Cuando hace dos años la conferencia COP15 de Copenhague fracasó estrepitosamente en su intento de prorrogar el Protocolo de Kioto, nadie se sorprendió especialmente, excepto los activistas del calentamiento y su coro mediático. Entonces eran Brasil, Rusia, la India y China los países que no estaban dispuestos a sacrificar su crecimiento económico a cambio de supuestas mejoras en el clima de la Tierra. Dejaron claro que necesitaban energía barata para aliviar problemas más graves, como la pobreza y la necesidad de construir nuevas infraestructuras. Nadie puso en duda que los combustibles fósiles eran el recurso inmediato y barato sobre el que iban a basar sus políticas energéticas. Pues bien, los mismos argumentos explican los resultados de la Cumbre de Durban.
El propio Rajendra Pachauri, presidente del Grupo de Expertos sobre la Evolución del Clima, reconocía la semana pasada:
Actually, to be honest, nobody over here [COP17] is paying any attention to science.
Lo cual tampoco es en absoluto sorprendente: la ciencia, lejos de avanzar hacia el tan malherido consenso, ofrece mes a mes, publicación a publicación, nuevos argumentos a quienes creen que limitar las emisiones de CO2 no generará cambios significativos en los procesos cíclicos naturales del clima.
No existen razones de peso para pensar que en los próximos tres años los países que se han mostrado en Durban contrarios a reducir sus emisiones de CO2 vayan a cambiar de opinión. El documento final apenas disimula la herida abierta entre Europa y el resto del mundo. Cerrarla se me antoja imposible. Los firmantes en Durban se han limitado a posponer la toma de decisiones:
The 18th Conference of Parties to the UNFCCC, plus the 8th session of the Conference of the Parties serving as the meeting of the Parties to the Kyoto Protocol, will take place in Qatar from 26 November to 7 December 2012.
La consecución de las metas propuestas en el Protocolo de Kioto, incumplidas por casi todos sus signatarios, será pospuesta a 2017. Los firmantes de Durban dicen además que esperan que ocurra "algo" antes de 2020; y ese algo debe ser "un nuevo protocolo, un instrumento jurídico o tratado legal con capacidad de imponer sanciones a quienes no lo cumplan", que habría de ser adoptado antes de 2015.
Mientras tanto, el denominado Fondo Climático deberá recaudar, mediante donaciones, 100.000 millones de euros al año –de aquí a 2020– y enviarlos a los países en vías de desarrollo. Esto –que más parece un burdo intento de globalizar la justicia social mediante la práctica de la justicia climática–, en un mundo azotado por la crisis financiera y de deuda soberana, no tiene la menor posibilidad de salir adelante. Por cierto, el documento de Durban no aclara cómo han de ser recogidos esos fondos. Humo.
Para humo, o mejor dicho, cortinas de humo, las de los delegados del Gobierno chino. Anunciaron al comienzo de la conferencia que Pekín podría sumarse a un futuro tratado en 2020. Dos días después, haciendo trizas las ilusiones del resto de los participantes, revelaron que se trataba de una artimaña para someter a los países occidentales a cierta "tensión negociadora".
Sea como fuere, los verdaderos especialistas en la venta de vapores y efervescencias son los medios de comunicación. Habrán leído, sin duda, que la Conferencia de Durban ha logrado "salvar" Kioto. En realidad, excepto Australia, todos los países no europeos han abandonado el protocolo. El último, Canadá, lo hacía hace pocas horas para evitarse el pago de varios miles de millones de euros en multas por objetivos no cumplidos. No tenemos constancia de nuevas incorporaciones al club de Kioto.
Durban ha sido un fracaso. No es el primero, y sigue en la línea de las anteriores iniciativas. Kioto creó mecanismos comerciales tales como el ETS (Emissions Trading Scheme) y generó grandes expectativas de negocio basadas en el cambio climático. Revistió a la ONU con nuevos poderes a través de la UNFCCC (United Nations Framekork Convention on Climate Change). Creó un extenso mercado artificial en el que se negociaba un producto artificial y del que hace apenas dos años se decía que sería el mercado comercial más grande del mundo. Hoy sabemos que no es así. Apenas es un mercado.
Desde la perspectiva actual, los tratados de la ONU sobre CO2 más parecen un ejercicio masivo de vanidad de los responsables políticos, burócratas y activistas europeos que un intento serio de "salvar el mundo". Las conferencias de la UNFCCC se han convertido en mero escenario de sus peripecias y soliloquios endogámicos. Mientras ellos ocupan su tiempo hablando de cómo salvar el clima y por ende el mundo, los países en vías de desarrollo se han puesto a trabajar (¡a usar la energía!) y están creando un nuevo mundo, en el que Europa y las ensoñaciones de sus dirigentes recuerdan el paternalismo insulso de los peores tiempos del postcolonialismo.
LUIS I. GÓMEZ, editor de Desde el Exilio.