembros de esta generación fueron incluso más allá, inculpando a la propia América de los ataques del 11 de Septiembre. Rehúsan llanamente al patriotismo y a la defensa de su país. "El pacifismo amenaza de muerte el libre discurso", dirime a la novelista Barbara Kingsolver. "Está enfurecido por la vacilación del pensamiento, la crítica constructiva a nuestros líderes y las súplicas por la paz. Se recrea en la gente que ha nacido fuera y que ha pasado años conociendo nuestra cultura y contribuyendo con su talento a nuestra economía... la bandera norteamericana ondea para la intimidación, la censura, la violencia, la hipocresía, el sexismo, la homofobia, y para deshacerse de la Constitución con una trituradora de papel".
Katha Pollitt, editor de The Nation, estuvo de acuerdo, y se negó a la solicitud de sus hijas en el instituto de colocar la bandera en la ventana de su apartamento con estas palabras: "Definitivamente no: La bandera se coloca para el engaño y la venganza y la guerra".
Pero no todo el mundo en la izquierda se embarcó en éste asalto contra su país. Christopher Hitchens escribió un movilizador tributo a América en Vanity Fair, y por primera vez en su vida llegó a la conclusión de que valía la pena defender el país en el que había vivido durante más de 20 años, y en última instancia, adoptarlo. Todd Gitlin, ex presidente del SDS, que fue la organización estudiantil más grande de Nueva Izquierda, y también contribuyente ocasional a The Nation, recorrió las ruinas, buscó su consciencia, observó a sus ciudadanos suturando sus heridas, y concurrió:
Amé a estos extranjeros, y a otros que reconocí aquellos días, y no me sentí mezquino por ello - estos neoyorquinos agresivos, hablando con voz sobrecogida, como así parecía, haciendo cola para donar sangre en los hospitales locales el día después, decepcionados porque nadie la necesitara; los taxistas en silencio incómodo,… Neoyorquinos sin sus corazas, desgarrados hasta sus corazones; ya no se desean más pesimismo, me inspiré en los activistas patrióticos que probablemente habrían derribado el vuelo 93 sobre Pensilvania y probablemente habrían salvado la Casa Blanca.... Amaneció en mí el patriotismo suma de tales actos.
Y Todd Gitlin hizo lo que en su caso hasta ese momento habría sido impensable: colgó una bandera de su ventana.
En un artículo titulado, "Las variedades del patriotismo", Gitlin intenta explicar la deserción de sus camaradas al referirse a la experiencia de su generación marcada a fuego, en los fuegos de la Guerra de Vietnam. "Para un gran bloque de norteamericanos, venerables y más jóvenes, demasiado jóvenes para recordar la Segunda Guerra Mundial - la generación para la que "la guerra" significa Vietnam, y posiblemente lo significará hasta el final de sus días – la acusación contra el patriotismo no es una abstracción. En especial hay una poderosa experiencia subyaciendo: tan poderosa como el estallido de nuestros sentimientos, se supone que la experiencia del patriotismo debe ser así para los patriotas. De hecho podría decirse que en el curso de nuestra historia política experimentamos un giro muy drástico: la emoción pública más poderosa de nuestras vidas fue rechazar el patriotismo".
Para activistas como Gitlin, crecidos en un entorno liberal y que a una edad aún impresionable fue arrastrado al radicalismo antiamericano de los años de Vietnam, este testimonio puede tener un elemento de autenticidad. Pero Vietnam se libró hace mucho tiempo, y aparte de tales circunstancias personales, la alegación puede tener poco significado para una generación entera. The Nation –y otras instituciones de la izquierda– eran antiamericanas y rechazaron el patriotismo mucho antes de que Todd Gitlin llegara a la madurez. Apoyaron a Stalin, y después a Mao, y finalmente a los comunistas de Hanoi como los "patriotas" de Vietnam y los portadores de las "raíces de la democracia" para un pueblo oprimido. Y lo que es más, no hubo nada inherente a la guerra del Vietnam que debiera haber hecho que los norteamericanos se volvieran contra su propio país. Cada año que ha transcurrido ha descubierto las realidades de lo que ocurrió entonces, y atestigua este hecho.
Es interesante e iluminador a la hora de tantear la mentalidad de la izquierda antiamericana cómo una vez que Estados Unidos fue vencido en esta guerra (en gran medida gracias a sus esfuerzos), el vietnamita al que le negaron su país, al que habían dicho amar con tanta pasión, desapareció completamente de su conciencia. Cuando Norteamérica se retiró, miles de vietnamitas inocentes fueron asesinados por los comunistas y centenares de miles huyeron. La nación conquistada fue reducida por los vencedores a un gulag empobrecido. Pero este Vietnam simplemente desapareció de la conciencia de la izquierda "pacifista". Ahora que el Gran Satán se había ido.
Desde el final de la guerra de Vietnam, recuerdo tras recuerdo de las plumas de los victoriosos comunistas ha desaparecido, entre ellos el del coronel Bui Tin, un pionero del Ho Chi Minh Trail y líder del régimen de Hanoi, y el de Truong Nhu Tang, uno de los fundadores del Frente de Liberación Nacional, por nombrar dos. Los testimonios de estos decepcionados vencedores confirman que la carnicería post guerra ya había sido revelada - que el conflicto no tenía que ver con la liberación del sur de Vietnam, como mantuvo la izquierda. Que no tuvo nada que ver con el opresor norteamericano ni con los vietnamitas "nacionalistas" aspirando a la autodeterminación. Tuvo que ver con la conquista del sur de Vietnam por un régimen comunista duro y opresor a cuyas ambiciones América intentó en vano poner coto. Lejos de ser una "guerra indefendible", como Todd Gitlin - aún entregado a recuerdos falsos y a falsas conciencias - describe, la guerra reflejó las honorables intenciones y compromisos de América. Los norteamericanos pueden estar orgullosos de haber intentado salvar Vietnam de los horrores comunistas que tuvieron lugar cuando América se vio forzada a retirarse.
Un camarada fiel a Ho Chi Minh, el Coronel Bui Tin, solamente se desilusionó cuando vio lo que significó para su pueblo la victoria comunista por la que había luchado tan duro. En 1995, escribió: "Hoy la aspiración de la enorme mayoría del pueblo vietnamita, tanto en casa como en el extranjero, es ver el fin cuanto antes del régimen político conservador, déspota y autoritario de Hanoi, para poder tener un gobierno completamente democrático de su pueblo, por el pueblo, para el pueblo" (Bui Tin, Siguiendo a Ho Chi Minh, Pág. 192). Pero las aspiraciones del pueblo vietnamita son tan invisibles y tan carentes de preocupación para los radicales norteamericanos como lo son los testimonios de los recién liberados iraquíes de las prisiones y cámaras de tortura de Sadam Hussein.
No creo del todo a Todd Gitlin cuando dice haber aceptado y abrazado a su país, incluso aunque retiró su bandera "unas cuantas semanas después del 11 de Septiembre", y "haber sentido de nuevo la misma impotencia, la vieja vergüenza y rabia de ser una nación atacada " después de que Bush declarara la guerra al Eje del Mal. No le creo ni siquiera aunque se opuso a la guerra de Irak y apareció sobre un escenario en Columbia con un camarada manifestante que deseaba en Norteamérica sufriera "un millón de Mogadiscios" y fuera obligada a arrodillarse. No le creo ni siquiera cuando ha escrito que la primera "esencia" de la política norteamericana en la guerra contra el terrorismo es la "arrogancia monumental" - y que esto "no es solamente la marca de fábrica de la política exterior de Bush, es su política exterior". Conocer la verdad - especialmente cuando requiere admitir que estabas tan profunda y destructivamente equivocado -- puede ser una tarea ardua y dolorosamente lenta.
Todd Gitlin y otros como él pondrán su nuevo patriotismo a prueba con el tiempo, cuando adquieran su compasión hacia gente ordinaria, como los "bravucones fugitivos" de América, igual que la tienen hacia los iraquíes a los que América ha, de hecho, liberado de uno de los más opresivos regímenes del mundo moderno - y sin ayuda de "progresistas" como ellos. Pero hay muchos más activistas "pacifistas" a la izquierda que no pondrán a prueba su patriotismo en absoluto, simplemente porque no existe. Es lo que Richard Rorty (a quien Todd cita) llama "la izquierda espectadora, irritada y reaccionaria". Que no sueña con "convertir en realidad nuestro ideal de país". Esta izquierda haría bien en reflejar lo mismo de lo que Todd Gitlin se dio cuenta en la terrible belleza posterior al 11 de Septiembre:
"El patriotismo no es solamente un regalo a otros, es una auto declaración: afirma que te extiendes más allá - mucho más allá - de ti mismo. Que no estás aislado. Igual que se te ha dado un nombre y un apellido, también se te da un nombre nacional. Una verdad profunda acerca del 11 de Septiembre fue que una comunidad fue atacada, no en grupo de individuos". Lo mismo. América va de individuos en su identidad más allá de sí mismos.
El ataque contra esta comunidad es lo que puso cara a cara a Todd Gitlin y a Christopher Hitchens con sus sentimientos hacia los norteamericanos ordinarios en los días posteriores al 11 de Septiembre. El viento se llevó esos momentos de identificación elitista con una comunidad internacional, y su pijo desprecio hacia las lealtades simples, concretas y auténticas que norteamericanos ordinarios y nada intelectuales sienten unos por otros y hacia un país, donde - como Gitlin lo expresa concisamente - "la diversidad no es un eslogan para hacerte sentir bien y el debate es la sangre".